Susana tiene que dejar su vida en París trabajando como modelo para regresar a Madrid. Su abuela Pilar acaba de sufrir un derrame cerebral. Años atrás, cuando los padres de Susana murieron, su abuela se encargó de ella como si fuese su propia hija. Susana necesita encontrar a alguien que cuide de Pilar, pero lo que deberían ser solo unos días con su abuela, se acabarán convirtiendo en una terrorífica pesadilla.
El terror que despierte un asesino en serie, fantasma o zombie jamás podrá equipararse al miedo que supone envejecer. ¿Qué son las arrugas sino una antesala a la muerte que un día u otro nos alcanza? Un adiós acariciado por el recuerdo de nuestros seres queridos, espectadores en primera fila de nuestro declive. Ley de vida, dicen.
Sobre esa premisa, Paco Plaza y Carlos Vermut han unido fuerzas para traernos La Abuela. Puede que no sea la mejor obra de ambos, pero ni pretende ni necesita serlo: tanto su calidad como su mera existencia hacen latentes el excelente estado de salud en el que se encuentra el terror patrio. Plaza, otora co-creador de la saga [·REC] junto a su colega Jaume Balagueró, se refleja en los primeros Polanski, en Suspiria de Luca Guadagnino y directa e indirectamente en el trabajo de Vermut (atención a cierto guiño) para filmar su película más hermosa hasta la fecha. No exageramos cuando decimos que cada plano es un cuadro. Y más allá de la estupenda labor de Daniel Fernández Abelló en la fotografía, el lienzo no puede ser más minimalista: un apartamento y tres actrices en estado de gracia: Almudena Amor, Vera Valdez y Karina Kolokolchykova.
Cada pieza del triunvirato que conforma el esqueleto central de La Abuela goza de una construcción exquisita. Hay espacio para admirar la tierna aunque siniestra figura frágil de Valdez, para estudiar el misterioso rostro de Kolokolchykova, para entender el corazón encogido de Amor. Sería injusto no detenerse en ésta última, impecable en el carrusel de emociones que experimenta Susana a lo largo de esta pesadilla a fuego lento; uno se pregunta cómo sería su interacción con la Verónica que Sandra Escacena articuló hace unos años en la película homónima.
Siempre desde una óptica cruda, naturalista, La Abuela se descubre como un retorcido cuento de hadas que apuesta por el terror más puro en su último acto sin, por supuesto, renunciar a los costumbrismos propios de Plaza. No desvelaremos ninguna de las sorpresas, aunque aquellos que sonrieron al escuchar Yes Sir I Can Boogie en Cuento de Navidad, En Tierra Extraña en [·REC] 2 o Maldito Duende en la mencionada Verónica van a sonreír de oreja a oreja. Y, después de eso, el miedo. Nos lo vamos a pasar bien pasándolo mal.
La Abuela es una de las experiencias más fabulosas del año.