A nadie se le ha escapado el estreno del teaser trailer de Rogue One: Una Historia de Star Wars, el spin off de la saga de Star Wars. Se trata del primer título dedicado a la trilogía antológica del universo de Lucas que acordó la compañía Disney tras la compra de Lucasfilm y que llegará a nuestros cines en las próximas navidades. En esta ocasión, el Imperio ha terminado de construir su arma más poderosa: la famosa Estrella de la Muerte. Sin embargo, un grupo de rebeldes decide realizar una misión muy arriesgada: robar los planos de la estación.

En su misión terminarán enfrentándose a un nuevo y titánico nuevo Lord Sith, un viejo amigo de la saga: Darth Vader. Volvemos al pasado de la mano del guión de John Knoll (supervisor visual de grandes películas como Pacific Rim, Super 8 o incluso Avatar), Chris Weitz (La Brújula Dorada, Luna Nueva o Cenicienta) y Gary Whitta, que también ha trabajado en joyas como la serie de animación Star War Rebels (que narra la historia de un grupo de rebeldes en la época en la que el Imperio ya ha empezado su gran conquista) o incluso el videojuego de The Walking Dead de Telltale Games. Estará dirigida por Gareth Edwards (Godzilla 2014).

Por supuesto, los escépticos tienen los brazos cruzados sobre el pecho y se miran el pastel con recelo. Aunque la compañía Disney demostraba su intención de ser fiel a la esencia de la saga creada por George Lucas con La Guerra de las Galaxias (o Star Wars: Una Nueva Esperanza) se sigue cuestionando muchísimas de sus elecciones. Uno de los argumentos más horribles que he oído y que causan más controversia se encuentra en la red. Estoy segura de que la gran mayoría habéis pensado en ello o incluso habéis leído algún comentario al respecto.

Me temo, amigos, que con mucha tristeza en el pecho debo comunicaros que la protagonista de Rogue One: Una Historia de Star Wars, cuyo nombre es Jyn Erso, es una mujer. Está interpretada por Felicity Jones, la ganadora de uno de los famosos galardones de la Academia por su papel en La Teoría del Todo junto a Eddie Redmayne. Y, por supuesto, hay gente en completo desacuerdo con el hecho de que se repita el género del protagonista de la nueva entrega de la saga y que han dejado claro su descontento.

Tenemos un horrible caso de gente ofendida. ¡Oh, no! Podría analizar uno a uno todos y cada uno de los comentarios anteriores hasta dejar sin argumento alguno a la muchachada que tiene tiempo que perder en cosas que les desagradan. Sin embargo, prefiero respetar su opinión con las reservas de que no voy a permitir que se postergue esta actitud sin expresar la mía.

Una protagonista femenina en un género de hombres genera controversia. Y esto nos remite a uno de los temas más recurrentes de la crítica de ficción audiovisual de estos años: el espectro de representación al que se debe un film. Durante los últimos años de mi breve vida, he podido observar cómo la gente se preocupaba por el perfil de un personaje u otro en la pantalla. El concepto de representación nace en la televisión europea, que impone una visión paternalista del consumo televisivo de su población. Va viniendo desde entonces y explota ahora que nuestra generación levanta el hacha de guerra respecto a las identidades. ¿Hasta qué punto es necesario representar colectivos en las pantallas?, se preguntan los creadores.

El cine, desde sus inicios, ha sido principalmente de hombres. Dirigido por hombres, visto por, mayoritariamente, hombres y cargado de potencial ideológico creado por hombres. Me salgo un poco de la línea al remitir al cine que se escapa del terror, pero supongo que a nadie sorprenderá saber que en todos los films, la mujer, como herencia de su supuesto papel en la cultura y la literatura, no pasa de ser un mero objeto de la historia del hombre. Revisitemos esta idea: en la construcción de una historia existe un sujeto de acción y un objeto de acción. Es decir, alguien que comete una acción y, por ello, carga con el potencial narrativo y alguien a quien afecta o sobre quién afecta.

Para aclararlo: si tomamos en cuestión el cine de aventuras clásico, el sujeto de acción sería el héroe y el objeto sería la muchacha a la que salva. ¿Cuántas veces hemos oído eso del: chico conoce a chica, chica conoce a chica, se enamoran, superan los baches y se casan? Adivinad quién era el protagonista. Ese es el papel de la mujer a lo largo de la historia del cine durante muchísimos años y, con mayor o menor tristeza, sigue presente; se trata de la mujer de alguien, la madre de alguien, la hija de alguien. La mujer es el objeto de la obra, un accesorio del protagonista.

