Con la imagen inicial, Soy la bonita criatura que vive en esta casa ya demuestra que no se trata de una propuesta de terror al uso. Una hipnótica figura espectral (Lucy Boynton) desdibujada entre las tinieblas simboliza aquello que está por venir, refugiada en poéticos susurros de pesadilla. La línea narrativa del relato actúa como una siniestra caricia, atrayéndonos con delicadeza al sombrío umbral en el que la existencia y el más allá confluyen.

Bajo el manto de un mundo que sobrepasa lo terrenal, Lily interpela directamente a quienes la escuchan. Que el personaje mire al espectador sin pestañear y le haga partícipe de sus sentimientos y experiencias, gracias a la voz en off, nos permite profundizar en sus temores internos. El recurso de la cámara subjetiva en momentos concretos se convierte luego en un ojo que escudriña las estancias y acecha a la chica, anticipando el peligro invisible. La visión de la puerta de entrada marca un nuevo comienzo que, de manera inconsciente, se va tornando amenazante, y ata a su cuello una rígida soga de tensión que la acompaña de ahí en adelante.

La capacidad de introducirnos en atmósferas inquietantes, configuradas mediante elementos de gran belleza, es una cualidad a la que el director y guionista Oz Perkins nos tiene acostumbrados. En su antecesora February y en la reciente Gretel & Hansel, con un guion elaborado por Rob Hayes, se evidencia que posee un talento indiscutible para otorgar calidad y originalidad estética a unos escenarios cuyo papel es fundamental en la trama. La vivienda de Iris Blum representa un claro ejemplo. El lamento invade cada uno de sus muros y las ventanas reflejan recuerdos trágicos, en una particular exhibición de piezas de antaño, como un teléfono fijo o una máquina de escribir clásica.

Una característica definitoria en la construcción del ambiente es el modo de emplear los silencios, los cuales se alternan con el recurrente canto de los grillos, el sonido de la lluvia y la magistral composición musical, que corre a cargo de Elvis Perkins, hermano del cineasta. Además, en la confección del espacio se dejan ver sutiles homenajes a sus progenitores, Berry Berenson, de quien podemos apreciar un retrato en la sala de estar, y Anthony Perkins, presente en forma de referencias sonoras pero también visuales. Cabe destacar que la pérdida es un tema intrínseco en todas sus películas, enfocado desde una sensibilidad personal siempre latente.

Si algo resulta realista en la concepción de Soy la bonita criatura que vive en esta casa que se muestra en pantalla, es la atención a los detalles, que incluyen pinceladas de lo extraño. Una silla del revés sujeta a la pared, una alfombra girada o varios volúmenes de la colección de novelas creadas por la escritora se sumergen en perturbadores claroscuros, escondiendo lo terrible y desconocido. La efectiva labor de la directora de fotografía Julie Kirkwood complementa a la confusa manifestación del paso del tiempo, con la que somos testigos de la evolución de Lily. Absorbida por la casa, la soledad la lleva a hablar con los objetos que la integran y a obsesionarse con uno de los libros de la autora y con su protagonista, la enigmática Polly Parsons.

El ayer y el hoy se fusionan a medida que el fantasma impregna el lugar de irregularidades, empujando a sus huéspedes a la locura. Esto contribuye al deterioro psíquico de Iris y establece un fuerte paralelismo entre Polly y Lily, una suerte de desdoblamiento irreversible. La erradicación de la memoria concluye con un círculo de tormento donde limbo y condena se difuminan y ofrecen una fatídica explicación de “lo que ocurre después”.

Podéis encontrar esta joya titulada Soy la bonita criatura que vive en esta casa en el catálogo de Netflix.