Por Trece Razones se ha convertido en uno de los fenómenos de la ficción televisiva de 2017. Tomando como base el best-seller de Jay Asher, esta producción de la plataforma Netflix supone una adaptación corregida y aumentada cuyo éxito ha desembocado en el anuncio de una segunda temporada.

«¿Y si la única manera de no sentirse mal es no sentir nada, para siempre?»

¿Qué es el angst? Palabra inglesa de procedencia europea y cuyo uso suele expresar un estado de ansiedad o miedo, su asimilación procede de las traducciones inglesas que en el siglo XIX se hicieron de las obras de los trabajos de Kierkegaard y Freud. Por tanto, a ese estado emocional se le ha de sumar un enfoque existencialista que convierte el angst no sólamente en una descripción anímica sino en una postura vital: así, sería una tristeza o pesadumbre que no es provocada por una emoción o un dolor concreto, sino la consecuencia de una inestabilidad ante nuestra situación en el mundo, la sensación de pérdida y desolación que día a día va creciendo al no sentirnos una parte integrada de la existencia, como si fuéramos una anomalía que al no ser capaz de comprender y asimilarse acaba aceptando el camino de la autoaniquilación.

Cuando en 2007 el escritor Jay Asher publicó su primera novela, Por Trece Razones, su objetivo parecía ser explicar de donde viene el angst: ¿dónde, o por qué, se origina? Y, ¿cuáles son sus consecuencias finales? Hannah Baker se convertía en la representación simbólica de toda una generación acosada por la sombra del angst: no sólamente era víctima de una insatisfacción vital cada vez mayor que acababa con ahogarla, sino que procedía a dejar testimonio de la espiral descendente que la había conducido directamente y sin paradas al suicidio: una serie de casettes que hacía llegar a aquellos que consideraba eran los culpables de su decisión terminal. Hannah Baker se convertía en algo así como en un fantasma de la contemporaneidad que desde ultratumba venía a vengar su muerte.

La novela de Asher se acogía a una estructura de road movie con Clay, compañero de Hannah tanto en el instituto como en el trabajo, recorriendo el pueblo en el que viven (vivían) los dos mientras escucha una a una las cintas. De esta manera se cartografiaba un mapa del dolor: las casas, parques, tiendas o el propio instituto se convertían en testigos silenciosos del itinerario hacia la Nada de Hannah, vigilantes de su desolación mientras era ignorada por sus seres (vivos) más cercanos. En Por trece razones no sólo asistíamos a la truncada vida de Hannah, a su atracción por su parte más Oscura, seguíamos, a la vez, el proceso de descubrimiento de Clay quien, casette a casette, iba siendo contaminado por ese angst que, sin saberlo, le había impedido amar a una chica que, sin ser consciente, su instinto le había avisado ya no podía quererle, pues la sombra del angst le había poseído por completo y sólo hubiera conseguido que les arrastrara a los dos.

«Una nada profunda, infinita y siempre vacía»

Ante el éxito del libro de Asher desde su publicación puede sorprender si afirmamos que han tenido que pasar diez años para que éste explotara su potencial gracias a la adaptación con forma de serie desarrollada por Brian Yorkey para Netflix. Una adaptación muy fiel a la idea y desarrollo de la novela pero cuyas diferencias son fundamentales. La primera es tan esencial que, ya de por sí, consigue que funcione en un nivel inalcanzable para Asher: la voz humana.

Mientras en el libro no podemos escuchar la voz de Hannah, sólo las transcripciones que leemos con nuestra propia voz, en la serie la protagonista en off se dirige directamente a nosotros. No por casualidad, Por Trece Razones comienza con el mismo inicio de la cara A del primer casette: «Hola chicos y chicas, aquí Hannah Baker, en vivo y en estéreo.» Pero ninguno de los protagonistas ha escuchado esa cinta. Esa presentación va dirigida directamente al espectador: «Espero que estés preparado porque voy a contarte la historia de vida. Más específicamente, de por qué terminó mi vida. Y si estás escuchando estas cintas, es porque tú eres una de las razones.» De manera automática, el espectador se ve implicado en esa lista. Nosotros hemos puesto en marcha las circunstancias que llevarán a Hannah a suicidarse desde el mismo momento en que nos hemos sentado a ver la serie.