Puedo entender la funcionalidad de un personaje dado, de un personaje secundario plano; pero cuando todos los personajes que quedan reducidos al servicio de otros personajes por excusas de la narrativa resultan pertenecer a un mismo colectivo, tenemos un problema de representación. Problemas como la controversia sobre la cantidad de personajes afroamericanos representados en los Oscars. Problemas como el tema de la identidad sexual de los personajes de ficción. Problemas como que un personaje femenino protagonista resulte algo cuestionable y pobre para los espectadores.

Recuerdo, así de paso, que el género melodramático es considerado un género femenino por su profundidad psicológica y emocional y que sirve, durante muchos años, de vehículo ideológico del papel de la mujer en sociedad. Durante los años 30, los woman films, terminan siendo parábolas para corregir la moralidad y comportamiento de las mujeres. Y lo cierto es que el cine clásico fantástico y de terror, el de monstruos, perpetúa esta herencia. En los primeros films, la mujer es poco más que un personaje secundario, un personaje al que salvar: como ocurre con Dracula o como ocurre con tantos otros. Llegados los años cuarenta, estalla el cine negro. Aparece otra idea terrible sobre el personaje femenino: el mundo femenino se divide en ángeles y diablesas en función de su capacidad sexual. Se trata de una herencia decimonónica aborrecible pero que triunfa en cartelera por diversas razones.

Por un lado tenemos mujeres serviciales y que carecen de ambición activa personal, y por otro lado las que pudieran tenerlo y cuyo más grande deseo es la perversión del personaje masculino tanto por activa como por pasiva. Es decir, encontramos personajes masculinos que se dejan seducir por esas femmes fatales sin que ellas participen de ese encandilamiento. Por un lado están las mujeres que se debería desear: de una belleza pasiva, delicada y benévola; y por el otro la belleza más lasciva, personificada en el cuerpo de una mujer exuberante y peligrosa, representante del mal. Unas rubias y las otras morenas. Pon la tele un domingo a la tarde y dime cuáles se escapan.

Hollywood es en gran parte responsable de la perpetuación de estos ideogramas y arquetipos. La mujer se transforma en el objeto de deseo del cineasta y del espectador, que se aprovecha de la visión exclusiva de la cámara y obtiene una situación privilegiada sobre el cuerpo de la mujer y su integridad. Así ocurre en la gran mayoría de los films del gran e inigualable Alfred Hitchcock, también conocido por sus hermosas mujeres: rubias, jóvenes, torturadas. Durante esta primera etapa del cine, toda representación está cargada de una fuerte base arquetípica fundamentada en ideales sexistas que clasifican qué identifica el carácter de un hombre y qué identifica el carácter de una mujer y en qué debe basarse la identidad de ambos. Y esta base es contra la que se plantea el discurso reaccionario del cine posterior y el actual.

El estudio ideológico sobre la ficción y la representación es, hoy en día, un diálogo principal entre los jóvenes en la red (más allá de los videos de gatitos y los memes) a los que nuestros tuiteros llaman o bien feministas o social justice fighters. Y por supuesto, existe un componente de intención denigrante en su desprecio a dichas palabras. Más allá de lo que me parezca ese menosprecio, me gustaría terminar de guiar este paseo sobre el papel de la mujer en el cine para terminar de exponer porqué el papel que Felicity Jones va a interpretar resulta tan insultante para algunos y tan importante para otros. La protagonista femenina llega al cine a través del género del melodrama. Y, por supuesto, las primeras transgresiones son a través de él. A medida que avanza la historia, la profundidad psicológica y la investigación sobre el papel de la mujer en sociedad dan como resultado obras en las que por fin se comprende el papel de la mujer como el de un personaje de un colectivo oprimido, cuando se la equipara con colectivos como el afroamericano u otros semejantes. En el género de la comedia, sirven como mecanismo de humor a través de la sensualidad y el erotismo o la ausencia de él; siendo rápidamente reducidas a su sexualidad. Recordemos a Marilyn Monroe.

