Pesadilla en Elm Street: El Origen. No sé por qué en 2021 estoy hablando de ella; nadie la recuerda. Y no es sólo que no la recuerden, es que no gustó. Fue un importante fracaso que ni el tiempo ha sido capaz de revalorizar. Empezó en el fango y ahí sigue.
A nadie le importa, pero aquí estoy yo hablando de ella porque el otro día, sin previo aviso, me vino a la mente. Me acordé de lo satisfecho que salí del cine aquella lejana tarde de 2010, y decidí verla otra vez para comprobar si mi percepción seguía siendo la misma o había cambiado.
La primera decepción que tuvimos con el remake de Pesadilla en Elm Street fue confirmar que Billy Bob Thorton finalmente no sería el nuevo Freddy Krueger pese a que un año antes nos habían dicho que él interpretaría al vengativo espectro de las cuchillas. Nos pusieron el caramelito en la boca y luego nos lo arrebataron sin piedad.
La segunda fue que, pese al subtítulo El Origen, en la película hubo mucho menos origen de lo prometido.
Dicho lo cual, no creo que Pesadilla en Elm Street: El Origen sea una mala película. No está a la altura de la estupenda revisión que Platinum Dunes, la productora de Michael Bay, realizó de La Matanza de Texas en 2003, pero tampoco considero que llegue a las cotas de mediocridad que muchos aseguran, y desde luego no es ni la mitad de horrible que el remake de Viernes 13, también de Platinum Dunes.
Es una película con muchos fallos y en la que se tomaron decisiones extrañas, eso es innegable. Uno de sus guionistas, Eric Heisserer, dijo hace poco que su guión fue masacrado, y que uno de los cambios más graves que hicieron fue convertir a Krueger en culpable de las acusaciones de pedofilia, mientras que en el guión original era inocente e injustamente ejecutado por una turba de padres furiosos.
Pero Pesadilla en Elm Street: El Origen cuenta con un aliciente, y es el de tomarse las cosas un poco en serio y presentarnos a un Freddy Krueger similar al de la primera entrega de la saga, áspero y no tan gracioso como lo recordamos, porque no olvidemos que fue en las secuelas donde terminó convertido en un ser caricaturesco más cercano a Bitelchús que al monstruo ideado por Wes Craven. A los que acusan a este Freddy de “no hacer chistes”, les recomiendo que vuelvan a ver la película original.
Independientemente de la calidad de película o de si convence más o menos, la valentía de meterse en semejante fregado estando por medio uno de los personajes más queridos, carismáticos y míticos del cine, es digna de elogio. Y obviamente quien más sufrió esta presión no fue el director, Samuel Bayer (quien venía del mundo del videoclip. Suyo es el de Smells Like Teen Spirit, de Nirvana), sino Jackie Earle Haley, el actor encargado de enfundarse el guante de cuchillas, el jersey de rayas y el pellejo chamuscado de Freddy Krueger. En fin, Robert Englund son palabras mayores, máxime cuando él fue el único actor que interpretó al monstruo en las anteriores ocho entregas, sin contar la serie de televisión. Englund siempre fue Krueger, y ahora de repente el testigo iba a pasar a un actor poco conocido cuya mayor referencia hasta aquél momento era haber interpretado al justiciero Rorschach en la adaptación cinematográfica de Watchmen, del polémico Zack Snyder. La gente no se lo tomó bien, y aunque yo no estoy nada de acuerdo con la idea de que ciertos personajes tienen que estar interpretados sí o sí por un único actor (la gente que decía que Mad Max: Furia en la Carretera no tenía sentido sin Mel Gibson… Ay, pobrecitos), la decepción fue doble porque este pobre hombre, Jackie, no sólo iba a sustituir al enorme Robert Englund, el eterno Krueger, sino que, para añadir más leña al fuego e incrementar el drama, de primeras nos dijeron que el actor elegido era Billy Bob Thorton, una opción mucho más golosa.
Pero Jackie Earle Haley resultó ser un Freddy Krueger a la altura por dos motivos: se respetó al máximo la estética del personaje, lo que incluía poner al día su maquillaje sin perder la esencia (incorporaba algo de CGI para hacerlo más perturbador y realista), y el talento interpretativo de Jackie, que no es poco. Una lástima que su carrera nunca terminase de despegar… Y de la del director, Samuel Bayer, mejor ni hablamos. Aún así, le llovieron piedras a él y a la película en general. Puedo entender que a algún fan le escociera la ausencia de Robert Englund, y es verdad que después del estupendo remake de La Matanza de Texas que produjo Michael Bay se esperase más de esta película… Pero voy a ser sincero aunque sepa que nadie estará de acuerdo conmigo: creo que este remake es mejor que casi todas las secuelas de Pesadilla en Elm Street. En fin, yo también sufro de nostalgia, con lo cual me resulta imposible no tenerle cariño a esta saga, con la que crecí. Conozco a Freddy desde que tengo uso de razón. Elm Street es uno de mis primeros recuerdos cinéfilos, ¡puede que el primero! ¿Cómo no voy a querer a esta saga? Pero seamos honestos, excepto la primera y la tercera, todas son regulares tirando a malas. En ese sentido, creo que el remake es la mejor entrega junto con Pesadilla en Elm Street y Pesadilla en Elm Street 3: Guerreros del Sueño. Podéis lapidarme, lo aceptaré con una sonrisa, pero es lo que pienso.
