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En mi piel

Con todo lo que ha avanzado la medicina hasta nuestros días sabemos que el cuerpo es una máquina bien engrasada, donde cada órgano, músculo o hueso tiene una función determinada y hace que todo funcione adecuadamente. Sin embargo, dependiendo de situaciones que la mente no pueda controlar o que resulten difíciles de asimilar puede surgir un desligamiento con el cuerpo, dando paso a un impulso autodestructivo donde la principal víctima es el propio cuerpo. Y por mucho que la palabra “automutilación” pueda sonar fuerte, es habitual hasta cierto punto. Al fin y al cabo, o nosotros mismos o algún conocido ha experimentado mutilaciones socialmente aceptadas, ya sea arrancándose costras, comiéndose las uñas, quitándose violentamente un padrastro, explotándose granos o un largo etcétera.

Esta desconexión corporal es el problema de Esther, la protagonista. Pese a vivir de manera aceptable con su novio en un buen piso y recibir una buena noticia en el trabajo, no todo es perfecto. El punto de inflexión se produce en una fiesta cuando se hiere de gravedad, pero parece no sentirlo hasta mucho tiempo después. A partir de ahí, Esther no volverá a ver su cuerpo como antes. Sintiendo deseos de explorarlo, descubrirá un macabro gusto por ver cómo puede cortar su propia piel con facilidad y cómo ese acto le genera alivio. Y llegados a este punto, la trama podría dirigirse hacia un terreno donde la casquería y el body horror fueran los únicos puntos importantes de En Mi Piel. Pero la visión que plantea Marina de Van (directora, guionista y actriz protagonista) plasma el cuerpo como algo que hay que explorar sin fines de voyeur y no se detiene solo en el gore, pues se trata de una violencia que tan bien hacen sus compatriotas galos: No resulta agradable de ver, no se recrea en ella y se siente sucia.

No solo es interesante la deconstrucción que se hace de la identidad de Esther a través de su piel y hasta qué extremos puede perforarla, su entorno también juega un papel importante a la hora de forjarse una imagen de ella misma. Por un lado, está Sandrine, la amiga del trabajo que no puede evitar sentir envidia hacia los logros laborales de Esther y que sus sentimientos derivarán en la más inmensa repugnancia cuando descubra la nueva afición de su compañera. Por otro lado, está Vincent, el novio, quien da la sensación de que trata el cuerpo de Esther como si fuera el suyo propio, como si debiera tener bajo control en todo momento y borrar la mínima imperfección. De hecho, su comportamiento sigue un patrón que comienza con un evidente y hasta cierto punto comprensible enfado con ella, para luego desembocar en la autoculpa y finalmente en una condescendencia y sentimiento de protección a toda costa, fruto del malestar que le produce ver a su novia teniendo un comportamiento fuera de lo normal.

En mi piel

Aunque el punto álgido de la situación se da en el entorno laboral. Ciertamente un ascenso o una tarea importante puede jugar una mala pasada. La propia Esther admite “cortarse porque estaba agobiada”, algo que llevará al límite al avanzar el metraje. Pero como no podía ser de otra manera, sus impulsos no son compatibles en una sociedad donde la imagen lo es todo y la normalidad es lo qENue prima. Solo puede ser ella misma alejada de su hogar y sola, donde sus pulsiones no sufran ningún freno. Y por fin se da la reconexión con su propia carne, a base de cortes y sangre en una secuencia que podría encajar con el vampirismo o con una Elizabeth Bathory para ser más concretos, pero aplicado a su propia persona, dejando claro que a través del dolor y de la sangre uno siente la vida correr por su organismo.

Desde sus créditos iniciales pasando por escenas en la que se muestra el paralelismo de la mutilación con los alimentos hasta su secuencia clímax, se juega con el hecho de que para componer o recomponer hay primero que descomponer. De este modo, los pedazos que quedan son el mecanismo para volver a sentirse terrenal y volverse a sentir en conexión con las personas de alrededor, por lo que un desmembramiento se convierte en un sórdido viaje de autodescubrimiento. Y se puede intentar, pero finalmente un impulso tan salvaje y que va tan unido a la autodestrucción es difícil contenerlo, algo que sin duda tiene en común con otra película de misma nacionalidad como es Crudo de Julia Ducornau, o incluso, X is for XXL de The ABCs of Death, el corto de Xavier Gens, guarda ciertos paralelismos con la imagen del propio cuerpo y cómo lo ve una sociedad.

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