Crítica de La Mesita del Comedor (2022, Caye Casas)

La mesita del comedor

Una pareja decide comprar una mesita para el comedor. En realidad, a ella no le gusta, y él sólo la quiere por una cuestión de orgullo.
La llegada a casa de este mueble será sinónimo de horror y tragedia.

Y no dejéis que os cuenten mucho más, porque aunque el gran detonante se produce en los primeros diez minutos de película, la forma ideal de abordarla es desconociendo al máximo su premisa. De hecho, incluso podéis ver el tráiler sin miedo, puesto que no explica nada.
Caye Casas, su director y guionista, debutó en el largometraje codirigiendo Matar a Dios junto a Albert Pintó. Previamente había dirigido cortometrajes como Nada S.A y RIP.
Sin embargo, es con La mesita del comedor donde ha logrado llamar la atención, aunque sea revolviendo estómagos y poniendo a prueba los nervios del espectador.
Pero lo cierto es que La mesita del comedor, rechazada en el prestigioso festival de Sitges por resultar incómoda en exceso (que un festival de cine fantástico y de terror rechace una película por ese motivo es, cuanto menos, curioso), ya venía con una larga y exitosa trayectoria festivalera bajo el brazo y una interminable ristra de premios en la maleta. Y, a pesar de ello, seguía sin encontrar distribución en España, ni en cines ni en plataformas. Es paradójico que una película tan premiada se sienta, a la vez, tan ninguneada. Pero un día llegó el golpe de suerte: el mismísimo rey del terror, Stephen King, la elogió en su cuenta de Twitter (ahora lo llaman X. Paso, la verdad), y ahora no sólo todo el mundo habla de ella (para bien o para mal, eso es lo de menos), sino que ya está disponible en Filmin, que ha decidido adelantar su estreno aprovechando el revuelo.

La película, de la que hablaré con pies de plomo para no desvelar nada (tenía pensado compararla con cierto clásico de Hitchcock, pero creo que sería demasiado revelador), es una pesadilla que comienza como una comedia y, en cuestión de segundos, pega un volantazo y se transforma en horror puro. A lo largo de todo el metraje seguiremos encontrando gotitas de humor, pero el horror, la tensión y la incomodidad serán los elementos que más brillarán en esta historia de terror cotidiano. Sin fantasmas, asesinos ni demonios, sólo mala suerte y las crueldades que el destino nos reserva de vez en cuando, haciendo que, en segundos, un día normalito tirando a mediocre se convierta en el peor de nuestra vida. He leído opiniones según las cuales esta película no se puede catalogar como terror porque simplemente se limita a regodearse en la tragedia. ¿Y acaso eso no es terrorífico? ¿La vida, tal y como nos la encontramos cada mañana al levantarnos, no puede volverse un infierno si jugamos mal nuestras cartas? Yo creo que ese es el terror más efectivo, aquel cuyo aliento puedes sentir en la nuca de tan cerca que lo tienes. Es una película y disfrutamos de lo espantoso e incómodo porque, bueno, nosotros no somos el protagonista… Pero podríamos serlo. De un modo u otro estamos cerca de serlo. Tened cuidado.

Viendo La mesita del comedor sentí el mismo nudo en el estómago que con una escena de la maravillosa Hereditary, de Ari Aster. Me refiero a lo que sucede tras la decapitación accidental de Charlie: su hermano, en shock y con el cadáver sin cabeza de la niña en el asiento trasero del coche, regresa a casa de madrugada, aparca, entra en su dormitorio y se acuesta. No duerme, claro, es imposible. Pasa toda la noche en vela, pensando en lo que sucederá por la mañana cuando sus padres despierten y encuentren lo que hay en el coche. Esa sensación de saber que la has cagado a lo grande y que, por mucho que intentes retrasarlo, tarde o temprano las inmisericordes consecuencias te pasarán por encima como un tren. Eso es la película de Caye Casas.

Otro punto muy a favor de La mesita del comedor es el buen aprovechamiento de sus recursos y presupuesto, que fue diminuto. Tanto, que la película se rodó en diez días en el piso prestado de una amiga del director.
Como el cortometrajista frustrado que soy, este es un apartado en el que suelo fijarme. He tenido conocidos que también dirigían cortos, como yo, pero ellos tenían una ambición desmedida. Lo cual está bien si tienes pasta, pero si tu presupuesto da para dos litronas y una bolsa de Doritos, ya te digo que tu cortometraje no puede tener escenas en el Vaticano y contar una historia internacional sobre cazadores de vampiros (esta era literalmente la sinopsis del corto que un conocido quería rodar sin un duro. Obviamente no lo hizo).
El cortometraje o la película se tiene que adaptar al presupuesto, no al revés. Si se hace lo contrario, el resultado será espantoso y fallido.

Caye Casas consigue a la perfección contar una muy buena y efectiva historia mediante aquellos recursos que tiene a mano, jugando con ellos para generar tensión y angustia, algo que sale barato de hacer si tienes el talento necesario y la imaginación bien sintonizada. Lo que quiero decir es que La mesita del comedor resulta tan estimulante porque la podría haber hecho cualquiera… ¡Los medios los tenemos! Un piso, un puñado de actores y una botella de sangre falsa. A partir de ahí, es una pura cuestión de talento.
Pero para que todo esto salga bien, bien de verdad, son necesarias una interpretaciones, como mínimo, notables. Es la forma de equilibrar la falta de medios técnicos. En este apartado era fácil que la película patinase, pero no lo hace. David Pareja y Estefanía de los Santos ofrecen dos interpretaciones magníficas y creíbles que elevan la sensación de angustia que sufrimos a lo largo de los noventa minutos que dura este pequeño infierno costumbrista.