Y, por supuesto, el género de acción les cierra las puertas a cualquier otra acción que no sean las que ya se le han asignado: esperar a ser rescatadas o sufrir el error de los verdaderos héroes del film. Nos quedamos en un mundo donde la mujer es un objeto de sensualidad hipersexualizado que sirve para el disfrute del hombre. Los personajes femeninos son escritos por hombres para hombres. El protagonismo de la mujer es un sutil mecanismo de control sobre sus ideales, su forma de vida. Y en este contexto, la protagonista femenina llega al cine de terror.

La mujer que atraviesa el horror, sobrevive y, además, lo hace con poca ropa. La mujer en el género de terror sufre la violación de hombres, entes paranormales o cualquier otra cosa imaginable. El maltrato de esta visión de la fémina deja una cicatriz en la historia del cine: la escena de la ducha de Psicosis no es más que el disfrute del control sobre el cuerpo indefenso de la mujer. Y así continúa, durante años, a través del giallo italiano, del horror del gore y, por supuesto del slasher. Se trata de una mujer indefensa, que atraviesa todas las torturas posibles. El cuerpo al descubierto en su gran mayoría, corriendo, endeble; y siempre esa imagen de que el espectador la ve morir frente a él con el disfrute propio de la exitosa narrativa del director que fuere. Pero entre toda la carnada, aparece el arquetipo de protagonista femenina del género de terror. Se trata de un arquetipo que vertebra la revolución del personaje masculino. La hipersexualización, la cultura pop y el morbo son una combinación que solo un género ha sabido aprovechar.

El slasher crea una protagonista femenina que se vuelve en contra de todo pronóstico contra lo que vertebra sus propios films a medida que avanzan los años. Pero tanto el slasher como el cine de terror no tan solo participa de dar un pequeño paso en el papel de la mujer al darle relevancia, sino que también participa de las bases sexistas del cine y por eso se enfrenta con la crítica feminista. Los inicios son crueles con estas protagonistas. Sin embargo, la final girl es el arquetipo más rebelde del papel de la mujer que existe en su momento. Se trata de la heroína de la historia, cuya relación con el antagonista es incierta. Una mujer en una obra donde la sexualidad se condena, dotada de características de género neutro que ayudan a que el espectador masculino consiga un mínimo de identificación con su sufrimiento.

En el slasher, la visión de la cámara es el asesino antagonista y la protagonista femenina es la heroína. Se genera una batalla entre la visión del film y la identificación con el personaje protagonista. Y de esta forma, con su éxito, la protagonista femenina llega a la gran pantalla. El slasher se transforma en un éxito de taquilla.Todo el mundo desea ser una final girl. La mujer protagonista llega a la gran pantalla de nuevo, esta vez con una dinámica distinta. El slasher se escribe en función de un público, buscando un target joven y al que se adapta.

Con el paso de los años se reformulan los esquemas, se toma conciencia del lenguaje creado, como ocurre con Scream y el papel de Sidney Prescott, que se ríe de la actitud ridícula de Laurie Strode, la protagonista de Halloween. A nadie le importa que las protagonistas de las películas slasher sean mujeres porque se cumplen con las características requeridas para el disfrute del espectador hegemónico: son mujeres, podemos verlas en muchas ocasiones perdiendo ropa, hay sangre y violencia y, si en algo podemos apreciarlas es por su fuerza.

La protagonista femenina adopta una fortaleza similar a la de un hombre. Pero mirémoslo de esta forma: pasemos por Ripley, de Alien; un papel inicialmente escrito para un hombre y al que se le cambió el género para rodar la película. Pasemos por Clarice Starling, que ‘se comporta como un hombre profesional’ para cazar a un asesino y recurre a su potente intelecto. Hablemos de profundidad de personajes, de personajes con historia, con sentimientos, con deseos; sin que ellos tengan que ver necesariamente con un hombre. Hablemos de antagonistas femeninas en las que la condición de su maldad no es su cuerpo o el deseo que el personaje heroico pueda sentir hacia él sino su personalidad, su historia: como la Anne Wilkes de Kathy Bates en Misery.