El grado de intimidad y valor humano de esta decisión da paso a la segunda gran modificación: el método de suicidio. Si en la novela, tras barajar varias opciones, Hannah elige una sobredosis de pastillas, al considerarla la manera menos dolorosa, en Por Trece Razones de Netflix la opción será diametralmente opuesta: se corta las venas metida en la bañera, en el lavabo de su casa. Más gráfica e impresionable, esta decisión de los guionistas abre un abismo -insondable, oscuro- del compromiso de Por Trece Razones serie por encima del libro y presenta toda una vía narrativa inédita: la contaminación del angst como infección psicosomática. En el primer episodio, mientras escucha la cinta inaugural, Clay tiene un accidente de bici y se abre una brecha en la sien que le acompañará durante el resto de su odisea. Una herida que nunca se cerrará ya que cada vez que empieza a cicatrizar un golpe -un balón, una roca, un empujón- la vuelve a abrir. Una herida en su carne que representa la brecha que se ha abierto en su burbuja de seguridad. Clay es un personaje lacónico y tímido que le gustan los grupos de música triste y deprimente. Vive cómodo instalado en un angst de diseño, producido por el arte y el comercio. A través de esa grieta se irá filtrando la auténtica Oscuridad que irá desintegrando ese caparazón. Así, no es casualidad que más heridas vayan apareciendo en su cara, producto de más palizas, encontronazos y accidentes, como si su nombre, Clay (arcilla), fuese una metáfora de su relato de descubrimiento: su cara se va moldeando, distorsionando, a medida que Clay está más cerca de la verdad.

En Por Trece Razones las aflicciones anímicas, si no se detienen, acaban extendiéndose al cuerpo: es por ello que, la única opción que le queda a Hannah es la vía del dolor extremo, de abrir su carne, quizás con la esperanza de que esa Oscuridad que le está consumiendo por dentro salga fuera. Y es por ello, también, que el único de los culpables que de verdad se arrepiente de sus actos, Alex, también acabe desfigurado.

«Creo que he sido muy clara. Pero nadie viene a detenerme»

Si nos atrevemos a considerar a Por Trece Razones la gran obra sobre el teen angst es por su elaborada -y arriesgada- arquitectura narrativa por la cual se repasan tanto los códigos de ficción que usualmente el cine y la televisión han utilizado para acercarse al angst de manera segura, controlada, como a ir vulnerándolos, dejando caer las máscaras para, al final, dejar al espectador, inicialmente seguro ante un armazón genérico reconocible, indefenso ante la realidad. Encontramos, para ello, tres niveles:

El primero está inédito en la novela y es el protagonizado por el resto de los integrantes de la locución de Hannah y quienes no tienen voz propia en el texto de Asher. En cambio, en la serie vienen a representar esas máscaras a las que aludíamos. Ninguno de ellos está interesado en profundizar en sus actos, en sus motivaciones, en cómo sus acciones (o inacciones) han llevado a una adolescente a quitarse la vida. Ante la Oscuridad que Hannah les envía, se refugian en una serie de códigos de ficción con los que intentar salvarse. Esta es la parte más superficial: tenemos una trama de intriga, de tintes conspiranoicos, por intentar ocultar el contenido de las cintas; relaciones amorosas y traiciones sentimentales; dramas de familias desestructuradas; una negligencia causante de un accidente mortal de tráfico que se intenta ocultar; incluso los padres de Hannah intentan eludir las profundidades del dolor de la pérdida desarrollando una trama de investigación para poder denunciar al instituto por considerar a sus representantes responsables. Así, Por Trece Razones pasa revista a la mitología propia de la ficción, usada tanto para explicar el mundo en el que vivimos pero, también, para reducirlo a una serie de símbolos manejables. 

En el segundo, encontramos a Clay, único narrador de la novela. Si allí se limitaba a ser un mero testigo/oyente de la historia de Hannah, aquí adquiere un rol más participativo hasta tal punto que, durante gran parte de la serie, Clay se nos presenta como una especie de médium quien, guiado por el espíritu de Hannah (una voz que le guía desde el Más Allá), emprende una misión justiciera con el objetivo de que los culpables sean castigados. Es decir, que Clay, inicialmente, también hace uso de un relato propio para soportar el contenido de las cintas.

