I Am Not a Serial Killer sigue la historia de John Wayne, un adolescente que trabaja en la morgue familiar. Su extraño gustos por los cadáveres y su enfermiza personalidad le obligarán a seguir unas estrictas reglas con el objetivo de no llevar su sociopatía al siguiente nivel. Debido a las misteriosas muertes que azotan el pequeño pueblo, el joven John empezará una búsqueda del asesino en serie que está actuando impunemente.
Director: Billy O’Brien.
Reparto: Christopher Lloyd, Max Records, Laura Fraser, Karl Geary, Tony Papenfuss, Bruce Bohne.
No son pocas las películas que han intentado introducirnos en la mente del asesino, mostrándonos un curioso enfoque en él que se busca la empatía del espectador con sus instintos más primarios dando rienda suelta a sus deseos más ocultos. Como era de esperar la gran mayoría de estos proyectos han fracasado, y es que lograr que el espectador conecte con personajes de mentalidad absolutamente despreciable es una papeleta de la que muy pocos guionistas son capaces de salir airosos.
I Am Not a Serial Killer comienza introduciéndonos en el habitual esquema propio de numerosas cintas protagonizadas por personajes inadaptados que se sumergen en una destructiva espiral hacia la locura. Sin embargo, su en apariencia tópico punto de partida, da rápidamente lugar a un profundo análisis sobre el comportamiento humano que atrapa al espectador a medida que este comienza a empatizar con un despreciable personaje protagonista que paradójicamente representa la verdad más absoluta de la esencia del ser humano.
A medida que la historia hace hincapié en el funcionamiento de la mente de un diagnosticado sociópata con marcadas tendencias homicidas, comienzan a despuntar curiosos elementos de tintes fantásticos que adquirirán protagonismo en un tercio final más próximo al thriller de ciencia ficción que al drama familiar que tiñe el resto del metraje.
El guion obra de Christopher Hyde y Billy O’Brien (adaptación la novela homónima de Dan Wells) nos ofrece algunas reflexiones tan interesantes que es una lástima ver como la cinta no cuenta con algunos minutos más de metraje en los que terminar de profundizar en muchos de los detalles secundarios que conforman la trama. El exhaustivo análisis de la personalidad del personaje protagonista llevado a cabo a lo largo de toda la historia es sublime, demostrando que si se sabe aprovechar la oportunidad el espectador puede ser capaz de conectar con ideas que difieran completamente de su propia escala de valores.
La correcta dirección de Billy O’Brien se ve respaldada por el maravillo trabajo de fotografía llevado a cabo por el experimentado Robbie Ryan, quien dota a la cinta de un aire ochentero que encaja de maravilla con la trama, aportando a la historia ese aire atemporal que tan bien complementa la tensa atmosfera que O’Brien crea a lo largo del tramo central.
El reparto está encabezado por un estratosférico Max Records, quien ofrece una de las interpretaciones adolescentes más sorprendentes de los últimos años. El joven actor juega a la perfección con la dualidad de su personalidad, logrando cargar sobre sus hombros con gran parte del peso de la trama central. Junto a él encontramos a un brillante Christopher Lloyd en la que fácilmente podríamos catalogar como una de las mejores interpretaciones de su carrera. El resto de secundarios queda ensombrecido por el brillante trabajo de esta pareja protagonista, pero logran solventar con acierto sus papeles permitiendo que la historia fluya con un ágil ritmo que transforman los 104 minutos de duración en un suspiro.
I Am Not a Serial Killer es una de las grandes sorpresas del año y fácilmente se colará en muchas de las listas de lo mejor de este año. El público general disfrutará enormemente con su carga dramática mientras que los aficionados al género la amaran de principio a fin, convirtiéndose automáticamente en una de sus películas de cabecera de los últimos años. Una agradable sorpresa que aprovecha su enorme potencial, ofreciendo una inolvidable historia que esperemos continúe el camino del material original regalándonos un buen puñado de secuelas.