1968 fue el año elegido para estrenar la obra maestra La Semilla del Diablo, dirigida por el todavía no controvertido director europeo Roman Polanski (también guionista de la cinta) y producida por el increíble William Castle. La historia no era para nada ordinaria: nos adentraríamos en lo oculto y el espectador se pondría a pensar que el hijo de Satanás finalmente había llegado a la tierra, mientras se iba a enfrentar a la posibilidad de encontrar seres malvados llenos de mezquindad y egoísmo puro, en una sociedad que estaba virando hacia un rumbo lleno de actos extraños y violentos.
Desde su comienzo la cinta nos hace sentir sofocados. Vemos un plano general de Nueva York que se va centrando en un edificio en particular, mientras que de fondo hay una música que quizás parezca al principio angelical y tranquila, pero después de unos segundos se torna algo fastidiosa, pesada, no concuerda con los pomposos títulos rosas en cursiva que nos presentan en pantalla. Este es el primer golpe que vamos a recibir.
Con los protagonistas estamos desde el momento cero donde van a ver su nuevo departamento. Somos, si se quiere, un poco ellos. Rosemary, interpretada por la increíble Mia Farrow, es una joven llena de sueños y ganas de vivir en uno de los edificios más importantes de Nueva York junto con su esposo Guy, encarnado por el multifacético John Cassavetes, un actor que siempre cubría los huecos de los protagonistas en obras de teatro comerciales. Esta vez podría tocarle un papel soñado solamente si al protagonista le surgía algún inconveniente. Si eso sucedía la carrera de Guy despegaría de un momento a otro, siendo otra luminaria más de Broadway.
Ni bien se mudan a ese gran departamento con pisos que crujían y puertas secretas, conocen a sus vecinos. Dos seres encantadores pero un poco extravagantes: ellos son Roman y Minnie Castavet. Sin hijos, con muchos amigos, y brebajes raros hacen que pasar por un embarazo sea una experiencia un poco más elevada de lo común. Pocas veces se vio una gestación con tanto sufrimiento, pero el contrapunto son las ganas de ella por tener un hijo, terminar con el dolor punzante de todos los días y seguir con su sueño.
A pesar que su hijo la corroe por dentro y le pide que coma carne más cruda que cocida ella en ningún momento baja los brazos a su maternidad. Los vestidos de colores vibrantes ya no están más, ahora son opacos y usa mucho el color celeste, casi santificándola. El efecto demoníaco por algunos momentos queda de lado cuando vemos lo que pasa a la protagonista, su luz se va apagando, mientras que en su vientre crece algo que no es lo que parece. Crece el mal, pero también crece el egoísmo, la mezquindad, que no es propia de ella. Todo el mundo se proyecta sobre la chica frágil de ojos grandes pero nadie piensa en ella y sus deseos de ser feliz con una familia constituida con Guy, ni el propio Guy que solo quiere fama y reconocimiento.
Queda claro que Rosemary es un ser inocente, sin ningún tipo de maldad. Todos tienen corazones egoístas.
Está claro que La Semilla del Diablo hizo mella en sus espectadores. Una de las mejores películas del año, no solamente porque algunos de los actores pudieron ganar un Oscar por su interpretación, sino por lograr recaudar 33 millones de dólares, una gran suma para la época, y más aún si tenemos en cuenta el tipo de película ante el que nos encontramos. Estrenarla alrededor del mundo llevo casi cinco años, comenzando en Estados Unidos durante el mes de junio de 1968 hasta 1972 cuando la cinta vio finalmente la luz en Irlanda.
Tan solo 1 año después de su estreno en Estados Unidos, se produce uno de los grandes asesinatos que quedarán por siempre en la memoria; el clan Manson hace su entrada triunfal en la historia y castiga con la muerte más cruel a unos amigo que están pasando un fin de semana juntos, en una casa en Cielo Drive. Allí se encontraba Sharon Tate, la mujer de Roman Polanski, embarazada de 8 meses. Los encargados de liderar la matanza fueron Susan Atkins y Tex Watson que regaron su odio junto a otros participantes de la secta de Charles Manson.
Algunas malas lenguas dicen que Polanski hizo un pacto con el diablo y entregó a su mujer y nonato a cambio de fama y reconocimiento, tal como lo hacía Guy en la película. Otros dicen que simplemente fue una tragedia que nada tiene que ver con ningún tipo de pacto. Pero la niebla del ocultismo siempre esta alrededor del asunto, teniendo en cuenta que LaVey (creador de la iglesia satánica) fue uno de los consultores que uso Polanski para darle más realismo a todo el asunto.
A veces la ficción parece mezclarse con la realidad.