Será en el episodio 11, no casualmente el que concierne a la cinta de Clay, donde se producirá el cambio: en él encontramos un recurso nuevo: si, hasta ese momento, se había intercalado el presente con los flashbacks que representaban lo narrado por Hannah, aquí se incluyen dos fugas mentales que miran a un futuro alternativo: en una de ellas, Clay y Hannah se confiesan su amor y, como pareja, les espera un futuro prometedor, juntos, en el que Hannah no se suicida porque ha encontrado el apoyo que necesitaba: esto se escenifica echando mano del cliché, de nuevo, de la ficción: los dos andando por los pasillos del instituto, sonriéndose, a cámara lenta mientras suena la canción A 1.000 Times de Hamilton Leithauser y Rostam. Es decir, construyendo su propia comedia romántica en la que se aseguran el imprescindible Happy End. «¿Por qué no me dijiste que me querías cuando estaba viva?», le reprende Hannah rompiendo la ensoñación de Clay y rompiendo las barreras de la ficción como medio para evadir la realidad.

¿Y cual es esa realidad que ya hemos mencionado varias veces? Una imagen frontal, directa: Hannah metida en la bañera, con una cuchilla de afeitar sujeta por los dedos de su mano derecha. Aunque hay quienes han criticado este momento por considerarlo peligrosamente gráfico, en realidad es esencial de cara a reflejar el Horror del angst: al final, en el último episodio, todas las máscaras, los códigos, los relatos se derrumban y sólo queda el dolor, la carne desgarrada, la sangre y el agua que se torna rosa mientras unas lágrimas intentan pedir, de manera infructuosamente desesperada, ayuda.

Destaquemos cómo en una serie tan marcada por el uso de las canciones se da una auténtica lección moral sobre la utilización de la banda sonora al no echar mano de ninguna canción para acompañar el suicidio de Hannah: está absolutamente sola y a sus oídos sólo llega el eco de sus propios gritos y lloros, creándose un círculo vicioso en el que sólo están ella y su Dolor.

Hannah es, por supuesto, el tercer nivel: el Dolor y la Nada. Ella participa de las ficciones pero no se adapta a ninguna. Empapada por el angst ha descendido a un nivel de entendimiento tan profundo que, sin ayuda, no puede salir de él. Se ha leído (y visto) Por Trece Razones como una obra sobre el bullying pero, en realidad, el acoso escolar es usado como una herramienta por una Fuerza Mayor: Hannah se ve atrapada por una existencia depredadora y hostil que, a partir de un momento, irá desintegrando todos sus puntos de seguridad (más evidente en la serie, donde incluso el hogar de sus padres será protagonista de otro momento en el que la confianza de Hannah pierde otro asidero).

«Necesito que todo se pare» es, posiblemente, la manifestación más cristalina y, a la vez, demoledora del angst. «La gente. La vida». Pero Hannah no se está refiriendo, al menos no directamente, al acto material del suicidio. Necesita que esa espiral destructiva, que ese juego cruel que el Cosmos ha emprendido con ella como protagonista, se detenga: que esa espiral descendente tenga un final. Aunque este sea la mayor Oscuridad, la eterna.

«Algunos de vosotros os habéis preocupado… pero no lo suficiente»

Una vez acabado de escuchar las cintas y tras su último acto en relación a ellas, Clay se encuentra con Skye, un personaje con un papel menor en la novela aunque igualmente clave en su final. Skye, antigua amiga de Clay, va siempre vestida de negro y sus muñecas estás marcadas por los rastros de la automutilación. Clay le pregunta si quiere ir a dar una vuelta. Ella dice que sí y le pregunta si está bien, a lo que Clay responde que no. «¿Sería un problema?», le pregunta y ella sonríe y le dice que está bien.

Para Clay el viaje de transformación ha ido de los exterior -las cicatrices y moratones que adornan su cara- hacia el interior: el confesar que no se encuentra bien es aceptarlo, ser consciente de la Oscuridad que anida y que es parte de uno y, al compartirla, estar en disposición de combatirla. Algo que Hannah nunca hizo hasta su último acto.

Por Trece Razones comienza con un plano frontal de la taquilla de Hannah, con una foto suya y llena de cartas de despedida, mientras la cámara se aleja por el pasillo del instituto. El plano que cierra la serie también es en movimiento pero, aquí, asciende mientras Clay y Skye se alejan en el coche del amigo del primero, Tony. Un plano aéreo que representa la liberación de Hannah de las cadenas del angst: se ha enfrentado a él y lo ha compartido y, finalmente, ha conseguido dar una posibilidad a la única persona que, por momentos, estuvo a punto de salvarla, para que sea todo lo feliz que ella no pudo ser.