Expediente Warren: El Caso Enfield recupera a la pareja de demonológos Ed y Lorraine Warren; en esta ocasión, deberán viajarán al norte de Londres para ayudar a una madre soltera que tiene a su cargo cuatro hijos y que vive sola con ellos en una casa plagada de espíritus malignos.

Director: James Wan.
Reparto: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Frances O’Connor, Madison Wolfe, Lauren Esposito, Patrick McAuley, Benjamin Haigh, Javier Botet, Franka Potente, Simon McBurney.

Dicen que si no existieran ciertas mentiras habría que inventarlas. La mayoría de grandes engranajes del mundo funcionan a base de momentos de fe ciega en algo, que si bien sabes que no es cierto, debes esforzarte en pensar que así es, o de otra forma muy pocas cosas en la vida tendrían sentido. Además, el poder colectivo nos hace pensar que algo debe haber ahí si los demás siguen haciéndolo. Póngase por ejemplo el pensar que vamos a mejorar nuestro sueldo o conseguir un trabajo gracias a votar a unos u a otros. Decía el director James Wan que iba a abandonar el género para siempre. Pero tras la decepcionante Insidious 2 sus fans sentían que había una cuenta pendiente. Ninguno se creía la promesa del director. Actos de fe. Hay que creer que en realidad estaba bromeando y por arte de magia aparecerá de nuevo, ¿ves?.

Es también acto de fe considerar al director un maestro, el icono del cine de terror de nuestro tiempo. Y lo es también, entonces, creer que no ha hecho ya cuatro veces la misma película de terror o que el muchacho tiene realmente un discurso y claves propias en su cine y no que, más bien, es un artesano tremendamente virtuoso y eficiente, cuyos intentos de humanizar sus películas discurren por la delgada línea entre la cursilería e incluso lo rancio. Pero claro, partimos del acto de fe absoluto, el acto de fe que nos permite ver cuarto milenio con interés cuando nuestra formación, educación y cultura nos hace repudiar la superchería. Y bueno, lo mismo con la tradición del terror de ascendencia judeocristiana. La mayoría del fenómeno Wan y otros aledaños, como Líbranos del Mal, pertenecen a un nuevo movimiento, cada vez más creciente en los Estados Unidos, de cine ultracatólico, que parece querer evangelizar al mismo tiempo que consumes tu menú de palomitas y bebida extra grande por menos de diez euros. Y aquí, se nos requiere el acto de fe supremo, que durante las dos horas de proyección nos creamos que existe el mal absoluto, los demonios, los exorcismos y los poltergeists. Y en esos momentos, claro, es donde la maestría del director se hace patente.

Expediente Warren: El Caso Enfield es un truco de magia, en el que sabes que hay un gato encerrado pero te encanta ver y actuar al ilusionista jugar con tus expectativas y, finalmente, sorprenderte. Por eso, todas las críticas que dan vueltas a la carga ideológica omnisciente o “el mensaje retrógrado” son el típico caso de niño que se cree más listo que los demás y no se deja engañar, ignora que a veces hay que dejarse torear para disfrutar, y que no hay nada de malo en ello. Especialmente cuando el juego que se nos propone es de una altura como la que se está ofreciendo. Puro espectáculo de interacción con la caterva fuera de la pantalla. Juego Hitchcockiano de pura solaz socarrona, de timing preciso y movimientos de cámara que siguen el ritmo del pulso del propio corazón humano. Wan dirige el zoom, parte el plano, desenfoca o deja fuera de campo lo que no quiere que veas y maneja la tensión como un director de orquesta. Cuando ya tiene todos los elementos plantados y engrasados, se dedica a regarlos con imaginería visual cuidada y seleccionada para crear el delirio entre los fans del terror italiano. James Wan también es aficionado y se deleita calcando planos de Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes de Fulci en la sesión de espiritismo, resamplea oscuros títulos de culto como Desecration y sus pinturas de monjas diabólicas, incluso otros horrores de convento como Dark Waters. Los referentes más obvios siempre están ahí, pero la coda visual a títulos olvidados con cada vez más relevancia como La Centinela o El Exorcista III confirman que bajo el evento de estreno millonario hay un connoisseur con ideas, motivado y con ganas de superarse a sí mismo.

En el lado negativo, que también lo hay, el carácter de gran épica paranormal hace que Wan estructure la película como un conjunto de set pieces, que si bien todas funcionan, hacen que el todo no sea tan redondo como su primera parte, por algún desajuste en el ritmo, y también en secuencias que no parecen propias del director, injertos algo forzados como las apariciones de ese hombre terrorífico, que además es presentado con un feo y pobre CGI, que contrasta con el cuidado diseño de producción y ambientación de la película, lo que le saca a uno un poco del estado hipnótico que había conseguido manejando elementos que sí están en frente de la cámara. El final será criticado por tópico y hollywoodesco, pero es un manejo de la tensión tan armónico y orquestado que acaba en catarsis y soplo de relajación. Pese a ser algo abrupto, mejora el de la primera parte.

En lo concerniente al caso real, es encomiable el trabajo de documentación, reflejo y conveniente deformación de los hechos que ocurrieron a la familia Hodgson. Expediente Warren: El Caso Enfield convierte la historia original en un caso de Ed y Lorraine, cuando en realidad, apenas aparecieron por allí para hacerse la foto. Sin embargo, los personajes, hechos, e investigaciones se entrelazan de forma natural, sin renunciar al aspecto didáctico para los interesados en el caso. Los giros de éste en la realidad son los mismos, incluso llegando a utilizar a su favor la desmitificación y cuestionamiento de las evidencias reales. Como en la primera parte, imaginamos que todo podría haber sido así, que la pareja de zumbados y vende humos, era un dúo de superhéroes de cómic. Todo es real. Todo es puro cine. Quizá Expediente Warren: El Caso Enfield no redefina el género de terror como proclaman sus promos y clips promocionales, peor desde luego ha puesto la plusmarca a un nuevo nivel, muy por encima de su precedente en cuanto a cantidad, técnicas y calidad de lo más importante. Secuencias aisladas, pequeños momentos de terror como cuadros independientes dentro de una misma exposición. La muestra de un científico en busca de la fórmula perfecta para el cine de terror.