La Calle del Terror – Parte 1: 1994 nos presenta a Shadyside, una pequeña ciudad en la que se están cometiendo una serie de sangrientos asesinatos. Un grupo de adolescentes descubre que esos actos violentos pueden estar relacionados con otros similares ocurridos hace décadas. Una maldición que se remonta varios siglos atrás se está cebando con Shadyside.

Nunca he sido muy fan del escritor R.L Stine, ni antes ni ahora, pero el tipo tiene todos mis respetos porque es innegable que si hoy en día soy un lector es, en parte, gracias a Stine. A fin de cuentas, el primer libro que leí en mi vida fue uno suyo, en concreto de la serie Pesadillas (Hay Algo Vivo). No me apasionó, igual que no me apasionó la serie de televisión basada en dichos libros (me gustaban más los muñecos, esos que venían en una bolsa verde que se disolvía al echarla en agua y tú tenías que rebuscar las piezas de la figura en ese mejunje grumoso, igual que pasaba con los Guerreros de la Basura… En fin, cosas de gente mayor), pero, insisto, fue mi primer contacto con la literatura, mi primer libro. Y es que eso es lo maravilloso de R. L. Stine, que da igual si te gusta su estilo juvenil o si prefieres algo más duro, el caso es que su obra, especialmente la serie Pesadillas, es ligera, atractiva (esas portadas) y es de terror, un género que gusta a los chavales. No me extraña que tanta gente se haya convertido en lectora gracias, entre otros, a Stine, independientemente de si luego continuaron leyendo sus libros. El caso es que ya estaban contagiados con el virus de la lectura, y eso es lo que cuenta.

Pero no toda la obra de este prolífico autor está destinada a niños y jóvenes. Existen algunas excepciones, como la serie La Calle del Terror, adaptada ahora en forma de trilogía por el titán del streaming, Netflix. Teniendo en cuenta que la serie La Calle del Terror está formada por una considerable cantidad de libros, es extraño que Netflix no haya optado por hacer lo que hace todo el mundo ahora: una puñetera serie llena de episodios lentos y aburridos para rellenar las diez temporadas que pretenden realizar. No, en vez de eso han rodado tres películas. Mucho mejor así, más condensado y sin relleno innecesario. Aunque tras ver la secuela (La Calle del Terror – Parte 2: 1978), cosa que he hecho mientras escribía esto, y fijarme en cómo está construida la historia, yo diría que, más que una trilogía de películas, es una mini serie de tres episodios de una hora y cuarenta minutos cada uno. Pero bueno, que cada cual saque sus conclusiones.

Os voy a ser sinceros, estoy hasta las narices de la cultura de la nostalgia. Estoy cansado de que cada día estrenen una película o serie que intenta homenajear/revivir (mal) al cine de los 80, removiendo una y otra vez el potaje de la nostalgia. Está muy bien que guste el cine de esa década (a mí me gusta, por supuesto), pero me parece aburridísimo que muchos no salgan de ahí y se coman cualquier truño sólo porque tiene un poster de diseño retro y una banda sonora cargadita de sintetizadores, aunque el parecido con lo que se hacía en los 80 empiece y acabe ahí, como suele suceder. ¿Queréis ver una película que de verdad (insisto: de verdad) se parece a algo hecho en los 80? Echadle un vistazo a The House of the Devil, de Ti West. ESO es parecerse a los 80, no Stranger Things, ni Turbo Kid, ni Psycho Goreman ni nada de ese estilo. Meter niños con bicicletas no basta para emular esa década.
Lo que quiero decir con esto es que en principio no tenía ganas de ver esta película, y mucho menos la trilogía completa, pero el otro día estuve en un centro comercial de Málaga, y por alguna razón lo habían elegido para forrarlo de arriba abajo con material promocional de estas películas, y como soy un pobre infeliz manipulable me dieron ganas de verla. ¿Sólo por eso? Bueno, sí, y también porque la película no transcurre en los manidos años 80, sino en los 90.
La Calle del Terror – Parte 1: 1994 empieza con un simpático homenaje a Scream, de Wes Craven, y ya ahí empezamos a percibir que no estamos ante una película de terror-gominola para adolescentes. Hay sangre, hay muertes y hay palabras malsonantes. Bien. No es que esto sea Martyrs, ojo, pero tampoco es Pesadillas: La Película. Hay un amplio término medio, y ahí es donde se encuentra La Calle del Terror.
La trama se desarrolla como un típico slasher de los 90, aunque poco a poco lo que empieza siendo una historia de asesinos enmascarados masacrando jovenzuelos, acaba mezclando brujería y elementos puramente fantásticos. De modo que, aunque en un principio pueda parecer un revival de Scream o Sé Lo Que Hicisteis el Último Verano, no tardaremos en darnos cuenta de que, para bien o para mal, los tiros van en otra dirección.

