Crítica de La Enviada del Mal (2015, Oz Perkins)

La Enviada del Mal

La Enviada del Mal da inicio al comenzar el periodo vacacional. Kat y Rose se ven obligadas a permanecer en el internado debido a la ausencia de los padres de ambas. La incursión de una entidad demoníaca que se resguarda entre esas paredes marcará su destino para siempre.

La ópera prima de Oz Perkins supuso una auténtica declaración de intenciones. Al responsabilizarse del guion y la dirección, el cineasta dejó su impronta en aquellos aspectos fundamentales que no solo se reflejan en lo puramente estilístico, sino también en el trasfondo de una historia intensa y emocional.

Su don a la hora de explorar la parte más humana de los personajes se pone especialmente de manifiesto al entrar en contacto con la tragedia, fusionándose con una maldad cruda y despiadada. Prueba de ello es la notable interpretación de Kiernan Shipka en el papel de Kat, en cuya mirada confluyen tristeza e incertidumbre, sentimientos que revelan el complejo debate moral que la aprisiona. El vínculo que establece con su compañera Rose (Lucy Boynton), a priori fortuito, alimenta al amenazante espectro de la muerte, provocando una desgracia no pronunciada que se camufla entre preocupaciones adolescentes universales, como las relaciones o el deseo de aceptación. Cuando aparece una tercera chica llamada Joan (Emma Roberts), el argumento se articula igual que un rompecabezas en el que las piezas terminan encajando.

Un elemento definitorio de La Enviada del Mal es el vacío, que habita en cada una de las localizaciones. Predominan los interiores, frente a escasas pinceladas de un mundo exterior nevado y solitario, con la única excepción de la escena en que un grupo de estudiantes transita como un rebaño adiestrado. El internado femenino donde se desarrolla la acción nos contagia su sensación de encierro mediante aulas, cuartos y pasillos bañados en siniestros claroscuros. Dichos espacios mutan de manera significativa al advertir el peligro generado por el dominio de lo extraño. Los planos abiertos potencian la consciencia de lo invisible, cosa que ocurre en el confuso diálogo entre Kat y el padre Brian; la silla desocupada nos inspira inquietud, la misma impresión que gritan los asientos vacíos del auditorio durante el número a piano de la joven.

La Enviada del Mal

La elegancia estética que nos regala el film, con Julie Kirkwood a cargo de la dirección de fotografía, se vale de primeros planos tomados desde atrás, que indagan en la psique de los personajes con el fin de descubrir lo que ocultan en situaciones límite. El uso de ángulos picados y contrapicados fomenta el efecto de tensión, acompañándolo de una serie de flashbacks que transmiten información muy relevante. A su vez, el contraste entre la brillante composición musical, obra de Elvis Perkins, y el silencio absoluto es un ingrediente más que nos adentra en la peculiar atmósfera de horror.

A lo largo de la trama podemos apreciar la identidad autoral del cineasta, que ya en su debut prestaba mucha atención a los símbolos para lograr precisión escénica. Desde el calendario del mes de febrero, condenado a representar una ilusión que jamás se materializará, al modo en que las jóvenes contemplan sus reflejos en distintos espejos, su fijación por los cuchillos o la constante presencia del color azul en cortinas, baldosas y prendas de ropa. Nada es casual, todo tiene una razón de ser.

El relato se estructura en torno a la visión del mal, una figura diabólica que exhibe la imagen de lo “uncanny” a través de su difuminada sombra. Esa terrorífica voz que, desde el otro lado del teléfono, envenena la mente de quien la escucha. El clímax abre la puerta a la violencia explícita y precipitada, dejando un rastro de sangre a su paso. Tras experimentar un exorcismo clásico, la conclusión final da la oportunidad a la protagonista de abrazar el dolor que eludía, sumida en el eco ensordecedor de la pérdida.

Podéis disfrutar de esta película en el catálogo de Prime Video.