Dos hermanos se embarcan en un viaje por carretera para encontrarse con una amiga y recorrer el país en coche durante las vacaciones de verano. Pero todo se tuerce cuando deciden gastar una broma por radio a un camionero. A partir de ahí, empezará un horrible juego del gato y el ratón perpetrado por el vengativo conductor.

Nunca Juegues con Extraños, como todas las películas de los primeros 2000 (esta es de 2001) me trae buenos recuerdos de una época que, admito, echo de menos. Estas películas son capsulitas del tiempo que nos hacen viajar hacia atrás y empaparnos de nostalgia, y eso que nunca la había visto hasta ahora. Uno de esos títulos que desde siempre te han llamado la atención, pero por algún motivo lo has ido dejando y dejando, hasta que de repente han pasado más de veinte años y todavía no lo has visto.
Pues ya he puesto remedio a eso.
El caso es que no sé qué percepción tiene la gente de Nunca Juegues con Extraños. ¿Es una película que en su momento fue más o menos sonada, pero terminó cayendo en el olvido, o en realidad nunca le importó demasiado a nadie? No conozco la respuesta, pero sí sé lo que nos interesa en este caso: que merece ser reivindicada.

A su manera y de forma no oficial, es una secuela espiritual de El Diablo Sobre Ruedas, de Steven Spielberg. En este caso, podemos llegar a empatizar (un poco, muy poco) con el camionero perturbado, ya que tiene más motivos para estar cabreado que el de la película de 1971, donde el demente conductor ejercía el acoso homicida sin apenas razón. Y bueno, aunque el villano de Nunca Juegues con Extraños toma unas medidas absolutamente desproporcionadas, sí que tiene algo parecido a un motivo para estar enfadado.
Por lo demás, las premisas de ambas películas son muy parecidas, aunque difieran en el tono y el desarrollo de la historia.

Hija de su tiempo, la cinta de John Dahl (entre los varios guionistas se encuentra ni más ni menos que J. J. Abrams) mezcla géneros y se inclina hacia el cine juvenil propio de la época, más ligero y amable que la áspera y seca película de Steven Spielberg, lo cual no nos priva de grandes momentos de tensión y escenas impactantes, como el breve plano del hombre sin mandíbula (que, de paso, sirve para dejarnos claro que el villano es una mala bestia), la secuencia de la escopeta o la tremenda y espectacular primera aparición del vehículo acosador.
Nunca Juegues con Extraños comienza como una comedia juvenil, todo muy dosmilero, con un dúo protagonista (Paul Walker y el Michel J. Fox de marca blanca: Steve Zahn) convirtiendo la función en una especie de buddy movie romántica y gamberrilla que muta hasta convertirse en un slasher motorizado con ecos a Sé lo que Hicisteis el Último Verano.
Es cierto que los 90 y los primeros 2000 fueron una época irregular para el cine de terror comercial, y aunque Nunca Juegues con Extraños es un título digno y en general muy disfrutable, incluso superior a la media de lo que se hacía entonces, acarrea algunos de los problemas que sufría el género en aquellos años, empezando por cierta blancura e inocencia, lo que hacía que estas películas casi se pudieran ver en familia sin que nadie se escandalizase.
Pero en conjunto es una película que entra sola, cortita y muy entretenida. Si no la habéis visto, dadle una oportunidad; y si ya lo hicisteis en su momento, volved a ella y recordad aquellos viejos tiempos que, no sé vosotros, pero yo añoro.

Imagino que tarde o temprano, si es que no están ya manos a la obra sin que lo sepamos, algún ejecutivo de Hollywood decidirá resucitar la franquicia obviando las dos secuelas directas a DVD que salieron unos años después. Y es que se trata de una película a la que le sentaría de maravilla un lavado de cara y una puesta al día, ya sea mediante un reboot, una secuela o una recuela (ya sabéis, remake y secuela por igual).
En cualquier caso, es una película que merece ser desempolvada y reivindicada, y no sólo por el factor nostalgia, sino también porque, pese a esas cosillas de la época que tal vez chirrían o no terminan de convencer, es un título que funciona de maravilla. Directo y al grano, sin rodeos.
Sí, creo que esa es la palabra que mejor define a esta película: funciona.