Madison empieza a sufrir pesadillas que, de alguna manera, la relacionan con una serie de asesinatos completamente reales. Poco a poco, descubrirá un secreto terrorífico referente a su pasado.
Cuando se anunció Maligno, la nueva película de James Wan, se dijo de ella que era el homenaje de este director al giallo italiano, a Argento, a Bava… Creo que no hay nada más lejos de la realidad. Ver esta película dispuesto a encontrar un giallo moderno conlleva una decepción casi segura. Un giallo implica algo más que la presencia de un asesino con guantes de cuero, no olvidemos eso. Que haya guiños al giallo (los hay) no significa que la película sea uno.
Yo fui uno de esos decepcionados, pero mi decepción llegó pronto, con el trailer. Cuando lo vi, supe que esto ni era un giallo ni pretendía serlo. Una vez asumido eso, me enfrenté a la película con las expectativas renovadas, sin saber con exactitud qué iba a encontrar, pero seguro de lo que no iba a encontrar.
Maligno es como una película de David Cronenberg dirigida por las Wachowski, en definitiva.
Es difícil hablar de Maligno sin destripar el final, que en este caso resulta especialmente importante porque, aunque en su prólogo y créditos iniciales se nos den algunas pistas, lo cierto es que el giro de guion de su recta final resulta tan sorprendente como grotesco y absurdo, así que intentaré abordar esta reseña de alguna forma que todavía no sé.
El cine de James Wan no suele polarizar tanto al público, pero en el caso de Maligno veo que sólo hay opiniones extremistas: para unos es una tomadura de pelo; para otros, una de las mejores películas del año. De verdad, creo que no he escuchado/leído a nadie decir simplemente «no está mal». En realidad, entiendo esta división de opiniones sin apenas tonalidades grises.
Maligno es una película difícil, sobre todo en estos tiempos donde abundan los cazadores de agujeros de guion y los devotos de la verosimilitud, de las historias calculadas al milímetro donde no queda espacio para el disfrute por el disfrute y la locura gratuita y desinhibida.
La nueva película de James Wan es una demencial muestra de terror sin vergüenza ni complejos, donde lo que menos importa es si eso que se nos está contando tiene algún atisbo de sentido y lógica. Esto ya no es Insidious, ni mucho menos Expediente Warren. Maligno entra en el terreno de la serie B de videoclub donde todo vale, pero es serie B hecha con cariño y buena mano, porque aunque la historia sea un despropósito, es todo tan autoconsciente, y se intuye que Wan se lo ha pasado tan bien rodando esta locura, que no me queda más remedio que arrodillarme ante Maligno y darle las gracias a su director por regalarnos una de las películas más sinceras del año y un villano puro como un diamante, sin matices: el letal Gabriel.
James Wan está lejos de ser mi director de cine de terror preferido, pero no le resto ni un ápice de valor a su trabajo. Puede que sus películas sean demasiado convencionales, diseñadas para contentar a la mayoría, pero están hechas con la pasión que sólo un amante del cine de terror es capaz de imprimir a su obra. Wan abusa del jumspcare, recurso fácil y mediocre que enturbia la calidad de cualquier película de terror que lo use en exceso, pero es el director que mejor sabe usarlo y de los pocos, tal vez el único, que los diseña para que sean algo más que un súbito e incómodo aumento de volumen.
A pesar de su terror tan domesticado, que rara vez arriesga tomando caminos que no conozcamos ya, las películas de James Wan tienen un inconfundible sello autoral imposible de imitar. ¿Por qué las Expediente Warren funcionan, y sus correspondientes spin offs, así como su tercera entrega, son, en el mejor de los caos, olvidables? Porque las dos primeras las dirige Wan y las otras no, y por mucho que se esfuercen por imitar lo que hace Wan, fracasan.
Maligno tiene todo lo bueno de James Wan, desde su fotografía y el buen uso de los jumpscares, hasta el manejo de la cámara y sus piruetas visuales (el plano cenital que sigue a la protagonista mientras recorre su casa, por ejemplo). Todo ello sirve como envoltorio de lujo para una historia que hace aguas por todas partes y que está repleta de enormes agujeros de guion. Es como Prometheus: desastrosa pero fascinante.
Pero como he mencionado antes, Maligno juega en otra liga; la de la serie B salchichera, divertida y excesiva, que por muy bien rodada que esté seguirá siendo serie B salchichera. ¿Es esto un problema? Depende de si al espectador le gusta o no la serie B y sus modales, de lo que esté acostumbrado a ver y de lo abierta que sea su mente a la hora de perdonar ciertas cosas a un guion que no da preferencia a la verosimilitud ni a la seriedad, sino a la diversión y al espectáculo. Un guion que defiende y lleva hasta las últimas consecuencias un concepto que no se sostiene, y que exige al espectador un acto de suspensión de la incredulidad mayor de lo habitual.
Iba a decir eso de «no es una película para todos los públicos», pero ¿acaso lo es alguna?
Al final todo se resume en que James Wan tiene el suficiente talento como para coger un guión desastroso y rodarlo de la mejor y más interesante forma posible. Porque, en ocasiones, importa más el envoltorio que el contenido, y Maligno es un ejemplo perfecto de ello.