Crítica de Última Noche en el Soho (2021, Edgar Wright)

Última noche en el soho

Última Noche en el Soho presenta a Eloise, una inocente chica de pueblo que, en su idea de ser una reconocida diseñadora de moda, viaja a Londres. Poco a poco se dará cuenta de que Londres no es el paraíso que imaginaba y, de alguna forma que ni ella misma entiende, está conectada a un crimen sin resolver cometido en los años sesenta. Su obsesión será buscar el modo de arrojar luz sobre ese asesinato. 

Tenía mucha curiosidad por saber cómo es una película de terror (más suspense que terror, en realidad) dirigida por Edgar Wright, igual que tenía curiosidad por saber cómo era un western o una película bélica dirigida por Quentin Tarantino. Hay pocas cosas más estimulantes para quienes seguimos y admiramos a cineastas con un sello autoral muy marcado que verlos salir de su zona de confort y meterse en proyectos que, a priori, no encajan con su estilo habitual, y que igualmente consiguen llevárselos a su terreno y hacerlos suyos.
Edgar Wright, quien hasta este momento sólo había dirigido comedias (comedias de terror, de ciencia ficción, de acción… Pero comedias, a fin de cuentas), se embarca por fin en un género con el que ha tonteado durante buena parte de su carrera, aunque nunca haya llegado, hasta ahora (si no contamos Don´t, su estupendo tráiler falso para Grindhouse), a profundizar y tomárselo en serio, ya sin el menor atisbo de parodia.   
Última Noche en el Soho es un sabrosísimo batido de referencias visuales y argumentales, desde Dario Argento y Mario Bava, hasta Hitchcock y Polanski. Pero Wright, como hace Tarantino (perdón por referenciar otra vez a Tarantino, pero es que pienso que son dos directores muy parecidos) no se limita a calcar y poner en pantalla, tal cual y sin filtrar, un simple catálogo de filias cinematográficas, sino que toma todo eso que le gusta, lo remezcla, le añade una buena dosis de estilo propio, y el resultado es algo tan diferente como imposible de imitar. Es decir, lo que ocurre con el cine de Tarantino. 

Última Noche en el Soho hace lo que las grandes películas de terror: usar aquello que cuenta, por disparatado o fantasioso que sea, para hablar de temas actuales y ajustarlo al contexto político-social presente. Pero además, Wright hace una curiosa lectura sobre la nostalgia, esa que tanto se venera hoy en día. Todos hemos dicho la recurrente frase «cualquier tiempo pasado fue mejor», y la hemos repetido hasta la saciedad, sobre todo al ver las deprimentes noticias en televisión o encontrarnos situaciones desagradables en la calle, y creo que la repetimos tanto, como un mantra, porque nos la queremos creer y no lo conseguimos. Yo también echo de menos los noventa, y me habría encantado vivir en los Estados Unidos de los años cincuenta o en el Nueva York de los ochenta, pero no hay que olvidar que en esa época existía la misma basura que hoy. Quizá había menos medios de comunicación para sacarla a la luz y pregonarla, pero eso no significa que no estuviese ahí. Y a juzgar por los gustos cinéfilos y musicales de Edgar Wright, juraría que es un tipo nostálgico…, pero con los pies en la tierra. Última Noche en el Soho habla precisamente de eso, del error que supone idealizar una época (los sesenta en este caso) y creer que todo era tan bonito como nos lo intenta vender el filtro del tiempo, la buena música que se escuchaba y el buen cine que se estrenaba. Nos guste o no, este planeta lleva siendo una cloaca de gentuza desde que el ser humano existe, y da igual el siglo o la década sobre la que pongamos la lupa: siempre habrá gente horrible haciendo cosas horribles. 

Al igual que ocurría con Baby Driver, la anterior película de Wright, la música juega un papel muy importante en Última Noche en el Soho, aunque de distinta manera. Si en Baby Driver la música era parte del motor que movía la trama por exigencia del guion, en el nuevo trabajo del director británico juega un papel meramente estético y superficial. Aquí, las canciones que suenan son usadas de un modo mucho más convencional que en Baby Driver, sin que esto sea algo negativo, y no lo es porque, aunque Wright no realice los malabares audiovisuales que esgrimió en Baby Driver, igualmente consigue que música e imagen se fusionen de forma perfecta, regalándonos escenas tan memorables como la del baile con Matt Smith o el turbio número musical con las chicas disfrazadas de marionetas. 

Es imposible hablar de Última Noche en el Soho sin mencionar su reparto. Y cuando digo esto, me estoy refiriendo a las dos piezas fundamentales de su elenco: Anya Taylor-Joy y Thomasin McKenzie. Doy por hecho que el trabajo de casting para encontrar a las actrices que diesen vida a Sandy y Eloise respectivamente tuvo que ser medido al milímetro, ya que la dinámica entre ambos personajes es fundamental en este caso. Una mala elección de casting o un error de química entre ambas actrices, y la película se hubiese venido abajo. Por suerte, las dos funcionan a la perfección y consiguen transmitir lo que la película busca: la falsa fortaleza de Sandy y la relativa fragilidad de Eloise, y cómo estas dos se relacionan, se complementan y evolucionan. No es sólo la química y el aura que transmiten; es que son dos actrices de un talento descomunal.

Puede que el final de Última Noche en el Soho sea un poco tramposo y que el mensaje feminista que intenta transmitir resulte algo extraño, y tal vez estén ahí sus dos únicos puntos negativos, los cuales resultan insignificantes frente a todo lo bueno que hay en esta película. Ya no hablo sólo de lo bien realizada que está a todos los niveles, desde su dirección, su montaje y su forma de usar los colores, la iluminación y la música, sino también de cómo logra aquello a lo que cualquier thriller que se precie debe aspirar a conseguir desde el primer minuto hasta el último: mantener el interés del espectador por la historia. Esto es aplicable siempre que hablemos de cine, pero el thriller tal vez esté más cimentado sobre ese principio que ningún otro género. Última Noche en el Soho maneja el ritmo de la trama con soltura, sin caídas y sin esos densos valles en los que no ocurre nada significativo, y nos va aportando las dosis justas de información para mantenernos intrigados por una parte (pero satisfechos porque la historia siempre avanza sin estancarse) y aterrorizados por otra, aunque curiosamente lo que más miedo da en esta película no son los fantasmas, la sangre ni las visiones de la joven Eloise, sino los asuntos más terrenales y humanos. 

Id a verla porque es de lo mejor que se ha estrenado este año, y luego escuchad su banda sonora a todo volumen porque el cuerpo os lo pedirá.  

Por cierto, ¿alguien más ha descubierto gracias a esta película que la canción Eloise no es original de Tino Casal, sino de Barry Ryan? Esto es igual que cuando descubrí que Sarandonga no es de Lolita, sino de Los Compadres, y Las Flechas del Amor tampoco es de Karina, sino de Leapy Lee. Menudos tres jarros de agua fría.