Crítica de Mil Gritos Tiene la Noche (1982, Juan Piquer Simón)

Mil gritos tiene la noche

Mil Gritos Tiene la Noche arranca cuando en una universidad de los Estados Unidos una chica es asesinada y su cadáver aparece sin la cabeza. Al poco tiempo, otra chica es asesinada en la piscina de la Universidad y su cuerpo destrozado. La policía decide poner una mujer-policía en la Universidad, camuflada como profesora de tenis. Posteriormente, una periodista que investiga las muertes, es también asesinada, y otras dos chicas mueren con sus cadáveres horriblemente mutilados.

Tengo una relación de amor-odio con las películas torpes (o cutres, como queráis llamarlas, aunque no es un adjetivo que me guste demasiado). Me apasiona cuando una película es torpe sin pretenderlo; cuando sus creadores creen de corazón estar haciendo algo bueno o medianamente bueno, aunque el resultado final termine siendo un desastre sin pies ni cabeza. En cambio, detesto con toda mi alma cuando una película busca ser cutre a toda costa para caer bien a los fans del verdadero cine cutre. Y es un error, porque el cine cutre o torpe surge de la espontaneidad, de las circunstancias y de la sinceridad. Una película cutre que busca conscientemente ser cutre, no es cutre; es un bodrio sin gracia. Es el niño imbécil de la clase que se pasa el día haciendo el idiota para llamar la atención y que todos se fijen en él.

Mil Gritos Tiene la Noche, de Juan Piquer Simón, pertenece a la primera categoría, la de las películas torpes hechas de corazón y sin vergüenza, sobre todo sin vergüenza. Viendo Mil Gritos Tiene la Noche, uno tiene la sensación de que en ella todo o casi todo surge de forma natural, por impulsos, casi improvisando sobre la marcha, aprovechando los recursos que tenían a mano para ir enriqueciendo la historia base que había en el guión. Cuando digo que es una película hecha sin vergüenza ni complejos, me refiero a que en ella hay momentos tan demenciales, que uno da por sentado que el director sabía que eso era un disparate, pero le daba igual porque quedaba bien en pantalla y ayudaba a que la historia llegase del punto A al B de forma amena y, a veces, surrealista.
Recordemos esa escena en la que el asesino se cuela en un ascensor, con intención de masacrar a una nueva víctima, ocultando la motosierra detrás de él, como quien trata de esconder un ladrillo.

Recordemos el momento Bruce Lee de Hacendado que no viene a cuento y que se justifica con “es que es mi profesor de kung fu”.
Y recordemos los últimos segundos de película, esa sorpresa final que, contra todo pronóstico, funciona a su manera aunque parezca improvisada tras cuatro cubatas y sea una salida de tiesto muy poco acorde con lo que la película estaba siendo hasta ese momento. Pero no estamos ante una cinta precisamente coherente, ni falta que le hace. A fin de cuentas, cuando acabó el rodaje y el director se dio cuenta de que no había suficiente material para armar un largometraje, rodó escenas adicionales sin demasiada relación para rellenar huecos. Eso explica muchas cosas. Pese a todo esto, Mil Gritos Tiene la Noche no huele como esas películas que son conscientes de sí mismas. Es torpe, pero su torpeza es de verdad, no fingida. Sus chorradas y chapuzas fluyen con naturalidad, no con ansias de llamar la atención siendo excéntrica, y por eso la respeto.

Otro aspecto que no podemos ignorar es su alma de giallo. Mil Gritos Tiene la Noche está mucho más cerca de Rojo Oscuro o El Destripador de Nueva York que de Viernes 13 o Halloween. El asesino en serie fetichista obsesionado con reconstruir el cuerpo de su madre con partes de otras mujeres y así devolverla a la vida, al mismo tiempo que le rinde homenaje al puzle prohibido de su infancia, parece sacado de un filme de Argento, Bava o Fulci. También podría considerarse un precedente del cine de asesinos en serie “con una misión”, como el psicópata de Seven o, muy especialmente, el de Resurrection. De hecho, la película de Russell Mulcahy podría ser una secuela de la de Juan Piquer Simón. Pero lo más importante radica en lo divertida que es y en sus pocos inconvenientes a la hora de mostrar sangre. A su manera, es el slasher perfecto: tiene ritmo, tetas, va al grano y es sangriento. Hay slashers mejor valorados que no cumplen nada de eso. Cuando pienso en un slasher generoso con el espectador, pienso en Mil Gritos Tiene la Noche.

Eli Roth dijo de esta cinta que era todo lo que un fan del género espera encontrar cuando ve una película de terror, y estoy de acuerdo. Mil Gritos Tiene la Noche es una película irrepetible, una joya que hace converger en un mismo punto la torpeza con la genialidad, el absurdo con la violencia bruta, el humor involuntario con el delirio.
De esta película tenemos que estar tan orgullosos como lo estamos de la paella… Pero no de la formal paella valenciana, no; ¡la paella punk de chiringuito con guisantes, mejillones, tiras de pimiento rojo y un chorrazo de limón!