El género de terror me parece fascinante porque puede ser una manera libre, transgresora, sorprendente, perturbadora, divertida y emocionante de contar historias y de hablar de todo tipo de asuntos. Una película de terror puede ser al mismo tiempo de otros géneros, porque las formas del terror suelen ser ambiguas. Pienso en Respulsión, La Semilla del Diablo y El Quimérico Inquilino, la trilogía del apartamento de Polanski y lo que más me inquieta es que el terror está en las vidas de los personajes. Las películas empiezan bien, y de manera sutil vamos viendo la oscuridad que hay detrás de lo aparentemente luminoso. A través del detalle, el terror se va infiltrando en lo cotidiano, ocurre en lugares corrientes, a gente normal y corriente. Estas son las películas de terror que más me estremecen y que me siguen acompañando tiempo después de la proyección. Y esto me ha pasado estos últimos meses con el cine de Ari Aster. Sus películas me obsesionan porque muestran la posibilidad del terror en la vida de cualquier persona.

Su cine me parece transgresor y turbador porque explora la ambigüedad y el misterio de lo terrible, en su fondo y forma. Explora los lugares de terror que puede haber en todos nosotros. En sus dos películas (Hereditary y Midsommar) y en algunos de sus cortometrajes (pienso en Munchausen y en The Strange Thing about the Johnsons) hay un tema común: las relaciones humanas. En el caso de estos cortos y de Hereditary las relaciones familiares, y en Midsommar las de pareja, amistad y colectivas. Y desde su mirada del género, filma todo lo que puede afectar y haber en esas relaciones: el dolor, la pérdida, los fantasmas, el deseo, las obsesiones, los miedos, los celos, los engaños, las herencias familiares como condenas, la soledad, la posesión, la locura.

Pienso en el prólogo de Midsommar y me parece que ahí ya hay toda una película de terror. No hace falta nada más. Es sublime porque filma el terror más desgarrador en una situación cotidiana: las tensiones que hay en una relación afectiva y el dolor que provoca una tragedia familiar. Lo mismo pasa en una de las primeras secuencias de Hereditary, cuando el personaje de Annie (una magnífica Toni Collette) cree ver el fantasma de su madre en la oscuridad. Esa visión, con todo su trasfondo, ya es terrorífica. De manera sugestiva, antes de introducir los elementos de horror explícito, Ari Aster ya nos muestra donde está el núcleo del terror en sus películas.

En Hereditary y Midsommar hay terror sobrenatural y macabro: espiritismo, sectas, sacrificios humanos, apariciones, mucha sangre, pero antes de que aparezcan esas formas del terror más concretas Ari Aster se recrea en las situaciones y en los personajes para adentrarnos en sus atmósferas de pesadilla. Narra sus historias íntimas, sus relaciones turbias, su miedos y fatalidades, porque ahí es donde empieza y está el terror más profundo, sus vidas ya están torcidas. Utiliza lo cotidiano y lo extremo para narrar lo oculto y oscuro, los terrores que hay en las personas y la manera como estos se desenvuelven e impregnan nuestras vidas.

Recuerdo lo que dijo la escritora Mariana Enríquez sobre el género a propósito de su novela Nuestra Parte de Noche: «No creo que exista la maldad en estado puro y por eso el terror es un género tan inquietante: lo que hay es la maldad que todos tenemos y que somos capaces de ejercer». Lo recuerdo porque esto es lo que pasa también en el cine de Aster. El terror que hay es ambiguo y complejo porque no hay maldad en estado puro. Los personajes no son malos o buenos, sino personajes movidos por el dolor, rotos, frágiles, atrapados en sus relaciones quebradas, en sus sueños y pesadillas, y esto es lo que los hace creíbles. Aster consigue mostrar esas múltiples caras que todos tenemos, y de esta manera, cómo las relaciones de poder se pueden invertir.

Lo terrorífico está en los mismos personajes y en sus vínculos afectivos, y por lo tanto, desde este planteamiento, Aster muestra como el terror puede transcurrir en cualquier lugar y situación. En espacios sombríos y cerrados o en otros aparentemente más amables: de colores vivos y exteriores a plena luz. En situaciones cotidianas que se vuelven imprevisibles, siniestras, demenciales y llenas de tensión. En la realidad o en la fantasía. De esta manera, su cine plantea un diálogo muy interesante con el género, porque en su exploración de las formas del terror utiliza su lenguaje más clásico al mismo tiempo que rompe y cuestiona esos esquemas narrativos, estéticos y emocionales convencionales. Es arriesgado y original porque transita distintas corrientes del género (desde el terror gótico en Hereditary al folk horror en Midsommar) a la vez que expresa una mirada personal que va más allá de lo explícito y que reflexiona sobre el mismo concepto del terror. A través del contraste, el detalle y la sugestión, de esos espacios, situaciones y objetos que aparecen en sus películas, de la manera como están filmados e iluminados, del dominio de los tiempos, consigue crear atmósferas e imágenes de horror difíciles de olvidar.

Las películas de Ari Aster son perturbadoras porque hablan de las posibilidades de terror que hay en las personas. Consiguen ir de lo corriente a lo extremo, de lo exterior a lo interior, de lo real a lo psicológico y emocional, y nos inoculan ideas e interrogantes que quedan abiertos y nos acompañan más allá de la proyección. Recuerdo los prólogos y los finales de estas, y vuelvo a pensar en lo que comentaba al principio, en ese carácter ambiguo y escurridizo del terror.