A Field in England se ambienta en el Siglo XVII. Durante la Guerra Civil Inglesa, un grupo de desertores se adentra en la campiña con intención de buscar una taberna en la que llenar sus estómagos con comida y cerveza. No tardarán en toparse con un peligroso alquimista que, mediante sus artes oscuras, les obligará a ayudarle a encontrar un supuesto tesoro enterrado en esas tierras inglesas.

La película comienza con un cartel de advertencia: esta película contiene flashes e imágenes estroboscópicas. A partir de ahí podemos deducir que A Field in England no será un viaje fácil, y mucho menos si sufrimos de epilepsia.

De todas formas no necesitamos ninguna advertencia para saber que estamos ante una película complicada, de las que pueden atragantarse. Basta con saber que su director es Ben Wheatley, experto en torcer morros gracias a títulos como High-Rise, Kill List, Free Fire o el reciente y polémico remake (o nueva adaptación de la novela de Daphne Du Maurier, para ser más exactos) de Rebecca, la película de Alfred Hitchcock.

A Field in England es tan desconcertante, que incluso me cuesta encasillarla en un género. Sé que aquí se viene a hablar de terror, y por eso he traído esta película, porque entre su potaje de géneros, entre los que destaca la comedia y el suspense, también está el terror, lo turbio, lo incómodo. Quizá no es el terror entendido como lo entendemos la mayoría, pero sí es el terror de la paranoia, de la incertidumbre, de saber que algo va mal y no puedes controlarlo. La sensación de que todo se te ha ido de las manos. En ese sentido, A Field in England es perfecta para hacer una sesión doble junto con Clímax, de Gaspar Noé. Son casi la misma película, con la diferencia de que en una disparan y en la otra bailan.

A Field in England es una película de las llamadas “raras”, y lo es, pero quizá menos de lo que parece a priori. Su narrativa es peculiar, salpicada de momentos surrealistas, como esos planos fijos donde los personajes posan, sin ninguna razón lógica, como en una pintura clásica, o la enervante escena de la cuerda o la del tío saliendo de una tienda de campaña. Pero hasta ahí. Su trama es mucho más lineal de lo que la extravagancia del conjunto nos permite ver. Quiero decir que A Field in England no es un rompecabezas como Inland Empire, de David Lynch, o Primer, de Shane Carruth. En ese sentido, está más cerca del cine de Luís Buñuel. Si además añadimos a la ecuación setas alucinógenas, el asunto se retuerce más si cabe, y es que es importante recalcar que durante buena parte de la historia, los personajes están drogados.

Pero da igual, sigue siendo una película lineal y más accesible de lo que parece. A Field in England no deja de ser una historia sobre la evolución de un personaje que empieza siendo A y termina convertido en W por culpa de los sucesos que ocurren a su alrededor. Perros de Paja, de Sam Peckinpah, sería un buen referente en ese aspecto. Whitehead, nuestro protagonista, empieza siendo un intelectual mucho más refinado que el grupo de tipos que le acompañan, formado por mercenarios, soldados y hechiceros, todos ellos vulgares, idiotas, violentos o siniestros, nada que ver con él. Pero poco a poco, Whitehead irá transformándose en otro tipo de hombre.

Es gracioso ver cómo, tanto al principio como al final, los personajes parecen cruzar una barrera (hecha de arbustos) que los separa de lo que sería una película bélica de época común y corriente, una película que nunca llegaremos a ver. A Field in England es la cara B de esas películas; Ben Wheatley nos lleva al lugar que nunca se nos muestra en las películas de guerra: el terreno sin conflicto, donde no hay batallones de soldados, explosiones, caballos y disparos. Los personajes huyen de la producción cara y ortodoxa, y se adentran en una campiña donde sólo hay árboles, hierba y setas. Es como si el Nicolas Cage de La Roca se hubiese pasado toda la película en un cuarto de baño de Alcatraz mientras fuera de cámara sucede la acción trepidante que nadie nos va a mostrar porque, en realidad, no hay presupuesto para rodarla.

Esto me recuerda a Señales, de Shyamalan, y sus naves extraterrestres oportunamente invisibles. Claro que es un recurso justificado, de sobra, igual que lo es la ausencia de escenarios bélicos en una película bélica como A Field in England, pero no me negaréis que es una buena estrategia para ahorrarse unos dólares en efectos especiales y al mismo tiempo quedar como un señor.

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