Con total sinceridad opino que si esta película la hubiese protagonizado Robert Englund, el recibimiento habría sido menos hostil. Ya sabemos cómo son los fans a veces… Mejor no entrar en detalles; con echar un vistazo a Twitter es suficiente.
Puedo entender que se eche en falta a Englund, ya que su trabajo como actor dando vida a Freddy no consistía únicamente en gruñir, caminar despacio y asestar puñaladas. Es un personaje que habla, tiene carisma, bromea… Si cambias al actor que interpreta a Jason Voorhees, Michael Myers o Leatherface a nadie le importa porque ni siquiera vemos el rostro de estos personajes, los cuales no son más que máquinas de matar vacías por dentro. Freddy Krueger es muy diferente, ya que el actor tras el disfraz está mil veces más expuesto que, pongamos, Kane Hodder. Honestamente, ¿a quién puñetas le importa quién interprete a Jason o Michael Myers? Con Freddy sucede lo contrario.
Sin embargo, una cosa es reconocer que Englund hizo muy bien su trabajo, y otra ser incapaz de asimilar que no existen los actores irremplazables. Me parece una forma de pensar demasiado extremista y puritana.
Pero aunque Pesadilla en Elm Street: El Origen me parezca sobradamente correcta, es innegable que hay cosas en ella que no están bien. Para empezar, un reparto protagonizado por jóvenes sin carisma, en el que ni siquiera la muy competente Rooney Mara destaca. Ya sé que en este tipo de películas los jovenzuelos están ahí para morir a manos del asesino de turno, pero es que en este caso son literalmente trozos de carne sin gracia esperando a ser trinchados.
Tampoco ayuda que trataran de vender la película como una precuela centrada en los orígenes de Freddy, cuando lo único que hay de origen aquí es un flashback de tres minutos que nos muestra algo que ya conocíamos: a Freddy lo quemaron. Vale, gracias.
De modo que al final esto resulta ser un remake puro y duro, que incluso se permite calcar planos y escenas de la película original, como la muerte de Tina, la escena de la bañera o, de nuevo, la aparición de Tina ensangrentada en los pasillos del instituto. Esta clase de estrategia me da bastante pereza porque, ¿qué aporta reproducir tal cual algo que ya hizo otro? Ponen ahí ese pegote de plano o escena y esperan impresionar a alguien. Estoy a favor de los remakes siempre y cuando detrás haya un director con algo que decir; un director que reinterprete lo ya existente. Reinterpretar, esa es la clave. Afortunadamente, no toda la película reproduce fotograma a fotograma el filme de Craven. Quiero decir, esto no es el remake americano de Funny Games.
Y por último, mencionar un punto del que no fui consciente hasta después de ver la película un par de veces. Me refiero a lo poco imaginativa que es la representación de los sueños en este remake. Si comparamos las secuencias oníricas del filme de Fuller y las de cualquier secuela clásica, la película de 2010 sale perdiendo. ¿Dónde queda el delirio onírico de escenas como la de la playa con las garras de Freddy haciendo las veces de aleta de tiburón, o el momento de la pizza con albóndigas que son mini cabezas humanas agonizantes, o ver al bueno de Freddy convirtiendo a sus víctimas en cucarachas o en personajes de un videojuegos que él controla sádicamente? Los sueños en esta película se reducen a apariciones bruscas de Freddy, un pasillo que se vuelve líquido, una habitación en la que nieva y, no sé, una especie de factoría siniestra. Poco más. Es una lástima, porque con los efectos especiales de ahora podrían haber conseguido un espectáculo visual terrorífico.
En resumen, Pesadilla en Elm Street: El Origen no es una película tan mala como la pintan ni tan buena como yo quiero creer. Tiene pros y tiene contras, quizá más contras que pros, pero yo tengo la costumbre, no sé si buena o mala, de ponerme de parte de esas películas denostadas por una estúpida cuestión de fandom tóxico y caprichoso y no por verdaderos motivos de calidad.