The Prodigy es un largometraje de posesiones sin poseídos. Nicholas McCarthy, que tiene en su haber algunos largometrajes muy interesantes -como la perturbadora El Pacto– nos cuenta una historia de terror basada en la existencia de un ente maligno dentro del cuerpo de un niño de ocho años; a pesar de que el guion no es nuevo ni original, sí es cierto que la propuesta es ligeramente diferente al tan trillado cine de posesiones, e intenta explorar la vertiente onírica de la reencarnación. Ya no es un demonio lo que habita en el cuerpo del pequeño Miles (Jackson Robert Scott), sino otro ser humano, que es aún más terrorífico.
 
La historia empieza de una manera trepidante, exponiendo las situaciones que al final confluirán en la piedra angular de toda esta trama. Sin duda arranca con buen ritmo, pero a medida que avanza el metraje, el guion se va diluyendo, y enseguida te das cuenta que estás viendo un film sin pretensiones, bastante plano en su exposición y que más allá de algunos jump scares bien sustentados no acaba de cruzar la línea de meta. Cuanto más conocemos sobre el desarrollo del tejido narrativo de The Prodigy más vacía de contenido parece; no cumple las expectativas de todo ese ruido mediático que había conseguido y el desenlace provoca al espectador esa sensación de no haber aprovechado del todo las posibilidades que se le suponían.

La idea de The Prodigy es buena, pero la ejecución no acompaña. Lamentablemente estamos ante una película que cumple con su objetivo de entretener aunque nunca va más allá. El trabajo del reparto es cuanto menos interesante: podemos destacar la de Jackson Robert Scott como Miles, Taylor Schilling como la abnegada Sarah o la de Colm Feore como el siempre intenso doctor Arthur Jacobson. Ellos cargan con el peso de la historia, que en su apartado técnico cuenta con el estupendo trabajo de Bridger Nielson en la fotografía; su clima tenebroso, desasosegado, frío e inquietante hace sumar puntos a la película.

The Prodigy es un ejercicio de terror aceptable, sin alardes, cuya intención es aportar algo de calidad al tan trillado subgénero de niños diabólicos. Lástima que no consigue la personalidad propia que sí han conseguido algunos de sus predecesores.