En 1977, dos años después de Tiburón, la monumental obra maestra de Steven Spielberg, llegó The Car, aquí en España titulada Asesino invisible y dirigida por Elliot Silverstein. Hablar de la película de Spielberg es obligatorio cuando se habla de Asesino invisible puesto que, aunque los elementos que vemos en pantalla son opuestos (el mar/el desierto, un tiburón/un coche), los conceptos de los que parten ambas películas, así como los engranajes que las mueven, son los mismos. Literalmente los mismos. ¿Es Asesino invisible una copia de Tiburón? Pues sí, casi con total seguridad, pero cuando quien copia se encarga de alejarse tanto de la base original, y a la vez contar lo mismo, no queda otra que aplaudir. Me refiero a que si hubiesen querido copiar Tiburón haciendo algo tan obvio como cambiar al escualo por… no sé, pirañas, un calamar gigante o una orca (como, de hecho, se hizo en todos esos casos con resultados muy inferiores al de la película de Silverstein), el asunto habría sido más sangrante, incluso mediocre. Pero no, Asesino Invisible copia a Tiburón sustituyendo al animal por… ¡un coche! Si este no es el exploit (camuflado, eso sí) de la película de Spielberg más meritorio y original de todos, entonces no sé cuál puede serlo. 

Son tantas sus similitudes con la película de Spielberg, que incluso cuenta con un equivalente a la aleta cuya presencia sobre el agua anticipaba peligro y muerte. Como en este caso no tenemos un tiburón sino un coche, lo que anuncia su llegada son los reflejos del sol sobre el parabrisas en la lejanía. Un delirio.  
Como digo, es fascinante comprobar el modo en que los realizadores de Asesino invisible llevaron a su terreno, un terreno tan opuesto, las claves de Tiburón, adaptándolas para que funcionaran de la misma forma.  
¿Cabe la posibilidad que Elliot Silverstein no pretendiese hacer su remake en clave desértica y satánica de Tiburón? Es posible, porque todo es posible, pero las semejanzas son tan numerosas y evidentes (algunas no las menciono para evitar spoilers), que cuesta creerlo.  
 
Y hablando de satanismo, es importante mencionar que ese elemento es fundamental en la película de Silverstein. La década de los 70 fue una década marcada por los crímenes de la Familia Manson perpetrados en 1969, dando carpetazo y punto final al Verano del amor, de ahí que el tema del satanismo estuviese tan presente en el cine de los años posteriores. Manson se había encargado de dejar claro que el enemigo, el auténtico monstruo, no es Drácula ni el hombre lobo ni los bichos verdes de Marte. El verdadero monstruo, la amenaza de la que debemos preocuparnos, somos nosotros mismos. Y en base a esa idea, surgieron multitud de películas que tenían como principal antagonista a seres humanos con los que cualquiera de nosotros podríamos cruzarnos un mal día. Desde las familias caníbales de La Matanza de Texas y Las Colinas Tienen Ojos, pasando por los psicópatas de La Última Casa a la Izquierda o los terribles violadores de La Violencia del Sexo, el cine de terror había entrado en una etapa oscura y deprimente, donde ya no era necesario irse a un planeta lejano o un castillo maldito para encontrar la muerte. Ahora, la muerte acechaba dos calles más abajo.  
A todo este batido hay que añadirle, claro, el éxito de El Exorcista, lo que provocó que muchas de esas historias y otras de corte más fantástico tuviesen el satanismo como telón de fondo. Títulos como Carrera con el Diablo, La ProfecíaThe Wicker Man, La CentinelaAlucarda son prueba de ello. 
Y luego está Asesino invisible, que aprovecha la tendencia de películas motorizadas como Easy Rider, El Diablo Sobre Ruedas, Punto Límite: Cero, 60 Segundos (la original de 1974, por supuesto) o incluso La Indecente Mary y Larry el Loco, y lo fusiona en un cóctel imposible con el éxito de Tiburón y el cine satánico. El resultado es algo tan innovador como demencial.  
 
Stephen King ha admitido que Asesino invisible fue la inspiración para su novela Christine, y sería muy desconsiderado por mi parte si no reconociera que también lo fue para mí a la hora de escribir Juggernaut, la primera novela que publiqué. Sin duda, una película pionera en el tratamiento de un tema que, años después, fue imitado hasta la saciedad, en unos casos con acierto, y en otros de forma torpe. Me refiero al objeto que, ya sea por un fallo técnico o por factores sobrenaturales, cobra vida y se rebela contra aquellos que deberían mantener el control sobre las máquinas. Títulos como El Ascensor, Muñeco DiabólicoRubber o La Rebelión de las Máquinas, donde Stephen King revisitó otra vez el concepto de máquinas, incluidos coches, que deciden asesinar a sus creadores, parecen partir de un germen común, el sembrado por películas como Almas de Metal o la aquí comentada.  

Para terminar, es interesante mencionar que en el guión original de Asesino Invisible se explicaba que el imponente coche negro era conducido por el mismísimo Satán en persona, pero, por suerte, tomaron la estupenda decisión de eliminar ese concepto y limitarse a mostrar el coche en sí, y no a su conductor, como el único villano de la historia. Porque, ¿hay conductor? ¿Es el coche un enviado de Satán? ¿Es Satán el propio coche? Preguntas que no son respondidas, ni falta que hace. Lo único que queda claro tras el visionado de la película, es que el Lincoln Continental asesino tiene un origen infernal, de ahí que, en una de las escenas más terroríficas de la película, le sea imposible acceder a un camposanto, manifestando su ira mediante los rugidos del motor y los lamentos del claxon, ese claxon que suena como una trompeta del infierno. No necesitamos saber más.  

Asesino invisible es una película que nunca ha obtenido demasiado reconocimiento, principalmente por ser una joya oculta bastante desconocida en términos generales. Pero en los últimos años, gracias entre otras cosas a la estupenda edición en Blu-ray que nos trajo la editora Reel One, ha empezado a ser redescubierta por una nueva generación de cinéfagos, y poco a poco está obteniendo el culto que merece.