En las profundidades del País Vasco, existe un pueblo cuya ermita esconde un oscuro secreto que tiene atrapada a sus almas. Emma quiere aprender a comunicarse con el espíritu de una niña que lleva siglos atrapada en la ermita, por ello intenta convencer a Carol, una incrédula y falsa médium, cuyo pasado tiene guarda un estrecho lazo con esa ermita.
País Vasco, iglesias malditas, familia de médiums y unos terroríficos doctores de lainflatable kayak alpinestars caschi jordan proto max 720 sit top kayak keyvone lee jersey air jordan 1 low flyease alpinestars caschi black friday wig sale decathlon bmx kansas city chiefs crocs college football jerseys custom dallas stars jersey alpinestars caschi custom youth nfl jersey penn state jersey peste. ¿Qué podría salir? En el género del terror, los templos de culto han guardado un especial hueco en el corazón de los fans gracias a sus enormes posibilidades; seamos claros: la iconografía cristiana, con las luces adecuadas, puede ser absolutamente terrorífica. Vírgenes que lloran sangre, crucificados, sacrificio de infantes, apariciones, resurrecciones, el diablo y sus pecados, el Apocalipsis… No son pocas las películas memorables donde lo referente a la iglesia tiene un papel elemental: La profecía, El abogado del diablo, La niebla (ese terrorífico final), El príncipe de las tinieblas, The Borderlands, Dark Waters. ¿Hace falta que mencionemos El exorcista? Sí, pero solo como defensa ante otro nuevo agravio en forma de “película” a su legado. Y en España tampoco andamos cortos de terror eclesiástico: la infravalorada Memorias del ángel caído, Musarañas, la infame Más allá del terror y un largo etcétera. Y ahora, tenemos La ermita. Volvemos a la pregunta del inicio: con todos estos ingredientes, ¿qué puede salir mal? Lamentablemente, muchas cosas.
Dentro de La ermita hay una buena película de terror que lucha por salir. No en vano, se basa en una famosa leyenda de Edimburgo que tiene lugar en el siglo XVII, cuando la peste azota con fuerza la ciudad. Durante los primeros minutos parece que se nos presenta un relato gótico con una iglesia de piedra cuyo mal se escapa entre sus grietas. Existe una película de terror por su vocación al querer dotar de una imaginería de pesadilla y gusanos a toda la atmosfera que rodea la historia. Pero al final lo que tenemos es otra cosa: una fábula sobre la enfermedad, la muerte y la relación madre-hija. A priori no debería ser un problema: los que amamos a Guillermo del Toro o esa maravilla de Issa López llamada Vuelven han demostrado que son capaces de jugar con los miedos creando fábulas alrededor del terror con una vinculación directa a la realidad. El problema no son las herramientas que maneja Carolina Pereda en su segundo largometraje: es que su conjunto es tan sutil como un martillo hidráulico y, para colmo, totalmente impersonal. Todo lo relacionado con la enfermedad se siente como un recurso a la desesperada por provocar la lágrima fácil del espectador, con todos los clichés que ya sufrimos en su momento con Un monstruo viene a verme. Se notan las influencias de Bayona en el conjunto: todo es prometedor, pero pisa con miedo (curiosa paradoja) el terreno del terror, sin atreverse a dar un paso más allá. Empatía impostada que quiere camuflar la pena que sentimos por la tragedia que rodea a las dos protagonistas y que apenas se siente como un recurso justificado. Al final se le olvida lo más importante: dar miedo.
No recuerdo un uso tan escaso y desaprovechado de una localización tan maravillosa para explorar las posibilidades de la premisa desde la nueva versión de Posesión Infernal y ese edificio anodino reducido a un piso y un garaje. La directora está más centrada en la dinámica entre la joven protagonista (prometedora actriz) y una Belén Rueda que no acaba de cuajar con su personaje. Como consecuencia, la química entre las dos intérpretes se diluye. El guion tampoco ayuda: ni una pausa, ni un solo regodeo en esa espeluznante leyenda que se esconde tras la ermita, solo una narrativa que avanza a machetazos, sin entrar en profundidad en ningún personaje, sin cogerles cariño. Es una película que parece hecha con prisa, con el miedo que se huele en estos tiempos a durar más de dos horas; privilegio que parece solo reservado a los “grandes directores” o a historias de mayor calado.
Aun así, en su interior, se intuye una defensa de lo fantástico, de la pervivencia del mito y la necesidad de contar historias, creer en las leyendas. Pero para entonces, nosotros ya estamos fuera de ese mundo, de esa región vasca que, seguro, esconde magia, oscuridad y terror en su interior. Y al final solo nos quedamos con esa cita directa a La Chiesa de Michele Soavi y lo que podría haber sido, pero nunca será.
En resumen, no es la primera vez que alguien usa a los famosos médicos de la peste y la jugada le sale mal (para nuestra desgracia). Poco inspirada, con una fotografía maravillosa y un corazón que lucha por bombear algo de sangre al conjunto que, finalmente, queda asfixiado por un coágulo de artificio y sentimentalismo barato.