Crítica de Smile (2022, Parker Finn)

Smile

Smile arranca con Rose Cotter, quien trabaja como psicóloga en un centro donde trabaja con traumas y personajes desequilibrados. Tras sufrir un traumático percance con una recién llegada, empezará a percibir la presencia de un ente que la acosa con las más espeluznantes visiones.

Las leyendas urbanas son el buque insignia del cine de terror; diamantes sin impurezas en una cueva de circonita. No hay nada como ir a los miedos más ancestrales del ser humano y sacarlos al flote en forma de cuento y relatos sobre seres que habitan en la oscuridad, monstruos que se esconden en los armarios o debajo de la cama; donde un pasillo sin fondo puede ser un laberinto lleno de recovecos donde reencontrarse con traumas del pasado, con terrores subconscientes. Las leyendas urbanas son historias para contar en el calor de una hoguera, envuelto en una manta de algodón y devolver al yo interior a un estado de miedo infantil, de desprotección, de ver como la ansiedad se adueña de uno cuando una pierna solitaria cuelga del borde de la cama y en la negrura de la tiniebla intuir una amenaza. Son muchas las películas que han sido inspiradas por este manantial de ideas: desde The Ring hasta la reciente It Follows, pasando por ejemplos menos conocidos como Noroi o Occult. Con la llegada de la era de internet, la leyenda urbana cambió de nombre para denominarse en nuestros días como creepypasta, término que empezó a ganar fuera en foros gracias a las leyendas de Slender Man o Jeff the Killer. Smile es una película que podemos englobar dentro de este catálogo de leyendas; una maldición que persigue a un pobre desgraciado hasta acabar con él y salta a otra víctima. Su llegada a las salas españolas viene auspiciada de una sensacional acogida por parte de los fans y la crítica como una de las grandes cintas del año… expectativas que podrían jugar en su contra.

Unas de las claves para que las películas de este tipo funciones es su mitología: todas poseen unas reglas internas, una especie de mecánica. The Ring: cinta maldita que después de verla, pasados siete días, mueres. La gracia de todo: conocer el modus operandi, más que el por qué, el cómo. Smile posee una mecánica sorprendentemente simple, sin ninguna novedad más allá de jugar con lo pavoroso que puede ser un rostro sonriente y todo lo que oculta una mueca que asociamos con la alegría. Todo esto guarda relación con su mensaje de fondo: un mensaje sobre la depresión, el suicidio, los problemas mentales; un intento de concienciación bastante evidente y machacón. Con todo, sus primeros minutos son realmente potentes: unos inteligentes y calculados movimientos de cámara, esquinas oscuras y la sensación de una entidad acechando. Con el avance de los minutos, esa sensación se evapora poco a poco, dejando en algunos momentos alguna que otra situación de comedia involuntaria (la ‘fiesta de cumpleaños’) y diluyendo todo ese terror ancestral en una búsqueda de respuesta sin demasiado fuelle. Levanta el vuelo en sus últimos veinte minutos: una ambientación pavorosa y escalofriante y una imaginería visual muy interesante. Sin embargo, hasta que todo ello llega, nos hemos tragado más de dos cuartas partes de jump scares atronadores y situaciones caídas en el cliché.

La comparativa más cercana que podemos encontrar a Smile es The Empty Man (salvando las distancias argumentales, pero con mecánicas de guion muy parecidas), aunque la leyenda urbana que compone esta última es más compleja y trabajada, amén del maravilloso comic de Cullen Bunn. Y desde luego, las enormes expectativas y comparativas hiperbólicas (las influencias de Junji Ito, ¿dónde?) no le hacen ningún favor.

En definitiva, Smile es una buena película de terror con sus momentos conseguidos, un comienzo muy potente y un cierre poderoso, pero con un nudo sin cuajar, falto de contenido y sobrante de los jump scares de manual. No obstante, el joven director posee un instinto innato para el género del terror y deberemos estar atentos a sus futuros proyectos.