Cargar a cuestas con el apellido Cronenberg hace que todo tu trabajo se examine bajo una lupa de adulación que puede catapultarte al estrellato o enterrarte en lo más profundo del fango. Tras salir airoso con Antiviral, su primer proyecto tras las cámaras, el primogénito de la familia Cronenberg ha logrado cautivar a medio mundo con Possessor, un tecno-thriller que bajo su sencilla premisa oculta toda una exploración filosófica que encandilara a aquellos dispuestos a indagar bajo el preciosismo visual de la propuesta.

El punto de partida de Possessor no resulta novedoso para aquellos espectadores que ya se hayan topado precisamente con thrillers sobre robos de identidad previamente, sin embargo, en esta ocasión lo que se ofrece al espectador es una apabullante experiencia tanto sensorial como filosófica, donde todo aquellos que se oculta tras la vista es lo realmente importante. Andrea Riseborough pone cara a esa dualidad humana que se encuentra dentro de todos nosotros, una constante batalla entre nuestra salvaje naturaleza y los constructos que nos permiten vivir en sociedad. Con un desarrollo narrativo que en manos de otro director podría haber caído fácilmente en una historia de acción de tres al cuarto, Brandon logra crear su propio microcosmos paralelo a nuestra realidad.

Si algo ha adquirido Brandon de su padre es la facilidad para crear grandes universos paralelos al nuestro, donde todo se siente tan real que nuestro mundo pasa por un momento a ser una simulación de una verdad mucho más estimulante impresa sobre el celuloide. Los golpes de efecto puntuales, en forma de salvaje body horror con sus buenas dosis de gore, nos recuerdan la fragilidad del ser humano ante un entorno hostil y descarnado construido desde sus mismos cimientos para consumir la vida de forma lenta pero inexorable. En este pequeño universo creado en Possessor la privacidad es un simple recuerdo a merced del mercado y la avanzada tecnología que tanto nos asusta se siente más cercana que nunca.

Quizás la película no logre sacar todo el jugo posible a una pareja protagonista más preocupada por simbolismo de sus acciones que por el desarrollo narrativo propio, sin embargo, los fascinantes juegos de luces y los notorios movimientos de cámara que invaden gran parte del metraje no nos nublan el camino, si no que nos permiten adentrarnos en una dolorosa realidad de lo que uno solo puede salir lastimado y con la imperiosa necesidad de repasarse la lección en casa mediante posteriores revisionados.