Hablemos de que, por primera vez, nos damos cuenta de que dotar a un personaje femenino con el protagonismo termina por demostrar las capacidades del mismo. Hablemos de que se consideran más como un hombre porque tienen relevancia, porque son una persona con identidad, porque son el sujeto de acción y no el objeto de acción de uno. Hablemos de que la protagonista femenina adquiere relevancia en el panorama cinematográfico ya no únicamente por su belleza. Pero aunque situar un papel femenino en el papel protagonista ofrece un potencial narrativo a las mismas y se investigan sus posibilidades, no es lo único que el slasher hacer por la representación de distintos personajes. Se recurre a la profundidad psicológica, a los problemas de su época, a una juventud dada.

Durante un tiempo, la cartelera está llena de muchachas que son capaces de empuñar un arma y derrotar al robot que quiere matar al hombre del futuro del que se ha enamorado, a su hijo años más tarde… El género de terror se actualiza a sí mismo para adaptarse a los nuevos espectadores, busca cuáles son sus miedos, sus situaciones, aquello que puede evitar que duerman por la noche. Siguen siendo madres, hijas, hermanas, esposas, pero también son suyas. Ya no hablamos de niñas poseídas, de mujeres que intentan engañar a un hombre para envenenarle; la mujer, que tanto tiempo había sido o bien la víctima o bien la atacante, ahora se convierte en su propia heroína.

Ya no hablamos de personajes femeninos al servicio de otros. Ahora bien, ¿si me atrevo a decir que las final girl son protagonistas de propaganda feminista que han llegado para quitar el papel protagonista a los personajes masculinos? Lo cierto es que no. Las final girls llegaron a su papel protagonista por unos motivos muy claros: la herencia del espectador hegemónico, el deseo masculino de muchachas semidesnudas aterrorizadas. Sin embargo, abrieron el camino para otros personajes. El slasher demostró que los personajes femeninos son tan capaces de cargar con el peso narrativo de un film como un personaje masculino, independientemente del género del mismo. La aparición de nuevas historias y la intención de atraer a un nuevo público femenino termina por incluir personajes femeninos en las historias dentro del grupo de aventuras, intentando hacerse con ese gran número de espectadores.

Es el caso de Leia Organa, la princesa rebelde o Trinity, en Matrix. Aunque ambas tienen un potencial sexualizado: todavía viven en un espacio en el que forman parte de una dinámica romántica y que generalmente las lleva a un romance con uno de los protagonistas masculinos. Dichos personajes femeninos siguen estando presentes para el disfrute del espectador masculino y siguen estando escritos en los márgenes de cómo los hombres las entienden. Después de todo, ¿cuántas figuritas hemos visto de la princesa Leia cuando viste de rehén? ¡Pero están ahí! Forman parte activa del grupo principal. Leia no es la hermana de Luke: es Leia. Leia Organa, la princesa rebelde que fue secuestrada y se las apañó para conseguir su rescate, la princesa que se enfrenta con descaro y sin recato a cualquiera que le lleve la contraria. Leia Organa, la madre de Kylo Ren y la líder de la Rebelión. La mujer de Han Solo y una de las heroínas de las historias, la mujer de la que Rey ha oído hablar. Una princesa que a veces necesitan que la rescaten y otras se rescata sola.

En resumidas cuentas, este es el abanico de personajes femeninos en la historia del cine fantástico y de terror: protagonistas, co-protagonistas, personajes secundarios… Presentes pero, ¿representadas hasta qué punto? El cine de terror siempre ha sido un híbrido de géneros, un espacio donde el drama y la comedia navegan con algo tan humano como el miedo, tan universal. Por esa razón, el protagonismo femenino en el cine de terror parece tan natural como el de un protagonista masculino.

Y ahora, en los dos últimos años, los productores de una saga tan universal como Star Wars, en un género aparentemente masculino, han cometido el ‘craso error’ de repetir el género del personaje protagonista durante más de una entrega (algo que no resulta un problema cuando se trata de personajes femeninos). El hecho de que un personaje femenino en el papel protagonista cause tanta controversia no es sino un reflejo de que las cosas en el cine están cambiando y que la gran discusión sobre la representación, esa idea tan europea y paternalista, sigue en pie.

Si un personaje femenino liderando una película de ciencia ficción causa tanta discusión, ¿qué ocurriría si un personaje como Luke Skywalker resultara ser, como bromeaba Mark Hamill, homosexual? ¿Se caería el cielo a trozos? ¿Puede ser, que de veras, el siglo XXI no esté preparado para afrontar carteleras donde el protagonista no siempre es el héroe masculino? ¿Qué opinas tú?