Sitges, la última frontera. La parada anual obligatoria en la autopista intergaláctica del fantástico. El lugar donde se dan cita monstruos aterradores, cowboys justicieros y Sion Sono. Este año, en su 49ª edición, el festival de Sitges rinde homenaje a la franquicia Star Trek con gran variedad de decoración temática, saludos vulcanianos por doquier y la proyección del montaje del director de Star Trek: La Película, el primer largometraje de la saga.

No han habido grandes novedades en esta edición con respecto a la anterior, se ha mejorado en la gestión de espacios, hay menos retrasos y cuando los hay se solucionan con bastante celeridad y, a nivel del espectador, la organización parece haberse volcado para su confort.

 

Menos contenta está la gente de prensa e industria, las dos grandes masas de profesionales del sector que se dan cita religiosamente en el festival de Sitges. Siguen habiendo quejas sobre la sala Tramuntana, a la que parte de estos compañeros no pueden acceder; el sistema de tickets se ha vuelto aún más restrictivo y los pases abiertos a prensa se han convertido en un espejismo, a la práctica sólo una sesión (la matinal) está garantizada, el resto son una carrera para llenar los cupos cada vez más reducidos.

A simple vista parece que el nivel de la selección de esta 49ª edición ha bajado con respecto a su predecesora. Hay menos grandes nombres, menos títulos esperados ansiosamente pero, hey, ¿dónde queda el espíritu trekkie de vagar por el espacio en busca de esa joya escondida?

Sitges, día 1: Un Sono colosal

 

Viernes 7. La premisa de Are We Not Cats es sencilla: chico se enamora de chica obsesionada por comer pelo. Nada que no hayamos visto ¿no? Pues bien, es esa estética colorida y brillante y a la vez sucia y deprimente la que llama la atención durante toda la película, como quien cubre una pared mugrienta con una guirnalda o una cabeza sin pelo con una peluca centelleante.

Una puesta en escena con especial hincapié en la música, la iluminación y el arte (coloridos ambos) adorna un guión un tanto simple y poco ambicioso. Un drama muy norteño, tanto en sus personajes, todos aislados en sus problemas, incomunicados y perturbados como en su propio planteamiento ¿Alguien ha visto el segmento del documental de Slavoj Zizek sobre Taxi Driver? Esa figura del chico deprimido que salva a una chica aún más deprimida dice mucho de la moral paternalista estadounidense.

Si ponemos a conversar la primera y la segunda película de esta crónica veremos que son dos caras de la misma moneda. Here Alone es un drama post-apocalíptico sobre una madre que ha perdido a su marido e hija recién nacida y trata de sobrevivir en un bosque. De nuevo un personaje que se enfrenta a un problema emocional, en este caso el luto, y en la vida del cual irrumpen dos figuras, el compañero, paternal, seguro de sí mismo y con convicciones férreas; y la pobre jovencita, débil, insegura y siempre necesitada de ayuda. Parece que el título no está demasiado bien elegido ya que deja de cumplirse a los diez minutos de película. Lo que estaba siendo una interesante análisis del luto, de la soledad y la naturaleza, se convierte en un capítulo malo de The Walking Dead, con personajes estúpidos en situaciones ridículas. Sobra mucho metraje y los puntos interesantes como la toma de decisiones o los momentos de tensión se pierden por una mala gestión del ritmo de montaje. Constantes interrupciones de la acción con flashbacks, mal. Dejar al espectador que imagine lo que ha podido pasar para que un personaje llegue a la situación en la que está, bien.

Pero no todo en el cine es Estados Unidos y bien se encargó de recordárnoslo el festival de Sitges al traernos el pase doble del documental de Arata OshimaThe Sion Sono junto al estreno de The Whispering Star. Gracias.

En el documental, Sion Sono empieza hablando (borracho) sobre lo que significa el cine, la verdad fílmica, la vida. Afirma que no deberíamos valorar las películas por buenas o malas, sino si retratan la vida o no. Una visión tan autoral del arte resulta extremadamente necesaria en el punto de la historia en el que estamos; en un momento en el que tenemos docenas de películas iguales hechas en serie, sin ningún tipo de intención autoral, discursiva o artística.

Siguiendo esta máxima que Sono nos propone, The Whispering Star no es buena, ni mala; es la vida. La vida de una androide encargada de repartir objetos a sus legítimos dueños por toda la galaxia, que a veces llegan años tarde. Gracias a todos estos viajes, la androide va comprendiendo poco a poco qué significa ser humano. Especialmente dramático es su visita a los restos de la central de Fukushima (o a su equivalente galáctico). En blanco y negro y con unos decorados sencillos y funcionales, Sono hace un ejercicio de narración a un ritmo muy lento, donde abunda la repetición y el tiempo para la reflexión del espectador. Una película que ha llevado años en la mente y que hasta ahora no había sido capaz de realizar.

