Marcos (Vicente Parra) trabaja en un matadero y vive en una triste casa en las afueras, en un páramo dominado por la pobreza y la delincuencia. Un día, sin saber muy bien la razón, se despierta en él un impulso homicida que le llevará a cometer multitud de asesinatos.

Eloy de la Iglesia, más asociado al cine quinqui con el actor José Antonio Manzano (El Pico 1 y 2, Navajeros, La Estanquera de Vallecas) que al terror, estrenaba en 1972 esta peculiar película que navega entre el costumbrismo castizo, el gore y la crítica social, poniendo al franquismo en el punto de mira, lo que, como era de esperar, le provocó bastantes dolores de cabeza con la censura.
A su manera, se podría decir que La Semana del Asesino se adelantó a la influyente novela American Psycho, de Bret Easton Ellis, empleando la figura del psicópata para criticar o satirizar la situación social del momento. Si la obra de Ellis lanzaba dardos al feroz capitalismo yuppie de los 80, De la Iglesia los lanza contra el franquismo y la desigualdad social imperante.
¿Qué despierta el instinto asesino de Marcos? No se explica de forma explícita, pero yo me aventuraría a teorizar que todo es causado por una insolación en su propia casa debido a que el pobre hombre no tiene ni para un miserable ventilador (y mucho menos para una vivienda digna) a pesar de ser un currante. Un golpe de calor le funde los circuitos, y de ahí a matar. Aunque realmente creo que la insolación sólo le hace cometer un asesinato; el primero, el del taxista. Toda la espiral de violencia que viene después es el círculo vicioso en el que nuestro protagonista entra para ocultar sus asesinatos. Cada nueva muerte busca evitar que las anteriores salgan a la luz.
También cabe la posibilidad de que la teoría de la insolación que pongo sobre la mesa sea una chorrada. No descartemos eso.

La Semana del Asesino podría haber sido una comedia negra si a Eloy de la Iglesia le hubiese dado la gana, pero no es el caso a pesar de que la trama se presta a ello (un asesino que no puede dejar de asesinar porque de esa forma oculta que es un asesino). De hecho, es una película sin apenas un atisbo de humor, y es que la membrana que separa a un género cinematográfico de otro es mucho más fina de lo que imaginamos. En cualquier caso, reconozco que el único chiste que encontramos en toda la película me hizo mucha gracia; me refiero a cuando el obrero encargado de enseñarle al protagonista el funcionamiento de la nueva máquina del matadero se empeña en recordarle con todo lujo de detalles cómo fue la horrible muerte de su madre.
Lo que podría haber resultado cómico, en manos de Eloy de la Iglesia se vuelve turbio y desagradable, tanto que al acabar la película uno tiene ganas de ducharse. La compra de una cantidad ingente de ambientadores para tapar el mal olor provocado por la acumulación de cadáveres, los perros rodeando el domicilio atraídos por el hedor a podrido, el protagonista llevando al trabajo restos humanos en una bolsa de deporte para convertirlos en Avecrem… Insisto, aunque estas ideas se presten al cachondeo, el director se encarga de que todo resulte incómodo y sucio.
Ni siquiera hay una subtrama policial, sólo el día a día de un perturbado mental, igual que ocurría en Henry, Retrato de un Asesino y Maniac.

Por su parte, Eusebio Poncela interpreta a Néstor, el misterioso, casi fantasmagórico, amigo de Marcos y la única persona con la que el asesino parece sentirse cómodo.
Es imposible no hacer aquí referencia al obvio trasfondo homosexual presente en la historia, y es que no es necesario ser ningún genio para darse cuenta de que entre Néstor y Marcos hay más que simple amistad, a pesar de que en ningún momento llega a resultar explícito ni a verbalizarse en pantalla. La tensión sexual entre ambos personajes es evidente, y al final ni siquiera los hachazos de la censura consiguieron ocultar la realidad de esta subtrama que, si bien no termina de ser un pilar fundamental, deja constancia de que Marcos, como perturbado mental, no está solo; su amigo no se queda atrás. Néstor es un joven adinerado que vive en la zona “buena” de la ciudad (algo tan clasista como la calidad de su domicilio le evita pasar la noche en el cuartelillo por no llevar el DNI encima. La lógica de la época y el franquismo con pestazo a Brummel y Varón Dandy: si vive en una zona buena, es un ciudadano de bien), pero se siente atraído por la cara opuesta de su mundo y su modo de vida. Como Eloy de la Iglesia, de quien muy probablemente el personaje interpretado por Poncela sea un reflejo, en él hay un interés morboso por los bajos fondos, el suburbio. Néstor espía a Marcos, conoce su secreto homicida, y aún así siente atracción hacia él.

Mucho se critica el final de la película, tachado, incluso por el propio director, de incoherente y blando. Se entiende que este final fue impuesto por la censura, ya que en la película podía haber violencia y sangre, pero que el asesino se terminase saliendo con la suya era inadmisible. El villano debía pagar por sus crímenes.
Tal vez no es el final deseado por el director ni por muchos espectadores, es posible, pero que se consiguiese hacer La Semana del Asesino en plena dictadura franquista ya es todo un logro. Lo del final impuesto es un mal menor.
No obstante, a mi entender no es un mal desenlace. ¿Por qué lo califican de incoherente? De hecho, ¿por qué tendría que ser coherente? El protagonista es un psicópata y toda la película está contada desde su punto de vista. No debería extrañarnos que la lógica falle.
Quizá no sea el final que muchos querían, pero a mí me parece un buen cierre. El asesino pone fin a sus andaduras, ya que de no ser por eso que decide hacer, los asesinatos habrían continuado hasta el infinito. A fin de cuentas, de eso trata La Semana del Asesino; un bucle sin fin en el que las muertes suceden con el objetivo de ocultar las anteriores. Entrar en esa dinámica y seguirla al dedillo significaría no acabar nunca.

La Semana del Asesino es un título a recuperar y reivindicar. Una película valiente por partida doble; primero por plantarle cara a la censura (y fracasando mayormente, pero lo que cuenta es la intención), y segundo por situarse en tierra de nadie, ya que resulta demasiado terrorífica y turbia para satisfacer al espectador que busca drama y denuncia social, y demasiado social para el que busca terror. Aunque esto último pueda parecer negativo, y normalmente lo es, en este caso funciona, ya que sabe fusionar ambos géneros y estilos, dando como resultado una película única capaz de gestionar y poner orden en sus contradicciones.

Disponible en FlixOlé.