La Matanza de Texas narra como un grupo de jóvenes viaja a Texas para comprobar si la tumba del abuelo de uno de ellos ha sido profanada. Todo va bien hasta que se cruzan con una familia de matarifes desquiciados aficionados al canibalismo y la decoración de interiores con restos humanos.
Dentro de las sensaciones positivas que una película puede dejar a el espectador, hay tres principales: cuando no te gusta, cuando te gusta y cuando te apasiona. Para que ocurra lo segundo hay que haber visto la película en el momento idóneo. Cuando vi La Matanza de Texas por primera vez en mi vida, me decepcionó. Para empezar, por un motivo que no recuerdo ni recordaré jamás, tenía la convicción de que esta película era una historia de terror post apocalíptica en la línea de Mad Max. No sé cómo llegue a semejante conclusión, pero así estaban las cosas. Como es normal, cuando por fin conseguí ver La Matanza de Texas gracias a la bendita Vía Digital, que allá por 1999 me salvó la vida a mí, un mequetrefe hambriento de cine sin vida social ni acceso a videoclubs, la cosa me resultó de lo más decepcionante. Pero poco después, cuando la repusieron en el canal Showtime, la volví a ver, y esta vez sabiendo a qué me enfrentaba. Por aquél entonces, vivía en un destartalado cortijo en la vega antequerana, y para colmo era verano, un terrorífico y abrasador verano en aquella extensión de andaluzas tierras de labranza, cortijos, casuchas de campo y explotaciones agrícolas y ganaderas. Dicho de otra forma: vivía en La Matanza de Texas. Me afectó tanto ese segundo visionado, que a partir de ese momento no pude pasar cerca de ninguna casa solitaria junto a caminos rurales sin echar la vista atrás y preguntarme si tras aquellas paredes no se estarían perpetrando crímenes grotescos que incluyeran el consumo de carne humana. Ahí fue cuando me di cuenta de que esta película se había convertido en una de mis favoritas.
Si buscáis listas de las películas gore más famosas o influyentes de la historia, siempre encontraréis La Matanza de Texas junto a títulos como Braindead, Evil Dead, Saw o Blood Feast. Pero el caso es que la sangre que aparece en La matanza de Texas es mínima, y las imágenes de casquería se reducen casi a cero. Entonces, ¿de dónde viene esa idea en el imaginario colectivo de que la película de Tobe Hooper es un festival de sangre? En parte, deduzco, es algo provocado por el propio título de la película, claro, pero lo curioso es que cuando uno la ve sigue teniendo la sensación de que le han salpicado sangre y tripas a la cara. Te ha parecido ver gore donde no lo hay.
La Matanza de Texas cuenta con virtudes y méritos como para detener un tren, pero quizá el más llamativo sea su capacidad para desprender un realismo casi documental, todo ello gracias, en parte, a la granulosa fotografía y el mayoritario uso de la cámara en mano, que le da al conjunto una estética sucia, nerviosa y llena de verdad. Los horrores mostrados se nos presentan como auténticos, sin artificios ni humor. Aunque el título nos haga creer lo contrario, en La Matanza de Texas hay poco exceso, de ahí la credibilidad de sus imágenes. La escena de la chica colgada del gancho, sin mostrar absolutamente nada explícito, duele más que toda Hostel, y eso es gracias a lo mucho que se agudiza el ingenio cuando los medios escasean y a un estupendo trabajo de montaje que ayudó a plantar cara a una considerable falta de presupuesto.
También es importante mencionar el fantástico trabajo de atrezzo a base de auténticos restos óseos animales y humanos. Cuando se nos muestra el domicilio de la familia psicópata, no tenemos la sensación de estar viendo una casa decorada por un equipo de cineastas para dar miedo. Lo que parece es una casa que de verdad pertenece a un clan de enfermos mentales; una casa macabra que el equipo de rodaje ha encontrado tal cual vemos en pantalla.
El cine de terror suele ser considerado un género menor, de ahí que en muchas ocasiones los aficionados busquen segundas lecturas para dar más profundidad a películas que no lo necesitan porque, sin metáforas, ya son buenas. De La Matanza de Texas se han dicho cosas como que en ella existen alegorías a la Casa Blanca, Richard Nixon y el escándalo del Watergate (la casa de los caníbales, amable por fuera, oculta la corrupción más tremenda en su interior). Lo cierto es que considero que estas apreciaciones están cogidas con pinzas, y que en muchos casos atienden más a la imaginación del público que a las verdaderas intenciones de la película. Eso no quita que en el filme no existan metáforas visuales muy acertadas y más detalles de los que parece a simple vista. Por ejemplo, cuando el grupo de jóvenes protagonistas se detiene a repostar en una gasolinera, el dueño (que resulta ser uno de los miembros de la familia caníbal), les indica que no hay gasolina. Esto es porque ese mismo año, 1973, hubo una gran crisis que dejó principalmente a EEUU y Europa sin gasolina porque la Organización de países árabes exportadores de petróleo decidieron no vender combustible a ningún país que hubiese apoyado a Israel durante el conflicto de Yom Kipur. Creo que, puestos a buscar alegorías y simbolismos, diría que La Matanza de Texas habla más sobre los estragos del paro y los efectos negativos que el avance tecnológico tiene sobre ciertos puestos de trabajo, cuya mano de obra humana desaparece sustituida por máquinas. A fin de cuentas, el origen de la familia psicópata de la película está ahí; unos empleados del matadero que pierden su empleo, viéndose arrastrados a la locura y al consumo de carne humana para sobrevivir.
También habría que poner la lupa sobre uno de los mayores componentes que contiene el ADN de esta película: los cuentos clásicos. La Matanza de Texas podría resumirse como una especie de Hansel y Gretel, Pulgarcito cualquier historia con caserón siniestro habitado por monstruos. Leatherface es el particular ogro de esta historia de terror tejana. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta querer encontrar segundas lecturas absurdas sólo por pensar que así la película será mejor. En mi opinión, eso no son más que complejos.
Uno de los elementos más recurrentes en la película de Hooper es el sol. Ya desde los créditos iniciales, al ritmo de la perturbadora e incómoda banda sonora compuesta por el propio Tobe Hooper y William Bell, vemos un extraño montaje con imágenes de archivos del sol. Planos de erupciones y manchas solares que, de primeras, no parecen significar mucho. Sin embargo, conforme avanza la película, comprendemos que el sol tiene una importancia más relevante. El calor es uno de los protagonistas de la película, haciendo que la experiencia sea mucho más desagradable y asfixiante. A lo largo de la película, la cámara hace hincapié en el sol (el plano final de Leatherface blandiendo su motosierra al amanecer, entre otros) y en varias metáforas visuales que nos recuerdan, de nuevo, al Astro Rey (ese primer plano del ojo de Sally durante el tormento final en casa de los caníbales, o ese plano del faro de la camioneta que parece estar a punto de salirse de la pantalla para impactar contra los espectadores). No diré que el sol sea un personaje más, pero sí es una presencia que, de una forma u otra, quizá ejerciendo su malévola influencia, siempre está presente. No es casualidad que Pam, el personaje interpretado por Teri McMinn, recurra en un par de ocasiones a un libro de astrología que, en cierta manera, predice el mal que está por venir.
En resumen, La matanza de Texas es una película que, en lo suyo, sigue sin ser superada a día de hoy. Un título tan influyente, que sin él no existirían películas como Las Colinas Tienen Ojos o Viernes 13. Tal vez, sin esta película el propio género slasher no sería lo mismo. O no sería, a secas.