Crítica de ‘El Hombre Invisible’ (2020, Leigh Whannell)

El Hombre invisible

Hace unos años, la manía hollywoodense de crear universos cinematográficos con historias conectadas entre sí llevó a los estudios Universal a crear el Dark Universe, una apuesta arriesgada e interesante con la que se buscaba traer de vuelta a los monstruos clásicos del cine de terror: Drácula, El Hombre Lobo, El Fantasma de la Ópera, Frankenstein La Novia de Frankenstein entre otros. Sin embargo, la pobre acogida de La Momia, con Tom Cruise y Russell Crowe al frente, derrumbó toda esperanza de continuidad y Universal decidió dar carpetazo al asunto.

Tres años después, nos llega El Hombre Invisible (The Invisible Man) sin ataduras de multiverso de ningún tipo. Se trata de una cinta que, de entrada, debemos colocar ya en las listas de lo mejor de 2020, pues entre sus muchas virtudes no solo es un producto de calidad envidiable, sino también un ejercicio que invita a la reflexión en cierta medida.

Resulta interesante la forma en la que, ayudándose de la mitología clásica de El Hombre Invisible, se construye una historia con el acoso como eje central. En esta historia, el foco ya no está sobre el científico desgraciado, sino en la mujer en la sombra: es, pues, una historia que llega en plena eclosión del movimiento #MeToo.

Tras sufrir una serie de maltratos tanto físicos como emocionales y psicológicos, Cecilia (una excelente Elisabeth Moss) abandona al genio de la óptica Adrian (Oliver Jackson-Cohen) y al poco tiempo él se termina suicidando. Justo cuando se confirma la muerte del hombre, Cecilia cree que alguien está acosándola, pero no sabe exactamente qué es lo que está sucediendo. ¿Acaso nuestra protagonista se está volviendo loca a causa del maltrato que padeció o ese hombre encontró la manera de volverse invisible?

El Hombre Invisible es en muchos sentidos un ejercicio cinematográfico muy completo, comenzando con su guión detalladamente trazado para darle forma a una historia que, a pesar de haber sido contada ya en ocasiones anteriores, es refrescante y cuenta con un giro que le aporta cierta originalidad. Lo escrito por Leigh Whannell -responsable de la delirante Upgrade– es complementado por una cuidadosa dirección que corre a su cargo y en la que se notan claros sus objetivos -en efecto, lo consigue-. Por otra parte, un gran mérito de la cinta es que logra causar ansiedad, tensión y miedo sin necesidad de grandes efectos especiales y se sostiene en el suspenso que genera a través de un terror psicológico muy bien ejecutado.

Siguiendo con los elementos que esta producción tiene a su favor, es importante mencionar que cuenta con el respaldo de Blumhouse, estudio que se ha encargado de reinventar el cine de terror durante los últimos años y cuya participación en un proyecto es sin duda todo un sello de garantía (o al menos en la mayoría de casos). También hay que hablar del soberbio trabajo de Elisabeth Moss; es fácil identificarse con su personaje y entender el calvario por el que pasa, su evolución de víctima a luchadora.

En conclusión: estamos ante una película que vale la pena ver y analizar, además de que su estreno podría ser el pretexto perfecto para que Universal retomara su fallido Dark Universe con mejores resultados.