La privación del sueño se ha convertido a lo largo de los años en un elemento recurrente el cine de género. Las posibilidades oníricas que se abren cuando nuestro protagonista atraviesa varias noches en vela se convirtieron en el elemento principal de la franquicia Pesadilla en Elm Street, dando pie a una inmensa variedad de productos que utilizaban la privación del sueño como principal punto de desarrollo para sus personajes. Sleepless Beauty intenta explorar el lado más realista de esta situación, creando un producto que divaga a medio camino entre el torture porn, el thriller político y el terror onírico, pero que a fin de cuentas no logra cumplir con ninguna de sus pretensiones.
La premisa de Sleepless Beauty no podría ser más sencilla: una joven profesora es secuestra y obligada a participar en un extraño experimento donde la única condición es mantenerse despierta en todo momento. A medida que su encierro se prolonga será sometida a una serie de estímulos de lo más bizarros, que poco a poco irán haciendo mella en su voluntad. Mientras todo esto ocurre la trama aprovecha para intentar desarrollar una floja trama policial entorno a la desaparición de la joven y una aún más decepcionante trama política con tintes conspiranoicos de por medio. Ambas subtramas nacen con el objetivo de dinamizar un ritmo que se ve enormemente lastrado por el pobre uso que se hace de la única locación en la que trascurre la mayor parte de la trama, sin embargo, estas salidas ocasionales al mundo exterior aportan poco al espectador, convirtiéndose a medida que avanza el metraje en una molestia en lugar de un alivio.
La película intenta crear una malsana atmósfera entorno al encierro sufrido por nuestra protagonista, la dureza de su situación se hace patente desde los primeros compases de la historia y la bizarra realidad virtual a la que se ve sometida nos ofrece los momentos más escabrosos de la película, sin embargo, en ningún momento el espectador logra conectar emocionalmente con la protagonista, impidiendo que la suciedad y sufrimiento del personaje afecte a quienes observamos con aburrida indiferencia su sufrimiento.
Pavel Khvaleev no ofrece elementos visuales que mejoren la historia, con una dirección correcta, pero a la que le falta la garra necesaria para atrapar al espectador. La gran mayoría de los recursos que emplea se han exprimido hasta la extenuación en infinidad de producciones, creando una constante sensación de déjà vu. Las intenciones no son malas, pero la ejecución de las mismas deja bastante que desear, impidiendo que el director ruso termine de despegar tras varios proyectos a sus espaldas que han logrado captar la atención del público de occidente (III, Involution).
En resumen, Sleeepless Beauty nos recuerda a los peores momentos del torture porn, en un thriller con interesantes ideas que no logran llegar a buen puerto. Una fallida producción que no logrará encandilar ni a los más aficionados al subgénero.