Maud (Morfydd Clark) es una joven enfermera que trabaja a domicilio. Cuando comienza a cuidar a una antigua bailarina enferma de cáncer con un estilo de vida que Maud no aprueba, su fanatismo religioso hará mella en su mente. La enfermera se ve a sí misma como una agente de Dios dispuesta a cualquier cosa para salvar el alma de su paciente.
Saint Maud es una de las últimas películas de la productora A24, que parece haberse especializado en lo que algunos denominan elevated horror. No voy a entrar en si estoy o no de acuerdo con esa etiqueta. Sólo diré que conecto mucho con su estilo narrativo y visual, ya casi una marca propia, donde predomina el menos es más y se prioriza la libertad creativa de sus cineastas, siempre dentro, eso sí, de unos presupuestos más ajustados que los de un James Wan o Guillermo del Toro. Personalmente, es un cine que me da cosas que la mayoría de títulos comerciales no.
En otra cosa que también se ha especializado A24 es en realizar películas de terror que polarizan al público. Pura carne de “o la amas o la odias”. En estos casos donde no se pretende llenar salas y tanto la trama como el ritmo suelen ser contrarios a lo que el espectador medio busca (sin querer decir con esto que lo que busca sea mejor ni peor), es normal que las opiniones vayan de un extremo a otro y el término medio brille por su ausencia.
Esta historia de terror religioso pone el foco no sobre los fenómenos paranormales, como la lucha entre bien y el mal o las posesiones satánicas, sino sobre algo mucho más aterrador y, por desgracia, real: las enfermedades mentales. Precisamente una de las cosas más llamativas de la película es que, al contrario de la carta que suelen jugar otros títulos de índole similar, en Saint Maud no hay lugar para la ambigüedad sobre la veracidad de los hechos narrados. Maud, nuestra protagonista, está seriamente trastornada, y es difícil rastrear segundas lecturas. Digo esto porque desde hace unos años, dentro de cierto tipo de cine de terror ligado a circuitos independientes y con pretensiones artísticas más marcadas, existe la costumbre de ponerle deberes al espectador. Títulos como Hereditary o La Bruja ganan muchísimo cuando se investiga sobre ellas después de haberlas visto, desgranando así los misterios de su trama, sus detalles ocultos, sus posibles interpretaciones… En cambio, en Saint Maud lo blanco es blanco y lo negro es negro. Es una película corta, directa y con una historia sencilla pero rotunda y tremendamente efectiva. Rara vez tengo problemas con las películas largas, pero de vez en cuando se agradece que no se anden con rodeos y vayan al grano
Si tuviese que buscar similitudes entre Saint Maud y otra película, sería Excision, otro relato sobre las terribles consecuencias que puede generar una enfermedad mental no tratada. Pero mientras la cinta de Richard Bates Jr. es una comedia negra sangrienta, obscena y excesiva (no leáis nada de esto con tono despectivo), el trabajo de Rose Glass es sutil y áspero como una película de los 70.
De modo que toca hacerse la pregunta que siempre se hacen cuando se estrena una película etiquetada como elevated horror: ¿es de verdad una película de terror? Mi respuesta es sí, por supuesto que sí. Hereditary, Midsommar, The Babadook, La Bruja… Todo es terror. Distinto es que no encaje en el encorsetado concepto que algunos tienen de lo que es, o ellos consideran que es, el terror, y todo lo que no esté dentro de esos estrechos márgenes que esta gente se ha inventado, deja de ser terror. Tonterías. El terror es un género que puede ser abordado de muchísimas formas y tonos, más de los que esos espectadores piensan. No existen tantos límites como pretenden hacernos creer.
Pero Saint Maud me ha hecho dudar tanto como cuando vi Carrie. En ambas películas hay algo aterrador, algo turbio, algo con lo que no quisieras cruzarte en la vida, y sin embargo lo que de verdad destaca por encima del terror es el drama, la tristeza de asistir al derrumbe mental y/o físico de una persona con problemas muy serios. Es ahí donde encontramos el horror y la incomodidad de la película. A fin de cuentas, Saint Maud está a dos pasos de ser un spin-off-precuela protagonizado por la madre de Carrie.
Puede que Saint Maud peque de sencilla, y quizá echemos en falta algo más ambicioso, pero aún así, con tan sólo unas pinceladitas y un par de momentos impactantes, consigue grabarse en la memoria del espectador y no pasar desapercibida.
Por mi parte, estoy convencido de que su directora, Rose Glass, es desde ya una nueva promesa del cine de terror independiente como en su momento lo fue Ari Aster o Robert Eggers. Valdrá la pena seguirle el rastro a sus futuros trabajos.