Hace algunas semanas, y aprovechando el tiempo relativamente libre que me ha proporcionado el verano, me propuse repasar la filmografía de uno de los directores más referenciales del cine fantástico de las últimas dos décadas: el mexicano Guillermo del Toro.
El repaso a sus películas me ha servido para quitarme la espinita de no haber visto algún que otro clásico como El Laberinto del Fauno, El Espinazo del Diablo o su ópera prima, la vampiresca Cronos. También me ha servido para darme cuenta de que Del Toro es, posiblemente, uno de mis directores favoritos. Y también para volver a ver Pacific Rim, una de esas películas que me llevaría si viajase a una isla desierta sin posibilidad de regresar.
Pero, además de todo esto, esta pseudo-maratón por el trabajo del director de Guadalajara me ha hecho detenerme en dos de sus obras más fundamentales, y unas que me gusta revisitar cada cierto tiempo: sus películas de Hellboy. Aunque la bilogía (siempre he preferido la palabra «duología», pero, al parecer, me la he inventado) del director basada en el personaje de Mike Mignola es por todos conocida, me apetece especialmente hablar de estas dos obras maestras -así, con todas las letras- del cine de superhéroes, de todas sus virtudes y de cómo se perciben ahora, con la distancia de los años y la posibilidad de una tercera entrega ya reducida a cenizas.
Y es que, de verdad, adoro estas películas. Las habré visto millones de veces, pero hacía tiempo que no las disfrutaba tanto como esta última vez. La combinación del imaginario de Mignola con el mundo fantástico y muy personal de Del Toro es una de las más milagrosas en haber ocurrido en Hollywood durante los últimos años, y no puedo evitar sonreír al pensar que un director de semejante calibre, y con dos Oscars en su haber gracias a la maravillosa La Forma del Agua, se detuvo un ratito a construir una de las adaptaciones superheroicas más agraciadas, carismáticas y puramente energéticas que han pasado por el género.
En especial, ha sido muy refrescante poder revisitar la primera Hellboy, a la que siempre había tenido en un segundo plano frente a su secuela, que me parece simplemente perfecta. El último visionado de Hellboy, estrenada en 2004, ha hecho que aprecie muchísimas virtudes que Del Toro esparció aquí y allá en las más de dos horas de metraje, y que pueden haberla convertido en una de mis películas favoritas, si es que no lo era ya.
De Hellboy puedo quedarme con muchas cosas. La primera de ellas podría ser su tono, absolutamente desatado, cargado de un sentido del humor exquisito, un apartado visual de escándalo y una banda sonora impecable de la mano del siempre virtuoso Marco Beltrami, que ya había colaborado con Del Toro en Blade II y, algunos años atrás, en Mimic.
También podría quedarme con el espíritu de aventuras al más puro estilo de Indiana Jones, saga a la que la película rinde tributo en varias ocasiones. Pero de Hellboy me quedo con sus momentos más íntimos: sus diálogos, escritos con un mimo y un cuidado excepcional por el tratamiento de personajes, hacen que esta película pase de ser un mero entretenimiento de efectos especiales a una obra que todavía se sostiene en el olimpo del cine de superhéroes, entre grandes del género como El Caballero Oscuro o Vengadores: Infinity War.
A pesar de su grandilocuencia, su bombo y platillo y su mundo tan apasionante como rico, donde más brilla Hellboy es en los momentos que forjan las relaciones entre los héroes protagonistas. La complicada dinámica entre el protagonista titular y su padre adoptivo, Trevor Bruttenholm (o el profesor Broom, para los amigos) me ha conmovido esta vez como ninguna otra. Quizá también sea porque desde la anterior vez que la vi hemos pasado una pandemia mundial y he tenido mucho tiempo para pensar en mis cosas y, yo qué sé, estoy sensible. Pero que mis taras personales no quiten mérito al impoluto tratamiento de personajes que Del Toro consigue en su guion. Cada momento compartido entre Hellboy, Broom, Abe Sapien, Liz, el agente John Mayers y el insufriblemente carismático Tom Manning, es puro oro.
Guillermo del Toro logra, como ya es habitual en sus películas, exprimir al máximo las relaciones entre personajes y encontrar un perfecto equilibrio entre la oscuridad más horripilante, el mal más grotesco, y una inagotable luz que aporta un matiz de humanidad y compañerismo a la cinta; en parte, también, gracias a las geniales interpretaciones de un reparto que cuenta en sus filas con los geniales Ron Perlman, Doug Jones y el eterno John Hurt.
Diecisiete años después de su estreno (¡diecisiete!), Hellboy sigue sentando cátedra sobre cómo equilibrar los momentos de espectáculo palomitero más puro con una cuidadosamente hilvanada escritura de historia, mundo y personajes. Todas las virtudes y maravillas conseguidas por esta película son superadas con creces por su secuela, la milagrosa Hellboy II: El Ejército Dorado, que se presenta como el último capítulo de una inconclusa trilogía para el superhéroe de los tebeos de Dark Horse.
Y es que Hellboy II es una de esas secuelas que logran superar a su predecesora en absolutamente todo. Aquí, el mundo personal de Del Toro se sobrepone sobre el material fuente, aportando una dimensión completamente nueva al universo del personaje y, prácticamente, reformulando muchas de las ideas originales de Mignola.
Del Toro logra llevar Hellboy II por completo a su terreno desde muchos frentes, empezando por los personajes. Si el villano de la primera entrega era Rasputin, icónico enemigo del personaje en los tebeos, aquí el director crea una nueva amenaza que procede de su imaginación, no de los comics. De esta forma, y añadiendo toques aquí y allá a prácticamente todos los aspectos de la cinta, Hellboy II sirve como una reinvención del mito de Hellboy por parte de Del Toro, en lugar de una adaptación en el más puro de los sentidos, algo que sí era la primera entrega.
El distanciamiento de los cómics no impide, sin embargo, que Hellboy II continúe construyendo a sus personajes de formas mucho más sofisticadas y elaboradas que en la anterior película. La dinámica entre el trío protagonista alcanza aquí su cénit, y se pone a prueba gracias a la aparición de un nuevo compañero en la BPRD: el agente Johann Krauss.
Si hay algo en Hellboy II que, en retrospectiva, percibo como amargo, es el pedazo de cliffhanger con el que acaba la cinta. El final de la película sirve no solo para dejar a los espectadores boquiabiertos, sino que sentaba las bases de una tercera entrega que, finalmente, nunca ha llegado, convirtiendo la mítica escena final en una conclusión agridulce para esta versión del personaje.
Hellboy y Hellboy II: El Ejército Dorado son dos joyas absolutas del cine de superhéroes que, si bien no llegaron al nivel de éxito que algunas de sus contemporáneas (como Spider-Man 2 o, más adelante, la primera Iron Man), se han ganado un irrefutable estatus de culto entre los fans de los tebeos, convirtiéndose en dos películas muy queridas por todos, y que han dificultado que la productora pueda relanzar el personaje con otro rostro y bajo otra dirección. A un servidor le encantó la Hellboy de Neil Marshall estrenada en 2019, pero sus personajes no llegan a conectar con el público como sí lo hacían los de estas fantásticas primeras dos películas. Sabemos que una tercera entrega es imposible, pero la esperanza es lo último que se pierde. ¿Verdad, Del Toro?