Mi corazón no late si no se lo dices narra cómo Dwight y Jessie son obligados a recorrer las calles en busca de vagabundos y prostitutas. ¿La razón? Su hermano menor es un vampiro y necesita ser alimentado.

Con esa peculiar premisa, Mi corazón no late si no se lo dices podría haber sido una comedia negra en la línea de la genial Lo que hacemos en las sombras (y su notable versión televisiva), pero nada más lejos de la realidad. Se trata de una película triste y descolorida mucho más cercana al drama familiar que al terror. De hecho, el elemento terrorífico es, no os voy a engañar, nulo. Pero tampoco es que Jonathan Cuartas, su director y guionista, pretenda asustarnos.
Su intención es otra. Con Mi corazón no late si no se lo dices, se busca dar una nueva vuelta de tuerca al mito del vampiro, y lo consigue. Es una película cercana al tono melancólico y triste de Déjame entrar, de Tomas Alfredson, y similar al enfoque realista que planteó Abel Ferrara en The addiction, donde se nos muestra al vampiro como lo que es, un adicto que necesita consumir sangre tanto como el cocainómano una raya. Pero Cuartas va un paso más allá y convierte al monstruo en un ser débil y dependiente como un enfermo, incapaz de conseguir sangre por sí mismo, de ahí la complicada obligación moral a la que se ven arrastrados sus hermanos: matar para poder alimentar al patético vampiro y mantenerlo vivo porque, a fin de cuentas, es su familia.
El director subvierte así una de las claves básicas del género, desechando el modelo de vampiro poderoso, depredador y seductor, y colocando en su lugar a un pobre infeliz que apenas consigue mantenerse en pie, que pide a gritos la eutanasia y que ni siquiera es capaz de conseguir sangre por sí mismo.
Como decía, con estos ingredientes era fácil que surgiera la comedia, pero en realidad el único sentimiento que nos transmite la historia es lástima hacia ese vampiro cansado de ser lo que es, que en su desesperación y soledad, termina siendo él quien invita a un humano a entrar en casa.

Como ocurría con Q, la serpiente voladora (es una asociación tan forzada que me dan ganas de pegarme una bofetada, lo admito, pero ahí se va a quedar), esta película puede entenderse como la combinación de tres mini películas. En Q, la serpiente voladora teníamos una película de sectas, una de monstruos y una policíaca, todo en una. En Mi corazón no late si no se lo dices, hay drama familiar, cine de vampiros y película de asesinos en serie. Y como película de asesinos, o al menos el alto porcentaje que corresponde a dicho subgénero, funciona de maravilla. Toda esa parte, tan seca, violenta y realista, logra que la película tenga otra dimensión más turbia y oscura. Incluso podría decirse que es más un thriller de asesinos en serie que de vampiros, ya que los principales cimientos de la historia se basan en las cacerías que estos dos hermanos llevan a cabo para buscar sangre y los dilemas morales a los que se ven sometidos. Lo del vampirismo está ahí, pero no es lo más importante.

Mi corazón no late si no se lo dices es una película humilde, discreta y pequeñita, de esas que, como The man from earth, cualquiera podría haber hecho si se le hubiese ocurrido primero. Y ahí está la cuestión: no es tan fácil que se te ocurra, y menos todavía ser capaz de conseguir que tu historia se adapte al presupuesto y no al revés. Contar una buena historia con los recursos técnicos justos y cuatro dólares en el bolsillo es un arte que muy pocos dominan como es debido. Aunque esté lejos de la calidad de grandes títulos low cost, como Coherence, Los cronocrímenes o la reciente Host, Jonathan Cuartas ha sabido jugar bien sus cartas, consiguiendo que en una película de vampiros no haya colmillos, ni crucifijos, ni monstruos ardiendo al contacto de la luz solar, y aún así tenga sentido e interés.