Cuando un aficionado al cine de terror piensa en vampiros, lo primero que se le viene a la mente son las interpretaciones de Béla Lugosi y Christopher Lee como el Conde Drácula, sin embargo, a lo largo de los años han sido innumerables las diferentes versiones que hemos tenido en torno a la leyenda de los chupasangres. Teniendo todos estos intentos, parece casi imposible que aún siga habiendo directores que logren sorprendernos con sus reinterpretaciones del mito vampírico, no obstante, Los Pecadores es un nuevo ejemplo de que por mucho que se pueda explotar un subgénero siempre seguirán apareciendo propuestas que nos hagan recordar una vez más porque amamos tanto el cine.
La trama de Los Pecadores sigue a dos hermanos gemelos que regresan su pueblo natal tras haber hecho una pequeña fortuna de dudosa procedencia en la peligrosa Chicago de 1932; su intención de construir un club de blues regentado y destinado a la gente de color rápidamente se verá truncado cuando una peligrosa amenaza sobrenatural haga acto de presencia. Con esta premisa resulta imposible no pensar en Abierto Hasta el Amanecer como uno de los principales referentes de la película, y aunque es cierto que existen ciertos puntos en común entre ambas propuestas, mientras que en la película de Robert Rodriguez eran el exceso y la comedia negra sus principales estandartes, Ryan Coogler apuesta por dotar a su historia de un interesante trasfondo dramático, dotando a todos sus personajes de un rico bagaje emocional gracias al cual el espectador logra conectar con ellos cuando la acción estalla durante el tercio final de la cinta.
El guion de Coogler no oculta en ningún momento su intención de utilizar los elementos más sobrenaturales de la historia como una alegoría sobre el racismo sistémico vivido en los Estados Unidos a lo largo de su historia, sin embargo, la película en ningún momento convierte su reivindicación social en el eje de giro de la historia; son las vivencias de sus personajes el elemento central de la trama, dotando de tanta importancia a los momentos previos al estallido de violencia como al divertido baño de sangre en el que inevitablemente todo debe acabar.
La música es la principal protagonista de toda la película, sirviendo tanto de elemento de liberación de los personajes como de espejo en el que se reflejan las diferencias raciales y sociales. La fotografía de Autumn Durald, con quien Coogler ya había trabajado en la secuela de Black Panther, dota a la cinta de una misteriosa aura donde los contrastes entre luces y sombras pueden hacer difícil disfrutar al espectador de ciertas escenas si la calidad de la proyección no es la adecuada. Ludwig Göransson tiene la difícil labor de crear una banda sonora que logre acompañar la enorme carga musical que tiene de la película, tarea que solventa con maestría creando emocionantes piezas que potencian la tensión de las escenas.
Michael B. Jordan es con su doble papel es la gran estrella de Los Pecadores, dotando a cada uno de sus dos personajes de una personalidad propia que permiten al espectador diferenciarlos tan solo con fijarse en los rasgos de su interpretación. Sería fácil pensar que con una interpretación tan dominante el resto de los actores quedarían eclipsados, sin embargo, ocurre todo lo contrario; todos los secundarios tienen momentos para brillar y demostrar su talento. El debutante Miles Caton carga sobre sus hombros con la difícil tarea de coprotagonizar la historia y el resultado final no podría resultar más impresionante; los momentos musicales son donde su personaje realmente brilla y en todos ellos Caton demuestra que tiene madera de estrella. De entre todo el espectacular plantel de secundarios me quedaría con un Delroy Lindo divertidísimo y con una enigmática Jayme Lawson. El villano interpretado por Jack O’Connell puede que sea el elemento donde más cojea la historia, siendo un personaje bastante plano cuya presencia únicamente sirve como elemento detonante de la acción en el tramo final de la historia.
Los Pecadores tiene todos los elementos necesarios para convertirse en un clásico de culto entre los aficionados al cine de terror y especialmente entre los amantes a las historias de vampiros diferentes. La maravillosa dirección de Ryan Coogler, unida a unas grandes interpretaciones y al gran amor por la música que destila cada poro de la película, convierten al proyecto en una magnífica reivindicación social que a su vez ofrece más de dos horas de puro entretenimiento. Una película imprescindible que merece ser disfrutada en la pantalla más grande posible.