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David Cronenberg

Para los que acaban de salir de la cueva, David Cronenberg es un director y guionista canadiense responsable de títulos como Cosmopolis o Promesas del Este. Cronenberg se convirtió en el rey de la pista durante los años ochenta como uno de los principales exponentes de lo que se ha denominado “horror corporal”. Esta tipología de filmes exploran los sentimientos humanos mediante la transformación física, la infección corporal y la evolución psicológica de los personajes. El cineasta canadiense también trabaja un concepto denominado «nueva carne» en el que se eliminan las fronteras entre lo mecánico y lo orgánico. Durante los años 80, Cronenberg exploró el género fantástico, el cine de horror y la ciencia ficción y dio vida a una serie de películas que se han clavado en la retina de más de uno.

En 1981 Cronenberg firma al completo un filme titulado Scanners. Protagonizado por Jennifer O’Neill, Stephen Lack, Michael Ironside y Patrick McGoohan, la película narra la historia de una “raza” de seres humanos denominados scanners, unos seres con unos poderes mentales extraordinarios. En el cartel de la película una leyenda reza:

10 SEGUNDOS, el dolor comienza.
15 SEGUNDOS, no puedes respirar.
20 SEGUNDOS, explotas.

La película pasa de arrancar con un concepto muy interesante a transformarse en una película de acción en la que los personajes tienen objetivos claros y concisos. Cronenberg orquesta de forma genial a un muy buen reparto y controla el ritmo de una manera sutil y eficaz. La película formó una trilogía (completada por Scanners II: El Nuevo Orden y Scanners III: El Poder de la Mente) y dos spin-offs (Scanner Cop y Scanner Cop II) que dejan mucho que desear. Los efectos especiales de esta película se clavaron en la memoria de muchos cinéfilos y constituyen un símbolo en la marca artística del cineasta.

En 1983, Cronenberg pilló una novela de Stephen King y bajo el guión de Jeffrey Boam filmó La Zona Muerta. La película está protagonizada por un fantástico Christopher Walken, al que acompañan Martin Sheen y Brooke Adams. Walken encarna a un profesor que sufre un accidente de tráfico que lo deja en coma durante cinco años. Al despertar, éste descubre que ha adquirido una serie de poderes extrasensoriales con los que ayuda a la policía a resolver una serie de asesinatos.
Esta película se aleja del “horror corporal” y se adentra en el cine policíaco y el thriller, sin obviar, eso sí, la carga emocional y psicológica del metraje. Estas dos cintas reflejan el interés de Cronenberg por la psique tanto de los personajes de sus películas como de las mismas historias. Este será el caballo de Troya con el que el autor canadiense atacará siempre al público.

También en el 83, Cronenberg vuelve a la carga con Videodrome, una película que escribe y dirige. Junto a James Woods, Deborah Harry y Sonja Smits, el cineasta de Toronto construye una película que el propio Andy Warhol bautizó como “La Naranja Mecánica de los años 80”. En esta película se vuelve a trabajar la hibridación del cuerpo humano y las últimas tecnologías. Videodrome es una película frenética en la que el poder de la televisión se materializa en violencia y en una profunda atracción hacia aquello que es real. Woods da vida a un personaje muy rico que lucha contra este experimento denominado Videodrome e intenta destruirlo. A nivel artístico la película se calza uno de los trabajos más potentes de los años 80.

En el 86, Cronenberg decide reinterpretar de forma magistral un filme titulado La Mosca. Un reparto de lujo, liderado por Jeff Goldblum y Geena Davis, narra la historia de un científico que se utiliza a sí mismo como cobaya en la realización de un experimento de teletransportación que obviamente sale mal. Este remake toma la idea del filme original, dirigido por Kurt Neumann en 1958, y le da un giro de vuelta artístico muy potente. El resultado le valió el Oscar al Mejor Maquillaje y la nominación a los Mejores Efectos Especiales de los BAFTA, casi nada… Cronenberg toma la batuta y dirige magistralmente esta película con un sentido del ritmo y un uso del lenguaje cinematográfico de diez.

Acabando los años ochenta, en 1988, Cronenberg vuelve a deleitarnos con un peliculón protagonizado por un fantástico Jeremy Irons. El filme se bautizó como Inseparables y narra la historia de dos hermanos gemelos idénticos, el encantador Elliot y el introvertido Beverly, ambos interpretados por el actor británico. Los hermanos son el ying y el yang de la misma personalidad: comparten las mismas costumbres, el mismo apartamento y la misma mujer. No obstante, la aparición de una nueva mujer muy especial para ambos, rompe el vínculo de los hermanos y convierte su relación de una auténtica locura.
Aquí Cronenberg complementa y enriquece el “horror corporal” para dar una dimensión psicológica a los personajes muy completa, confusa y difícil de digerir. La película vuelve a estar construida de forma soberbia dando especial hincapié a la gama cromática del filme, que genera sentimientos y sensaciones muy específicas en el público. La película triunfó de forma aplastante en los Premios Genie, organizados por la Academia Canadiense de Cine y Televisión, llevándose 11 de las 13 nominaciones; Irons, además, fue reconocido como uno de los mejores actores del año según el Fantasporto, el Círculo de Críticos de Nueva York y la Asociación de Críticos de Chicago.

En esta última película, como en toda la carrera de David Cronenberg, el peso del drama psicológico y el trabajo artístico se vuelven los pilares fundamentales del cine de un director que no queda satisfecho por un género simple. Cronenberg siempre busca más allá, perfora con su mirada a los personajes para sacar de ellos los miedos, los temores y la rabia dándoles un hueco en el mundo. Todo ello condimentado con unos trabajos artísticos muy envidiables que tienen una firma muy personal.

 

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