23F. Estamos en 1981 y el actor del método Antonio Tejero, el cual no debe confundirse con nuestro Fernando, más allá del símil facilón de liar la de Dios en un edificio de gente rara, se puso a las órdenes de José Luis Garci para crear la performance más compleja de la historia de nuestro país, con el objetivo de crear un entorno favorable a la investidura de Calvo-Sotelo y fortalecer grupos políticos en España. La poesía que subyace dentro de este brillante artefacto no es otro que el de disfrutar de la farsa a instancias de un golpe de estado; que los sabios detrás de esta locura brinden con jolgorio mientras los mendas del bar de al lado hacen las maletas para huir a Alemania. En definitiva: reírse del prójimo.

23F. Estamos en 2022 y se produce otro atentado terrorista. Pero este no es un atentado como otro cualquiera; en este atentando no hay personajes anónimos, ni victimas morales más allá de las bajas neuronales, ni caras tapadas, ni sosa caustica. Para más inri, este atentado está amparado por la Comunidad de Madrid, tiene patrocinadores, se celebra con gusto y ánimo anualmente y, como cerdos al matadero, uno acude encantado a que lo gaseen con horas y horas de material radiactivo que devolvería la vista al mismísimo Ray Charles. Otro año más. Otra Cutrecon. Otra losa de hormigón que cae sobre el buen gusto y los fans de Manuel Gutiérrez Aragón. Porque este año ha vuelto en todo su esplendor y guapura concupiscente; esa belleza que solo puede encontrarse en aquellos que valoran el onanismo consciente en las muecas de Jorge Sanz en la serie de El Inquilino y que disfrutan de la composición visual de los planos aberrantes de Campo de Batalla: La Tierra.

Cutrecon 2022 empezó pisando fuerte y con razones de peso: el leitmotiv de año ha corrido a cargo de aquellos bicharrancos prehistóricos de pata negra y bracitos de Kuato, aquella masa deforme de Desafío Total. Para que nos entendamos: los dinosaurios. Pero vayamos por partes. El pistoletazo de salida empezó en la Universidad Complutense, en la Facultada de Ciencias de la Información con una sesión doble de la mano de una de las industrias de cine más geniales y cochambrosos de nuestro tiempo: el cine de Uganda. ¿Qué no tenéis conocimiento de las joyas que salen de la mente de estos directores? Vean ¿Quién mató al capitán Alex?, película que costó lo mismo que gasta un chaval de la Moraleja en un fin de semana, pero cuyo resultado es infinitamente mejor. Y sin fachalecos. Como decíamos, la doble sesión comenzó con Bad Black, del mismo director que ¿Quién mató al capitán Alex?, perpetuando los valores de producción de su predecesora: VFX de Paint y cámara sin trípode. La película que siguió a Bad Black fue un documental sobre los comienzos de este tipo de cine y su consolidación como una vertiente de culto ente los fans de la serie B: Once Upon a Time in Uganda, una divertidísima mirada al cine de Uganda y con especial relevancia al papel de Nabwana I.G.G., director de las dos obras anteriormente mencionadas. Posteriormente se hizo entrega del prestigioso Premio Jess Franco a Alan Hofmanis, cabeza pensante y productor de varias películas de Wakaliwood, la Hollywood buena y sin Harvey Weinstein. Finalizó la velada la proyección de Mi adorado Monster y un coloquio posterior con los responsables de este curiosísimo documental que sigue los vaivenes de Arturo Bobadilla para acabar el santo grial maldito del fantaterror: Los resucitados. Para hacer una valoración crítica de este documental haría falta otra ficha aparte, ya que hay tanto que rascar, tanto que alabar. Sencillamente, véanlo (y léannos cuando publiquemos su crítica, plis).

Por la noche, tuvo lugar la sesión inaugural de forma oficial de la Cutrecon 2022 en la Cineteca, sitiada en el Matadero de Madrid, lugar paradójico para acoger esta proyección, ya que nos adentramos en la cuna de un espacio dedicado a ese cine de autor con ínfulas del estilo Fernando Arrabal; un espacio tan cuidado, tan atento y lleno de profesionalidad, a punto de ser invadido por despojos cinematográficos. Sin un asiento libre, las luces de esa especie de cesta de esparto que es la Cineteca empezaron a desparecer y dieron paso la magia del cine. La película seleccionada: New York Ninja del infame John Liu. Puro trash dominguero, sinvergüenza donde todo cabe: malos radiactivos, un Tino Casal con trenza y dotes de espadachín, especializado en el furioso ataque del Luchador Borracho; proxenetas, coreografías que sacarían los colores a cualquier personal trainer del IMSERSO y un largo ect. Bueno, y John Liu, cuya vida ha sido tan movida (llego a tener relaciones con el tráfico de blancas) que renegó de todo y se oculta en alguna parte de la selva vietnamita sin internet y teléfono. De hecho, la presente película estuvo desaparecida 35 años y cuando fue encontrada en un almacén de subasta, Liu renegó de ella. Su montador y realizador Kurtis Spieler tuvo que montar “una película” a partir de 6 horas de material bruto sin sonorizar. Para dar voz a los actores de New York Ninja se contó con la presencia de míticos del cine de serie B: Michael Berryman, Ginger Lynn Allen, Linnea Quigley, Cynthia Rothrock… Todo un (anti) espectáculo haber podido vivir esa sensación en pantalla grande.

Las proyecciones del día posterior arrancaron con otra infame y divertida doble sesión: Trog y The Last Dinosaur, de nuevo en la Facultad de las Ciencias de la Información. Pero el plato fuerte llegaría en la tarde con el clásico de cine basura español que es La Matanza Caníbal de los Garrulos Lisérgicos de Toñito Blanco: una especie de parodia que mezcla La Matanza de Texas, 2000 Maniacos y Las Colinas Tienen Ojos con el humor puramente cartoon (efectos de sonido inclusive) y todas las deficiencias que pueda tener una película grabada con 6 duros, material “robado” y becarios de televisión. Toda una oda al mal gusto, divertidísima y una de nuestras pioneras en cuanto a cine rodado directamente a video. El posterior coloquio contó con la presencia del codirector y productor Ricardo Llovo; Silvia Superstar, actriz de la película y líder del míticos grupo punk Killer Barbies; y Nico Campos, director del documental que se proyectó posteriormente sobre el rodaje de la película y la personalidad del tristemente fallecido Toñito Blanco, titulado Toñito Blanco Só, Perdido e Vicioso, todo un festival de perlas donde Blanco mostraba una personalidad fuerte, rotunda, critica con los procesos  de subvenciones públicas, el cine de autor y, especialmente, con Manuel Gutiérrez Aragón porque, como dice nuestro malogrado director, “el cine que lo hagan los autores, que las películas ya las haremos nosotros”. “No se trata de presupuesto, se trata de vender ideas”, dice orgullosa Silvia Superstar, cuya presencia en películas de serie B, más que encasillarla en un subgénero la enorgullecen porque “le flipa el cine terror”. Como apunte: Silvia estuvo a las órdenes de Jess Franco para su película Killer Barbys, un festival que hay que ver para creer.

Finalizaba el día con la doble sesión en el Cine Paz dedicado al Chuck Norris turco, Cüneyt Arkin: la emblemática Turkish Star Wars, gloriosamente restaurada en 2K, para apreciar mejor el robo directo de secuencias a la Star Wars original; y Death Warrior, una especie de ojo por ojo aberrante y tremendamente divertida que pusieron punto y final al día.