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Un remake es tal vez  la manera más común a la hora de rendir homenaje a los clásicos del cine, una forma que permite acercar el ayer al público actual. Pero a pesar de las mejoras que el paso del tiempo ha aportado a la industria del cine, el resultado final no siempre logra estar a la altura.  En este artículo, vengo a destripar las entrañas de La Guarida (1999) dirigida por Jan de Bont, una de mis primeras películas de terror,  y su predecesora en blanco y negro, La Mansión Encantada (1963), del gran Robert Wise, que marcó un antes y un después en el cine de terror.

El argumento de ambas se basa en la conocida novela de Shirley Jackson, La Maldición de Hill House, aunque las dos versiones no comparten el mismo grado de fidelidad. Así,  bajo la amenazadora presencia de una mansión cuyo oscuro pasado está plagado de muerte y sangre, construida a los caprichos de un alma perturbado, el terrible Hugh Crain, conocemos a los cuatro protagonistas: el doctor John Markway, amante de las fuerzas sobrenaturales quien pretende estudiar el poder de estas sobre los demás, la joven Nell, la conocida psíquica Theo y el futuro heredero de la casa, Luke, incrédulo hasta la médula.

La guarida, a pesar de contar con un presupuesto impresionante (80.000.000 dólares frente a los escasísimos 1.400.000 dólares del film anterior) y un reparto entre los que contamos a Catherine Zeta Jones, Liam Neeson o Owen Wilson,  que en teoría debería aportar esa chispa que tal vez le fallara a la versión anterior, el resultado final deja mucho que desear. Si bien es cierto que no se mantiene fiel a la novela, intentando recrear una ambientación más realista pero igual de tenebrosa, no logra ni de lejos superar La Mansión Encantada, por muchos efectos especiales y fantasmas que hagan salir de la chistera.

Nos volvemos a encontrar a una Nell asustadiza, emocionalmente inestable, que se lanza a la aventura, en busca de un hogar al que pertenecer tras el fallecimiento de su madre. Sin embargo, nuestra Theo, la sensual psíquica cuyos pasos acompañan a Nell durante su estancia en la mansión,  da paso a una actriz cuya sexualidad, algo innecesario para la trama, parece específicamente colocada para atraer cierto público. Catherine Zeta Jones hace lo mejor que puede con el papel que le ha tocado, al igual que el resto del reparto, mientras la presencia de Hugh Crain, el primer propietario, parece alzarse con las fauces abiertas contra todo aquel que se atreve a pisar su hogar, al mismo tiempo que los fantasmas de los niños que el mismo parece haber matado, pululan por los pasillos, pidiendo ayuda. Ahí precisamente es donde todo empieza a hacer aguas.

Aunque desde un principio no contara con un argumento demasiado sólido,  el director Jan de Bont,  a pesar de intentar darle otro enfoque a la historia y pulir los detalles sueltos, no logra ni tan siquiera rozar la intensidad que la versión de 1963 consigue transmitir en blanco y negro y sin apenas contar con la presencia de elementos sobrenaturales.  Los matices del original libro de Shirley Jackson se diluyen en una versión depurada de todo su encanto clásico, de la carga psicológica de sus protagonistas y los sutiles eventos que los llevan al borde del colapso, eventos que todavía no sabemos si tan solo son un producto de la histeria colectiva o realmente los personajes se enfrentan a una casa endemoniada.

La banda sonora de la mano de Humphrey Searle no tiene nada que envidiar a la de Jerry Goldsmith en La Guarida, al contrario, gracias a la perfecta coordinación con los movimientos frenéticos de la cámara en La Mansión Encantada y los planos surrealistas, logran momentos cuya violencia nos deja sin aliento. Robert Wise tira de los escasos recursos existentes en la época y gracias a su ingenio, consigue convertir una pequeña adaptación pionera en el género en todo un clásico del cine de terror. La Guarida de Jan de Bont no consigue pasar del mero remake pobre, regurgitando una versión simplificada, apta para menores de edad, que no deja nada para la imaginación del público. Una pena haber tirado tanto de efectos especiales.

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