En la otra cara de la moneda tenemos la autoría de Nacho Vigalondo con su Colossal, una comedia de kaiju con Anne Hathaway y Jason Sudeikis. Vigalondo ha traído a esta edición de Sitges su particular batalla de monstruos gigantes que destrozan Seul, mientras paralelamente una errática Anne Hathaway trata de reconstruir la vida que cada noche echa al garete a base de copazos. Su propuesta es autoral y original, y esto, con los medios que dispone y en la factura que tiene la película es de un mérito enorme. Es una lástima, por lo tanto, que tras media película construyendo personajes, tramas y relaciones, con momentos realmente brillantes de humor, se deje todo a un lado y tengamos que ver a esos mismos personajes cambiando por completo su comportamiento para justificar el final. Que de nuevo, no es un mal final, pero el camino que lo precede requiere demasiado.

Colossal cerró la primera noche del festival de Sitges con un buen sabor de boca y con la sensación en el cuerpo que pese a que esta edición no tenía el nivel de algunas anteriores, habrían propuestas muy interesantes y autorales por llegar.

También vimos propuestas tan variadas como Inside, Train to Busan, The Love Witch, Karaoke Crazies y The Lure.

Sitges, día 2: Godzilla, rey de los monstruos

 

Sábado 8. ¡Qué grande es Gerard Depardieu! Es un tipo que rebosa la pantalla hasta en las acciones más cotidianas, y esto tiene más que ver con su forma de actuar que con su peso. Es la forma de respirar, de moverse, de comer y de hablar, todo lo que hace lo hace de forma compulsiva, trabajosa y casi animal. En la cinta de suspense The End, de Guillaume Nicloux, Depardieu llena su casa de objetos, llena los silencios con charlatanería nerviosa y la quietud y la calma con ira y desesperación. No es de extrañar entonces que cuando su personaje, un cazador, se pierde en el bosque, se acentúe esa sensación de asfixia que nos acompañará durante toda la película. No hay explicaciones y no hay nombres para los personajes, de la misma forma que no hay carteles que indiquen cómo salir de ese bosque o cómo tratar a los que lo pueblan. Muy interesante.

La mañana del sábado proponía un tándem apetecible, saltamos de Prado a Auditori para ver la que sería una de las películas con menor división de opinión del festival. Comanchería (o Hell or High Water) ha sido una de las sorpresas más agradables de Sitges, este western moderno resulta excelente en todas sus facetas. Desde el guión dramático plagado de comedia que crea un potente vínculo empático con unos personajes perfectamente detallados y bien dirigidos, hasta la complejidad de su cinematografía que acompaña y nunca abruma, pasando por la banda sonora de Nick Cave y un elenco de actores que dan lo mejor de sí (en especial destacan Jeff Bridges y Ben Foster). Pero no es sino el discurso de la película lo que la hace especial, y no porque se posicione en un lado o en otro, sino porque argumenta lo que muestra, es un discurso con el que se puede dialogar, retrata múltiples puntos de vista ante un problema y no entra en moralinas ni adoctrinamientos. Viéndola se pueden establecer paralelismos con otros westerns de antaño como Pat Garrett y Billy el Niño de Peckinpah pero con el aliciente de tratar un tema de rabiosa actualidad como es el poder que ejercen los bancos sobre la prole; elogiable ya que nunca abandona su faceta de cine de entretenimiento.

De The Anthem of the Heart (Kokoro ga Sakebitagatterunda, de Tatsuyuki Nagai), uno de los platos fuertes de la sección Anima’t, diremos, sin entrar en muchos detalles, que propone unas cuantas reflexiones sobre las relaciones amorosas en la adolescencia y sobre el autoestima bastante interesantes. Es una película con cierto valor en cuanto a la educación emocional. Más allá de eso, un drama romántico musical bastante justito.

Y si el día anterior teníamos a Vigalondo haciendo sus pinitos en el subgénero kaiju, este sábado tuvimos al rey de los monstruos gigantes con Shin Gojira. En este reinicio de la franquicia, Anno (creador de Neon Genesis Evangelion) y Higuchi (quien nos trajo las películas de Attack on Titan) han rescatado gran parte de la esencia del género, tanto por la estética del monstruo y del film, como el tono, como la propia propuesta narrativa, centrando la acción en los gabinetes de emergencia del gobierno japonés en los que se toman las medidas para frenar al monstruo que arrasa Tokio. El resultado es una obra trepidante, con una ingente cantidad de personajes y un ritmo muy elevado. La música y el montaje dan vida a un monstruo que aterroriza tanto las calles como los despachos. La película está marcada por un fuerte discurso imperialista y muestra unos tejemanejes políticos dignos de House of Cards.

