The Devil’s Doorway está ambientada en Irlanda del Norte durante el año 1960. Dos sacerdotes vaticanos visitan un convento de clausura donde filman con sus cámaras de 16 mm un terrible asilo con monjas tiránicas, rituales de abusos y posesiones demoníacas. 

Director: Aislinn Clarke
Reparto: Lalor Roddy, Ciaran Flynn, Helena Bereen, Lauren Coe

Debo admitir que soy uno de esos antaño defensores del found footage que con el paso de los años y las películas ha terminado evitando a toda costa enfrentarse al formato. Los vicios del subgénero comenzaron a superar con creces a los beneficios, transformando la originalidad en una máquina de hacer dinero, donde siempre se apostaba por la peor idea y el mayor beneficio. Esta visión, de fundamentación puramente pesimista, se ve derrotada cuando uno se encuentra frente a puntuales proyectos en los que se establece el uso de la cámara en mano como pilar narrativo de la historia, dándole al mismo una justificación razonada que permite aprovechar en todo momento las peculiaridades y ventajas propias del formato. Ese es el caso de The Devil’s Doorway, nueva vuelta de tuerca al terror de temática religiosa, donde unas monjas de la vieja escuela están dispuestas a protagonizar nuestras pesadillas.

Partiendo del esquema narrativo básico en el que una pareja de diametralmente opuestos sacerdotes visita una suerte de convento destinado a reformar y ayudar a mujeres alejadas de la doctrina católica, el guion combina con habilidad el terror más básico con un rompedor discurso, protagonizado por los más impuros pecados de la iglesia y por el tristemente actual robo de bebés. Sin perder en ningún momento de vista la construcción de una atmósfera propicia al misterio, la cinta ahonda en los designios de sus protagonistas, analizando la doctrina católica desde un interesante prisma que el terror raramente se ha preocupado por explorar. La vocación de la película hace que por momentos se pierda su interesante discurso en busca del susto fácil, sin embargo, la trama sorprende al encontrar siempre el camino que le permite regresar a su verdadera intención.
 
La debutante Aislinn Clarke se atreve a rodar su película como si de una grabación original de 16 mm se tratase, sorteando con relativa soltura las peculiaridades del formato, siempre que uno deje de lado la retahíla de cuestiones sin explicación que todo found footage que se precie evita plantear. La cinta es deliciosa a nivel visual, llegando por momentos a predominar el estilo sobre la sustancia, sabiendo sacar partido a esa peculiar nostalgia bien entendida que genera ver  una historia de sobra conocida a través de unos supuestos nuevos ojos extraídos del mismísimo pasado. Es fascinante lo bien tratado que está por momentos el diseño de sonido, con instantes durante los compases iniciales donde el sonido es parte clave de la ambientación y por ende de la trama. Clarke saca partido a la habitual lista de sustos fáciles de utilizar cuando se narra la historia a través de la cámara en mano..
 
Sin innovar lo más mínimo, The Devil’s Doorway funciona gracias a una buena dirección y un más que notable reparto. Hará las delicias de los aficionados al terror de corte religioso, mientras espantará a todos aquellos que no consideren su curioso formato en 16 mm como algo interesante. Una buena forma de dignificar el subgénero sin grandes esfuerzos.