Una nueva moda ha llegado a Internet: invocar espíritus mediante una misteriosa mano embalsamada, dejarse poseer y grabarlo en vídeo. Mia, una joven que ha perdido a su madre, decide experimentar esta siniestra moda. Las cosas no salen como a ella le gustaría.

Los hermanos Danny Philippou y Michael Philippou, cuya carrera audiovisual tiene su origen en YouTube, dirigen su primera película, y lo cierto es que el resultado, cuanto menos, sorprende. Sorprende no solo por lo buena que es Háblame, sino también porque si os decidís a curiosear el canal de YouTube de estos dos hermanos (RackaRacka), comprobaréis que lo último que uno esperaría de ellos es una película tan sólida y seria como la que han hecho. Pasamos de un contenido (buenísimo y bastante trabajado, por cierto) que se mueve a medio camino entre Jackass y Venga Monjas, y que ya nos deja entrever que estos chicos saben lo que hacen incluso en sus vídeos más absurdos, a uno oscuro y seco, sin pizca de humor. Es como si Los Morancos se lanzasen a escribir y dirigir una película, y esa película terminase siendo… No sé… Hereditary.
Háblame no inventa nada nuevo, no muestra nada que no hayamos visto, pero tampoco considero que sea necesario deconstruir y revolucionar el género para que una película de terror sea buena. A veces basta con tener voz propia, y se puede tener voz propia sin inventar nada. Los hermanos Philippou toman ingredientes que nos son familiares y los usan para crear algo que ya nos suena, pero lo hacen cocinando bien esos ingredientes. No los estropean, sino que les dan el punto justo de cocción para que el plato resultante sea lo de siempre, pero bien ejecutado. Imagino que el hecho de que detrás de Háblame no haya un gran estudio de cine dictando normas ha sido fundamental a la hora de conseguir un resultado final con entidad propia y unas decisiones creativas que, quizá, en otras circunstancias habrían sido imposibles.

A pesar del uso de jumpscares, a los hermanos Philippou también les interesa manejar la tensión, el drama y la atmósfera. Hay sustos, pero no es una película exclusivamente de sustos. Digamos que aquí ocurre un poco lo mismo que en el cine de James Wan: los jumpscares están ahí, y siguen siendo un efecto algo facilón, pero no es lo único a lo que se le presta atención. Hay secuencias que no se basan en el sobresalto y la subida de volumen, y ahí es donde de verdad se nota que los Philippou tienen buena mano. Por ejemplo, resulta especialmente impactante el modo en que están rodadas las posesiones, unas veces por brutales (no entraré en detalles para no destripar nada) y otras por realistas y crudas (aquí cuenta sobre todo la edición de sonido). Quiero matizar que con realistas me refiero a que estas posesiones que vemos a lo largo de la película nunca o casi nunca caen en excesos y efectismos. No hay rostros deformados hasta lo monstruoso ni levitaciones a lo Evil Dead. Es todo mucho más contenido y, tal vez por eso, impactante. También me parece realmente interesante que las posesiones estén tratadas como los efectos de una droga que incluso llega a provocar adicción. Es una idea brillante.

Entre los varios temas que trata la película, como el luto o el paso de la niñez a la adolescencia y las peligrosas tentaciones que acechan en esa etapa (como el primer cigarrillo o jugar con una nueva ouija en forma de mano que se ha puesto de moda), está el espeluznante asunto de los móviles y los retos virales. Pasar una historia de terror más o menos convencional por el filtro de esa actualidad que vivimos día a día, puede dar resultados tan interesantes como Háblame, Black Mirror o Spree, título que todavía permanece inédito en España. Y es que todo lo que rodea al mundo de las redes sociales, el streaming y la obsesión por las apariencias y los seguidores, casa perfectamente con el género de terror y la ciencia ficción, sobre todo cuando se hace bien y de forma inteligente, como en este caso.
En definitiva, Háblame plantea una realidad alternativa en la que los jóvenes han cambiado los porros por las posesiones, con las consecuencias negativas, incluso mortales, que esta nueva moda, como casi todas, conlleva. De nuevo, otra idea brillante.

Mi consejo para verla es que dejéis a un lado las exageradas expectativas que algunos medios están lanzando, algo que jamás es bueno para las películas y que ya ha pasado factura muchas veces. No se puede vender todo título superior a la media como “clásico instantáneo”, “obra maestra” o cualquier otro calificativo inflado similar. Porque Háblame es muy buena, de verdad, pero si entráis en la sala dando por hecho, por culpa de las críticas intensitas, que lo que vais a ver os cambiará la vida y que es lo mejor que se ha hecho en todo el año, entonces saldréis decepcionados, pero no será culpa vuestra ni de la película, sino de aquellos a los que parece que decir que simplemente una película es muy buena no les basta. Tienen que elevarla a la categoría de obra maestra para quedarse tranquilos.
Yo no os diré que Háblame sea caviar ruso ni jamón ibérico de bellota. La realidad es que no necesita ser tanto. Pero sí os diré que es mantequilla, y eso es muy bueno en un mercado plagado de margarina plasticosa.