Denis Skinner parece un joven completamente normal y confiable. Sin embargo, la realidad es que se mueve por la ciudad con una maleta llena de cuchillos buscando víctimas a las que desollar y así poder vestirse con su piel.
Mientras, una misteriosa mujer le sigue la pista en busca de venganza.
Los que me conocen un poquito saben que soy un defensor a ultranza del formato físico por encima de lo intangible, la nube, el aire… Pero es innegable que gracias a las plataformas de cine, especialmente a las no tan populares, he vuelto a sentir lo mismo que cuando en los 90 entraba en un videoclub o en la sección de películas en VHS de El Corte Inglés y empezaba a rebuscar rarezas y títulos que me eran desconocidos. Títulos, claro, que iban más allá de la sección de novedades. Es, como ya digo, agradable entrar en una plataforma y descubrir cosas.
Es así como he dado con esta joya de los 90. Una película olvidada que no encontraréis en ninguna lista de recomendaciones, porque esas listas suelen estar llenas de lo mismo de siempre, una y otra vez hasta el infinito.
Skinner, protagonizada por Ted Raimi, el hermano del legendario director Sam Raimi, es un peculiar slasher que va de menos a más en lo que a turbiedad se refiere. La película, muy de los noventa y por momentos envuelta en una atmósfera cercana a la ensoñación, se mueve entre la comedia negra y el terror gore, aderezada con una pizca de noir que aporta el personaje de Traci Lords, una femme fatale sedienta de venganza que parece sacada de la mente de Tim Burton.
Mientras la veía, pensaba en Ed Gein, porque Skinner es algo así como una actualización de los crímenes del carnicero de Plainfield o como si Leatherface hubiese crecido viendo la MTV. Toda la disparatada escena del protagonista vestido con la piel de su compañero de trabajo e imitándolo de forma burlona y exagerada (esto me puso los pelos de punta a pesar de que, sospecho, la intención era que fuese graciosa) podría haber salido de La matanza de Texas 2. Pero situando la película en contexto, pienso que el principal referente por proximidad y relevancia en ese momento es El silencio de los corderos, y más concretamente su principal villano, Buffalo Bill, porque a Skinner no parece interesarle el componente policíaco del filme de Jonathan Demme, sólo el monstruo.
Skinner funciona casi como si de tres películas se tratase. Por un lado tenemos el slasher, donde asistimos a las carnicerías perpetradas por este joven desquiciado y que ocupan el grueso de la trama. Por otro, está el espíritu hitchcokiano que sobrevuela lo referente a la relación entre Skinner y la amable chica que le alquila una habitación en su enorme casa. Sin saberlo, ha dejado entrar al monstruo… Una olla a presión que tarde o temprano explotará.
Y por último, más en la periferia de la historia pero no por ello menos interesante, tenemos una mini película de venganzas que sigue los pasos de Heidi, una víctima superviviente de Skinner que busca hacerle pagar por todos sus crímenes.
Es una película que, sin duda, merece ser desempolvada y redescubierta por cualquier amante del cine de terror que sienta un poquito de curiosidad e interés por la arqueología cinéfaga.