Seguimos con el repaso de las películas vistas en Sitges 2025. Podéis encontrar la primera entrega aquí.
Entre las sorpresas más estimulantes del certamen destacó It Ends, ópera prima de Alex Ullom, que comienza como un juego entre amigos para transformarse en un inquietante espejo generacional. Su aparente sencillez escondía un ejercicio de precisión narrativa admirable: un viaje mínimo que crece a medida que el horizonte se estrecha. El film sabe alternar humor, duda y desgaste emocional con una naturalidad poco común, sostenido por una química de reparto impecable y una puesta en escena que entendía el valor del silencio. Una de esas pequeñas joyas que recuerdan que avanzar no siempre implica movimiento.
La mirada al pasado llegó con la nueva versión de El Hombre Menguante, reinterpretación del clásico de Richard Matheson que Jan Kounen concibe como una carta de amor al fantástico clásico. Jean Dujardin aporta humanidad y melancolía a un personaje atrapado en la angustia de su propia insignificancia. El film brilla por su respeto casi museístico al original y por su apuesta por los efectos prácticos, aunque su tono elegíaco terminó pesando más que el sentido de aventura. Asimismo, funciona como puerta de entrada para nuevas generaciones, aunque algunos espectadores echaron en falta mayor ligereza y asombro.
En el terreno de la incomodidad emocional, If I Had Legs, I’d Kick You se revela como una de las propuestas más abrasivas del festival. Rose Byrne firma una de las interpretaciones más potentes de Sitges 2025: frágil, cruel consigo misma, hilarante y devastadora. La película camina con sorprendente equilibrio entre el humor incómodo y el desgarro emocional, resultando tan agotadora como profundamente viva. Una experiencia que, como la vida misma, no ofrece instrucciones para sostenerse.
La adolescencia volvió a ser territorio de horror en The Plague, donde Charlie Polinger retrata el contagio no como amenaza sobrenatural, sino como fenómeno social inevitable. El campamento juvenil se convirtió en un campo minado de miradas, silencios y jerarquías invisibles. Los jóvenes intérpretes sostienen la tensión con una precisión extraordinaria, construyendo un coming-of-age sin consuelo ni redención, donde crecer deja cicatrices en tiempo real.
Uno de los grandes nombres del festival, Park Chan-wook, reafirmó su singularidad creativa con No Other Choice, una sátira feroz que nunca renuncia a la emoción. El director surcoreano combina thriller, drama social y comedia negra con una precisión de relojería, diseccionando la precariedad contemporánea con humor cruel y lucidez incómoda. Lee Byung-hun ofrece una interpretación monumental, vulnerable y salvaje. Audaz, devastadora y extrañamente reconfortante, la película se erige como una de las cimas artísticas del certamen.
No todas las propuestas lograron estar a la altura de sus promesas. A Grand Mockery llegó envuelta en una aura de cine maldito y exorcismo existencial, pero acaba diluyéndose en una acumulación de imágenes granuladas sin pulso ni ambición real. Ni provocadora ni experimental, su mayor logro fue evidenciar que la confusión era método y no accidente. Una rareza que difícilmente encontrará refugio ni siquiera en el culto.
En el extremo opuesto del espectro, el del exceso celebrado, Sisu: Camino a la venganza es una auténtica detonación de entusiasmo. El regreso de Aatami, “el Inmortal”, convirtió la proyección en una fiesta colectiva. Jorma Tommila vuelve a encarnar a este espectro vengador indestructible, mientras Stephen Lang se divertía componiendo un villano caricaturesco y afilado. Western, cartoon macabro y exploitation se fundieron en una sucesión de set pieces cada vez más demenciales. Sisu no es solo una película de acción: es un estado mental.
La experimentación formal encontró su espacio en Man Finds Tape, híbrido de found footage, mockumentary, terror cósmico y discurso religioso. Peter Hall y Paul Gandersman construyen un universo denso y fragmentado en Larkin, Texas, sostenido por narradores poco fiables y múltiples formatos. Aunque el exceso de subtramas afecta al ritmo, su valentía formal y su capacidad para convertir lo cotidiano en fuente de horror la convirtieron en una de las propuestas más intrigantes del festival.
La gran revelación del certamen fue Obsession, un It Follows romántico donde el amor se convierte en maldición. Curry Barker combina terror, comedia y body horror con estilo y frescura, mientras Inde Navarrette deslumbró dando vida a un personaje tan fascinante como aterrador. Ingeniosa, valiente y tremendamente efectiva, fue uno de los grandes triunfos del cine de género en Sitges 2025.
También destacaron propuestas como Find Your Friends, un thriller de supervivencia que explora la amistad y el trauma juvenil desde una perspectiva incómoda y valiente; o Hellcat, que pese a un buen acabado visual y una sólida interpretación de Dakota Gorman, se queda a medio camino por un guion previsible. Frankenstein, de Guillermo del Toro, ofrece una lectura elegante y respetuosa del mito de Mary Shelley, con notables trabajos de Oscar Isaac y Jacob Elordi, aunque más contemplativa que perturbadora. Black Phone 2 amplia su universo hacia lo espiritual con resultados irregulares, y The Restoration at Grayson Manor cerró el festival con un gótico queer irregular pero con destellos de personalidad, especialmente gracias a Chris Colfer y Alice Krige.
Sitges 2025 fue, una vez más, un espacio donde el cine volvió a ser herida y refugio, exceso y silencio, carcajada y miedo. En cada sala, cuando las luces se apagaban y la pantalla iluminaba nuestras sombras, quedaba claro que la fantasía —la auténtica, la que incomoda y acaricia a la vez— sigue viva. Y con ella, la necesidad irreductible de seguir buscándola cada octubre.