Esto es el típico producto de Netflix, con su típica estética y su típica fotografía, que no pasará a la historia y que caerá en el absoluto olvido antes de lo que creemos. Pero no es culpa de La Calle del Terror – Parte 1: 1994, sino de la inmensa cantidad de películas y series que se producen hoy en día entre productos para cine y para plataformas. Es una locura. Por eso es poco común que un título actual tenga una vida larga. Tenga el éxito que tenga un producto, a la semana siguiente se estrenará otro puñado de series y películas que lo sepultarán. Es por eso que hoy, tal y como están las cosas, una película o serie tiene que destacar muchísimo en todos sus aspectos para conseguir mantenerse a flote el tiempo suficiente como para no caer en el pozo negro del olvido. En resumen: tiene que ser especial, muy especial, y La Calle del Terror no lo es. Es una buena película, muy divertida, con algunas sorpresas que no nos vemos venir (muertes inesperadas que me dejaron entre sorprendido y triste), pero ha llegado en una mala época. Demasiada competencia para un producto tan ligero y poco innovador.

He leído opiniones que comparaban La Calle del Terror – Parte 1: 1994 con una de las grandes gallinas de los huevos de oro de Netflix: Stranger Things. Creo que es imposible no compararlas, primero porque ambas se revuelcan como gorrinas el charco de la nostalgia, y segundo porque son productos de Netflix, y ya sabemos que casi todo lo que hace Netflix se parece entre sí (hablo de la fotografía y su textura). Hay una homogeneidad que rara vez se rompe y que no vemos en las producciones originales de otras plataformas. Por ejemplo, Sound of Metal, el remake de Suspiria o la más reciente Sin Remordimientos, son títulos originales de Amazon, pero no parecen títulos originales de Amazon. Parecen películas, a secas. Cada una con su propio estilo.
En cambio, Netflix decidió que casi todas sus producciones, ya fuesen series o películas, tuviesen la misma capa de pintura. Se me hizo muy raro, por ejemplo, ver El irlandés en cines, una película de Martin Scorsese, y notar la misma puñetera fotografía plasticosa de Netflix. Y no, no son imaginaciones mías; literalmente, Netflix elige qué cámaras se usan para rodar sus producciones.
Lo que quiero decir con todas estas divagaciones es que, pese a que La Calle del Terror – Parte 1: 1994 y Stranger Things sean estéticamente gemelas y las dos tengan en común, además de parte del elenco, el mismo espíritu retro-nostálgico, el parecido termina ahí… por suerte. La Calle del Terror – Parte 1: 1994 es mucho más gamberra, más consistente y, sobre todo, mucho más entretenida (las ventajas de contar una historia en menos de dos horas en vez de en diez episodios de una hora cada uno, es decir, en diez horas).

Sea como sea, creo que para hablar con propiedad de esta trilogía es necesario haber visto todas las películas y valorar el conjunto, ya que, como he dicho antes, más que tres películas son tres episodios largos cuyas tramas dependen las unas de las otras.
Por lo pronto puedo decir que su secuela, La Calle del Terror – Parte 2: 1978, todo un homenaje al slasher de campamentos de verano en la línea de Viernes 13, me ha parecido superior. Por poco, pero superior. Y lo que es mejor: pese a continuar y expandir la historia de la primera entrega, manteniendo el tono y el rollo juvenil, se trata de una película muy distinta.

Pero de esto ya hablaré otro día.