Crítica: Predator: La Presa (2022, Dan Trachtenberg)

predator la presa
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Predator: La Presa se sitúa trescientos años antes de la Depredador original. Esta es la historia de Naru, una joven y valiente guerrera comanche menospreciada por los miembros de su tribu, que tendrá que defender la aldea de un peligroso cazador llegado del espacio.

Lo primero que veo necesario comentar es la absurda polémica surgida en su momento, cuando se anunció que Fox pasaría a formar parte de Disney y que venía una nueva película de Depredador en camino. Como era de esperar, los iluminados de siempre, esos que se pasan el día aguardando la mínima oportunidad para escupir bilis y burlarse de cualquier futuro proyecto cinematográfico porque para ellos resulta más satisfactorio odiar que admirar/respetar, comenzaron a dar por hecho que esta nueva película iba a ser un cuento de hadas para todos los públicos. Obviamente, esas suposiciones no tenían ni pies ni cabeza, porque ningún ejecutivo en su sano juicio sacrificaría el sello distintivo de una franquicia gracias al cual tiene tantos seguidores. No son idiotas.
Predator: La Presa es igual de violenta y sangrienta que el resto de la saga. Pues claro, ¿qué esperabais?

Y ahora, ya sí, pasemos a hablar de la película en cuestión.

Dan Trachtenberg dirige Predator: La Presa, su segunda película tras Calle Cloverfield 10, y he de admitir que su nuevo trabajo me ha parecido muchísimo más interesante que aquella especie de secuela/spin-off/precuela de Cloverfield que era todo eso y nada a la vez.
El tono y las formas que el cineasta elige para esta nueva y violenta entrega de los legendarios cazadores espaciales es muy opuesta a todo lo que hemos visto hasta la fecha, empezando por un reparto lleno de caras desconocidas encabezado por la talentosa Amber Midthunder. Pero donde más brilla la película es en su tono pausado y casi contemplativo que por momentos nos transporta a la genial El Renacido, de Alejandro González Iñárritu. Este ritmo manso, lleno de grandes planos que encuadran la naturaleza norteamericana y pone el foco sobre escenas costumbristas de los comanches, se rompe cuando el depredador hace acto de presencia, poniéndolo todo patas arriba y dejando tras de sí un reguero de sangre, despellejamientos y mutilaciones. Puede que de primeras lo que más llame la atención sea la remota época en la que transcurre la historia, acostumbrados como estamos a ver a los Depredadores y a sus víctimas desenvolverse en escenarios actuales, ya sean selváticos o urbanos, pero conforme avanza la película nos damos cuenta de que Predator: La Presa es distinta por lo antes mencionado, es decir, por un tono mayormente pausado, sin demasiado diálogo, interrumpido cuando menos lo esperamos por el elemento fantástico, que entra en escena provocando el caos y derramando sangre. Es en esos momentos donde especialmente se aprecia la buena mano de Trachtenberg a la hora de encuadrar, mover la cámara y rodar acción, dándole a la película un aspecto autoral y único dentro de la saga.

Predator: La Presa es Depredador en estado puro; el ser humano contra la bestia espacial, sin añadidos y sin buscar expandir el universo de esta saga ni aportar datos nuevos sobre los Depredadores, y aunque a priori sea algo que podamos echar de menos, porque siempre es satisfactorio conocer algo más sobre estas criaturas y su cultura cazadora, la película es lo suficientemente potente como para lograr que nos olvidemos de todo aquello que no sea el combate a muerte entre la aparentemente frágil Naru y el temible Depredador. Una batalla en plena naturaleza, sin armas de fuego, donde únicamente se puede contar con los pocos elementos que hay a mano. Es como la última media hora de la Depredador original: barro, flechas, piedras y cuerdas.

Es interesante descubrir cómo el guionista de la película ha decidido reducir el nivel tecnológico del Depredador para compensar la balanza respecto a su presa principal, el humano. Es de suponer que si hubiese contado con su mítico cañón de plasma, los comanches habrían sido barridos del mapa antes del minuto diez. Y aunque tecnológicamente el Depredador sigue estando por encima de sus presas, su armamento ha sido adaptado para que la lucha por la supervivencia que se nos muestra resulte verosímil. No es que esta raza extraterrestre no haya inventado aún el cañón de plasma por encontrarte en el siglo XVIII, sino que prescinden de él por voluntad propia para así situarse al nivel de las presas, siguiendo de esta forma su ya conocido código de honor: no cazar presas débiles, enfermas o indefensas. A lo largo de la película se hace hincapié en esta idea, mostrándonos varios momentos en los que el Depredador elige de forma concienzuda a las bestias más peligrosas del lugar.

En el aspecto visual, y perdonando el horrible CGI de algunas escenas, es posible que Predator: La Presa sea la película más bonita de ver (disculpad que me exprese de forma tan pedestre) de esta franquicia. ¿Recordáis el duelo a katana entre Depredador y el yakuza en Predators? Pues, más o menos, ese es el nivel estético de toda esta la película.

En resumen, Prey es más de lo mismo (lo cual no es malo en este caso) pero con un envoltorio sorprendentemente distinto, buenas dosis de sangre y acción y una protagonista también alejada del modelo cargado de músculos y testosterona visto en las anteriores películas. No sé si es la mejor secuela que ha tenido Depredador, pero sin lugar a dudas es la entrega más especial de la franquicia.

PD: Pero me sigue gustando más la de Shane Black.