Crítica: ‘Martin’ (1977)

Crítica: ‘Martin’ (1977)

Martin (John Amplas) es un adolescente que cree ser un vampiro. Su primo Cuda (Lincoln Maazel) se convence del hecho, a pesar que Martin no teme al ajo, o a los crucifijos, y que puede salir a la luz del sol. Cuda cree que Martin es víctima de una maldición familiar, y que la única solución es salvar su alma. 

El maestro George A. Romero siempre será recordado por haber sido el encargado de insuflar vida al género zombie, convirtiéndolo en el fenómeno social que todos conocemos hoy en día. Sin embargo, muchos pasarán por alto que si por algo destaca el cine de Romero es por su fuerte crítica social, y ese inconformismo es algo que el veterano director ha conseguido plasmar (incluso coqueteando con el drama) en subgéneros tan variados como el horror corporal, la brujería o incluso el vampirismo.

En Martin, el maestro Romero encara el mito del vampirismo de una forma radicalmente rompedora, despojándose de cualquier convención preestablecida y logrando desmontar a su manera los elementos insignia que Bram Stoker impuso como canon del vampirismo en 1897 con su célebre novela Drácula. Romero se aleja de la truculencia; prefiere el desarrollo de los personajes, utilizando su mística naturaleza como una mera excusa para profundizar en la enferma mente de su protagonista.

Martin Pic

La cinta cuenta con marcado aire de surrealismo, que se ve reforzado por el uso continuo de flashbacks con los que Romero homenajea sin ningún pudor el legendario trabajo realizado por F. W. Murnau en 1922 con Nosferatu. A medida que avanza la trama, observamos como nuestro psicótico protagonista lucha contra su impuesta naturaleza, haciendo que el espectador se olvide de las incógnitas propuestas en detrimento de una oscura historia en la que el sexo todo un papel principal como catalizador de los deseos más salvajes y siniestros de la naturaleza del hombre.

El debutante John Amplas (que volvió a colaborar con Romero en cuatro ocasiones más: Zombi, Los Caballeros de la Moto, Creepshow y El Día de los Muertos) logra aguantar el tipo gracias a lo introspectivo y huraño de su papel aunque su talento interpretativo sea más bien escaso. Del resto del reparto tampoco merece la pena destacar gran cosa más allá de la escasa participación de un joven Tom Savini (quién también es el encargado de los efectos visuales y el maquillaje) y el protagonismo de Christine Forrest, ex-mujer del director que apareció en gran parte de su filmografía durante los años 80 y 90. Estar atentos y no os perdáis el divertido cameo del propio Romeo en un papel brillantemente sarcástico.

La fotografía característica del cine de serie B de los años 70 le otorga a la cinta ese aire sucio y realista que provocan que la historia adquiera en muchos momentos un tono casi documental, gracias al realismo escéptico con el que Romero afronta la totalidad de la fantasiosa mitología vampírica. Al igual que hiciera ese mismo año Cronenberg en la maravillosa Rabia, Romero utiliza los créditos finales como en elemento narrativo más en el que libera toda su ira, plasmando la crudeza de un mundo donde la violencia y el morbo predominan bajo una falsa apariencia de seguridad y confort que nos hacen creer que aún vivimos en una sociedad civilizada.

Es muy probable que Martin no pase a la historia como si lo hará La Noche De Los Muertos Vivientes, sin embargo es toda una demostración de la brillantez con la que Romero fue capaz de diseccionar la sociedad de la época desde un punto de vista en apariencia fantástico que a medida que avanza el metraje termina convertido en la más cruda expresión de la realidad. Una interesante deconstrucción del género vampírico que aporta un soplo de aire fresco a las convencionales reglas del género. Sin ir más lejos, es la película favorita de su director y la primera en la que piensa cuando alguien le pregunta por un remake de alguna obra suya.