La última película del sábado fue la producción catalana La Propera Pell de Isaki Lacuesta e Isa Campo, protagonizada por el joven Àlex Monner (Polseres Vermelles). En este drama ambientado en el Pirineo, Monner interpreta a un chaval que vuelve a casa con su madre tras ocho años desaparecido, ella intentará volver a una normalidad relativa mientras que él quiere marcharse de un lugar que ya no es el suyo, ya que no recuerda gran parte de su pasado. La Propera Pell es un proyecto que nace a partir de casos reales de jóvenes que vivieron situaciones parecidas, según nos contaron en la ronda de preguntas y respuestas posterior. Los intérpretes tuvieron muy presente estos casos y adaptaron parte de esas vivencias a la película, lo que le confiere al film un ambiente veraz en las escenas más cotidianas. Es en esos momentos en los que el drama llega a asustar; lamentablemente esa sensación se pierde en las escenas más cinematográficas, en conversaciones que se tornan forzadas y guionizadas. Hay un contraste importante entre el drama real y el drama impostado, eso desequilibra el ritmo de la película y hace que no acabe de ser homogénea.

En conjunto el sábado fue muy potente y, probablemente, el único sin notas negativas. También vimos propuestas tan variadas como Safe Neighborhood, The Void, Proyecto Lázaro, Seoul Station, It Stains the Sands Red y Miruthan.

Sitges, día 3: De repente, un extraño

 

Domingo 9. Un día algo menos espectacular, con sólo una película redonda: El Extraño (The Wailing, de Na Hong-jin). La historia de un pueblo de provincia en el que empiezan a sucederse asesinatos extraños, posesiones y hechos inexplicables que la gente atribuye a un forastero japonés que vive en la montaña. Este bombazo de más de dos horas y media contiene uno de los clímax más largos, agotadores y asfixiantes del festival de Sitges, esa sensación se acentúa ya que durante la primera mitad de la película hay continuamente un humor entrañable que genera empatía hacia los personajes; el policía torpe y holgazán, la hija espabilada y respondona, la suegra… bueno, la típica suegra. La película contiene escenas de rituales casi hipnóticas, una especie de trance con el que se nos sumerge en el folklore coreano, nepalí y católico. Una forma fresca de disfrutar del terror a la que poco estamos acostumbrados en occidente.

Al principio de esta crónica comentábamos cómo esta edición destaca por el número de celebridades invitadas, una de ellas fue un icono de la serie B de los 80, conocida por películas como Re-Animator (Stuart Gordon, 1985): hablamos de la encantadora Barbara Crampton, que venía acompañando al equipo de Beyond the Gates. Todo apuntaba a una versión gore y entretenida de “Jumanji” pero acabó siendo otro refrito ochentero lleno de interrupciones en la trama y donde el humor y la sangre quedan demasiado recatados como para entretener a nadie. En una cinta cuya trama principal es que los protagonistas han de ganar un juego de VCR para sobrevivir, que constantemente se deje de jugar al juego sin motivo aparente es mala señal. Huele a plot-blocking al estilo “Stranger Things”.

En los últimos años ha habido un auge de películas y series de inspiración ochentera, ya hemos mencionado Stranger Things pero podríamos sacar a la palestra también Kung Fury o Turbo Kid. Algunos de estos proyectos nacen del cariño y buscan homenajear aquellas películas con las que muchos directores se criaron, pero es tal la cantidad de obras de este estilo que se echan en falta películas autorales, que hagan avanzar la historia del género. Faltan voces que en lugar de hablar de 80’s hablen de 2016’s.

Por todo esto duele aún más encontrarse con estropicios como Vestigis (de Ivan Morillo), cuya presentación era tan esperanzadora ya que apelaba a un joven talento en la dirección, a un elenco de actores de teatro comprometidos, a la colaboración de la ciudad de Roses, en la costa catalana, volcada con el proyecto, y a un productor que volvía al cine con ganas y energía. Ese entusiasmo contrastaba con la actitud casi irrespetuosa de su guionista que dijo durante la presentación “haced el ejercicio de imaginar cómo sería la película con cien veces más recursos”. ¿Qué tipo de actitud es esa? ¿Cómo puedes pedirle a tu público que imagine otra película en lugar de la que está viendo? Esta actitud quizá sea fruto de una inseguridad, pero en cualquier caso es nociva para todo el sector del cine independiente. El objetivo de los cineastas independientes no debería ser “dar el salto” a las grandes ligas, sino contar todas aquellas historias que las majors se niegan a contar, arriesgar en fondo y abanderar el cine como arte más allá del entretenimiento. Y más allá de la intención del guión, Vestigis brilla cuando no hay diálogo, cuando el director narra con sus propias herramientas. La mejor secuencia de la película es un momento onírico entre dos personajes femeninos, en esos cinco minutos se dice más de la relación entre ellas y del mundo interior de la protagonista que en todo el resto de película, que se encuentra engalanada por discursos grandilocuentes, referencias a blockbusters y situaciones ridículas que no aportan absolutamente nada.

