Crítica de Skinamarink (2022, Kyle Edward Ball)

Skinamarink

Es 1995 y dos niños se han despertado en mitad de la madrugada. Sus padres no están, y tanto la puerta como las ventanas de casa han desaparecido. Hay una presencia extraña que les acecha y habla desde la oscuridad.

Vale, no sé por dónde empezar a hablar de esta película, así que intentaré ordenar mis ideas. No será fácil.

La sinopsis de Skinamarink está hecha del mismo material que las pesadillas y traumas infantiles y no tan infantiles, y no sólo su premisa, sino también el modo en que está rodada.
¿Por qué transcurre en 1995? A priori, la película podría transcurrir en 1995 o 2022 y la diferencia sería mínima. No habría un televisor de tubo, sino LED, y posiblemente no tendrían teléfono fijo en casa. Pero más allá de esos detalles, en apariencia superficiales, poco importa el año en que está ambientada Skinamarink.
Y, sin embargo, sí que importa. O al menos yo intuyo cuál es el sentido de ubicar la historia a mediados de los 90. Creo que Kyle Edward Ball, su director, tenía un plan, y ese plan era poner el punto de mira sobre la generación que vivió de lleno el formato analógico y hacerle sentir cosas. Despertar su sentimiento de nostalgia, pero no hacerlo de forma agradable como todas esas películas de colores pastel y luces de neón que reviven el espíritu de los 80.

Skinamarink, con su estética found footage sin ser found footage, y esa fotografía de aspecto analógico llena de ruido e imperfecciones, que parece un filtro VHS pero que tampoco lo es porque no hay simulación de tracking, nos traslada a la niñez a quienes en aquella época éramos críos; los que convivíamos con el sonido de la estática de televisión, las cintas de vídeo y los reproductores VHS con sus ruidosos cabezales.
Con estos elementos, el director nos traslada a la infancia, pero no con la intención de hacernos rememorar aquel bonito verano en la playa, las tardes en la plaza jugando con la pelota o intercambiando cromos en el recreo. En lugar de eso, nos lleva a un momento terrorífico: una madrugada a oscuras, solos y perdidos en nuestra propia casa. Da igual que nunca hayáis pasado por eso en vuestra niñez; la película consigue que estéis ahí, y que por algún motivo sintáis cercana esa situación tan espantosa, como un trauma reprimido que de repente asoma las orejas. Como una pesadilla que nunca habéis olvidado. Aquí se apela directamente a la faceta más tenebrosa y desconcertante de la infancia. Porque la infancia, en lo que a miedos se refiere, es bastante puñetera.

Skinamarink no es una película fácil. Está a años luz de aquello que entendemos por terror convencional. Ni siquiera puede decirse que entre en la categoría de “terror elevado” (dichosa etiqueta). Esto es cine experimental puro y duro, y por lo tanto hay que entrar en ella con la mente muy abierta y sabiendo a lo que se viene.
La película está contada casi en su totalidad desde el punto de vista de dos niños que deambulan por casa a oscuras y solos en plena madrugada, mientras algo extraño está sucediendo, aunque nunca llegamos a saber qué es. Es como si la vivienda estuviese siendo víctima de un error en la realidad, y puede que tal vez sea eso o tal vez no. Quizá no tengamos que buscar razones ni tratar de armar el puzle. Lo único que la película parece pedirnos es que estemos ahí.

Como la brillante simulación de una pesadilla que es Skinamarink, Kyle Edward Ball logra, valiéndose únicamente del sonido, la fotografía, la iluminación y los encuadres, poner nervioso al espectador y que un simple pasillo, una puerta entreabierta o una pared den miedo aunque no haya nada. El caso es que… Claro, a veces sí que hay algo.
La forma en que el director gestiona los momentos de terror y diseña la estética y atmósfera de la película recuerda poderosamente a The Mandela Catalogue, la perturbadora serie de terror analógico que podéis encontrar en YouTube. Como podréis imaginar, no conozco al director y no he hablado con él, pero algo me dice que una de sus referencias está dicha serie. En cualquier caso, si os gusta Skinamarink, id corriendo a ver The Mandela Catalogue.

Lo que quiero decir con toda esta verborrea, en resumen y para ir terminando, es que Skinamarink es, al menos para mí, la película más terrorífica del año. Y del año pasado. Y del anterior. Yo, que antes de saber hablar ya veía cine de terror, me sorprendí a mí mismo contemplando algunas escenas de Skinamarink con las manos en la cara y mirando a través de los dedos. Esto que digo es literal.
Si os apetece probar una película de terror distinta, que dé miedo casi de forma objetiva y que os muerda psicológicamente de una forma que os costará comprender, estáis en el lugar adecuado.

[Película vista en la sección online de TerrorMolins 2022 antes de su retirada]