Stephen King es, sin duda, uno de los narradores contemporáneos más conocidos del género fantástico. Algunas de sus novelas ya se han convertido en clásicos, como Cementerio de animales (1983), It (1986) o Misery (1987).  Quizás este sea uno de los motivos por los que su obra ha sido llevada a la pantalla innumerables veces, unas con más éxito que otras. Carrie (Brian De Palma, 1976), por ejemplo, se ha convertido en un paradigma de la adaptación cinematográfica. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. En ocasiones, los guionistas no consiguieron crear un producto digno; recordemos El cortador de césped (Brett Leonard, 1992) o Children of the Corn (Kurt Wimmer, 2023), entre otras.

A pesar de todo, hubo un filme muy peculiar que quedó en el olvido: La rebelión de las máquinas (1986). Este fue el único trabajo de Stephen King como guionista y director, y le procuró no solo una nominación a los Premios Razzie, sino también la humillación de la prensa: las críticas, negativas en su totalidad, terminaron hundiendo el proyecto.

Pero, ¿qué fue lo que salió mal?

La rebelión de las máquinas está basada en Camiones, un relato que forma parte de la antología El umbral de la noche (1978). Escrito por el propio King, trata acerca de unos vehículos que cobran vida y deciden destruir a la humanidad. Intentando no morir, un grupo de desconocidos se atrinchera en una gasolinera y se dispone a luchar contra ellos.

El relato narra cómo los personajes enloquecen ante tal situación. Evidentemente, el concepto no es nuevo. La sociedad siempre ha temido una posible rebelión de las máquinas, y este recelo se ha convertido en una constante: en los noventa era común creer que acabaríamos siendo esclavizados por los ordenadores; ahora, en el primer cuarto del siglo XXI, nos aterroriza el imparable desarrollo de la inteligencia artificial.

En consecuencia, tanto el cine como la literatura han abordado este tema. Existen películas como 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), Almas de metal (Michael Crichton, 1973), Terminator (James Cameron, 1984) o I Am Mother (Grant Sputore, 2019). Pero también hay novelas: Yo, robot (Isaac Asimov, 1950), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Philip K. Dick, 1968), Robopocalipsis (Daniel H. Wilson, 2011) y Klara y el sol (Kazuo Ishiguro, 2021), por citar solo algunos ejemplos.

A simple vista, el argumento de Camiones no parece tan complejo como el de las obras mencionadas, aunque en realidad lo sea. La interdependencia entre el humano y la máquina, y el hecho de que ninguno pueda existir de manera autónoma se ha vuelto un lugar común. En la historia de King, los personajes ni siquiera son capaces de desplazarse más allá de la gasolinera porque no pueden controlar a los vehículos. Y, por supuesto, estos requieren de combustible para circular; luego alguien debe encargarse del repostaje.

En un momento determinado, una chica grita: “¡Nosotros los hemos fabricado! ¡No pueden hacernos esto!”. Y más tarde, el protagonista piensa: “Pero son máquinas… Independientemente de lo que haya ocurrido, de la conciencia colectiva impartida, no se pueden reproducir. Dentro de cincuenta años serán moles herrumbradas, desprovistas de todo poder; cadáveres inmóviles que podremos apedrear y escupir”.

Tristemente, el carácter filosófico del pensamiento que se refleja en la novela fue eliminado en La rebelión de las máquinas. Por alguna razón, Stephen King prefirió dar un volantazo —nunca mejor dicho— y rodar una comedia negra. Los camiones siguen atropellando a gente, pero a ritmo de AC/DC.

Dicho esto, cabe señalar que la dirección de King, si bien técnicamente carece de personalidad, sorprende por una característica bastante peculiar: el uso insistente de los colores verde y rojo. Y es que la mayoría de los escenarios, los camiones y los personajes se hallan envueltos en esta combinación cromática. El primero se asocia a la salud, al crecimiento y la renovación —además, es el color de la sostenibilidad y la ecología—; el segundo, al peligro y la violencia —aunque también simboliza la fuerza y el poder—. La mezcla de ambos en la escenografía de la cinta llega a transmitir cierta confusión al espectador, que se traduce en la consabida pregunta: ¿por qué no podemos fiarnos de las máquinas si, al fin y al cabo, las hemos diseñado y fabricado nosotros?

En definitiva, la teorización que rodea a Camiones y a su adaptación cinematográfica, La rebelión de las máquinas, es cuanto menos interesante. Stephen King renegó de esta última, y acabaron desapareciendo las dos. Sin embargo, creemos que vale la pena reivindicar su valor. Estas historias no solo tratan acerca de vehículos asesinos, sino de la vulnerabilidad del ser humano frente a la soberanía de su propia creación. Así que, si has leído este artículo y sientes curiosidad, tal vez quieras plantearte rescatarlas del olvido.