Por todo lo anterior Vestigis representa una oportunidad perdida, pero el hecho de que haya existido debemos valorarlo como esperanzador, veremos como más adelante en el festival de Sitges encontraremos películas que compensarán con creces este mal trago. También vimos propuestas tan variadas como Museum, La Autopsia de Jane Doe, Psychophonia, Downhill, The Windmill Massacre y Hidden in the Woods.

Sitges, día 4: Deodato viejoven

 

Lunes 10. Buen ejemplo de cómo esta edición de Sitges ha permitido el diálogo de tres maneras muy diferentes de ver el cine entre tres cineastas de avanzada edad. Y es que en esta edición se han estrenado películas de tres grandes: Paul Schrader (70), Werner Herzog (74) y Ruggero Deodato (77).

Schrader, guionista de Taxi Driver y Toro Salvaje, dirige a Nicolas Cage y Willem Dafoe en Dog Eat Dog, un thriller dramático de atracadores al estilo GTA V. Una película irregular, con un potente apartado visual y unas interpretaciones decentes pero que renuncia a desarrollar a los personajes o a mantener cualquier tipo de tensión en la narración. Es complicado saber qué intentaba hacer Schrader con su película ya que son las partes cómicas las que mejor funcionan y parece que el drama es un aderezo que no acaba de encajar.

Herzog en cambio demuestra que está de vuelta de todo en su Salt and Fire hasta el punto que los personajes se ríen de ellos mismos en medio de un momento dramático, la cámara aparece reflejada en algunos espejos durante algún que otro plano secuencia o los dos niños ciegos parecen tener visión dependiendo del plano. A él le da igual, Herzog quiere montar una coreografía con steadycam en un secuestro, quiere mostrar la desertización del planeta y quiere hacer gags visuales una vez toda la trama está resuelta. Lo bueno es que es consciente en todo momento de lo que está pasando y por qué, no podemos decir lo mismo del que viene a continuación.

El italiano Ruggero Deodato, revolucionario del género mondo con Holocausto Caníbal en el 80, vuelve con una película de estudiantes de erasmus fumados que tienen que resolver un asesinato. Él comentó en la presentación del pase que era una película fresca, joven y de terror entretenido. Nada podría estar más alejado de la realidad: Ballad in Blood es una amalgama de situaciones ridículas, jóvenes semidesnudos sobreactuados y una trama que se repite una y otra vez. Deodato intenta ser joven y no le sale.

Tower de Keith Maitland compone la nota diferente del día (y posiblemente del festival de Sitges en su categoría), este documental tiene una premisa sencilla: recrear mediante animación y grabaciones de archivo, principalmente sonoro, la primera matanza en un centro educativo estadounidense. Nos referimos a la mañana en la que un joven ex-marine llamado Charles Whitman subió a la azotea de la torre del reloj de la universidad de Texas y comenzó a disparar a los transeúntes. Hay dos puntos en este documental que lo convierten en interesante, el primero es obviamente la forma, ya que estamos hablando de animación por rotoscopia al estilo A Scanner Darkly de 2006, con lo que se permiten licencias visuales muy interesantes. Por otro lado, el enfoque del documental es de narrar el suceso de manera objetiva, mediante testimonios de las víctimas y sin entrar en analizar la figura del asesino, alejando al espectador del hecho concreto y haciendo que vea el suceso con perspectiva, para que pueda reflexionar sobre qué consecuencias ha tenido en la sociedad americana y el contraste entre cómo actuó la gente entonces y cómo actúa hoy en día. Es esta propuesta tan atípica la que choca y sumerge a quien se asoma a mirar, la que rompe con esa capa de insensibilidad que no nos ha quedado más remedio que construir ante la cotidianidad de estos sucesos.

También vimos Blair Witch, Before I Wake, Creepy, Mon Age y Desierto.

Esto cierra la primera parte de la crónica del festival de Sitges, cuatro días muy intensos con películas que van a dar muchísimo de que hablar. Pero creedme cuando os digo que lo mejor está aún por llegar.