Crítica de Monkey Man (2024, Dev Patel)

Monkey Man

Monkey Man arranca en una India al borde del colapso. Los poderosos ostentan un dominio absoluto a base de corrupción y violencia. En medio de ese caos, un joven tiene el propósito de llevar a cabo una sangrienta venganza.

Adoramos las películas de artes marciales. Aun más: adoramos su sinceridad, su simpleza, su pureza. Sabes que en algún momento de una película de artes marciales, el héroe se va a poner fino a base de repartir estopa en secuencias largas, bien coreografiadas y, en ciertas ocasiones, sin escatimar en detalles escabrosos tales como roturas de huesos, dislocamientos y demás lesiones corporales. Obviamente, cuando uno piensa en el cine de artes marciales, inevitablemente, invoca la ciudad en Hong Kong, a los productores Shaw Brothers, la Golden Harvest Company, en el Wuxia y en su obra cumbre A Touch of Zen, en el todopoderoso Sammo Hung, en Bruce Lee, Jackie Chan Jet Li. Más tarde, los americanos harían lo suyo: fichar a estrellas caucásicas (luego ficharían a los originales) para sus películas actioners de los 80 y los 90 como Van Damme, Chuck Norris y la venida al continente del ya mencionado Bruce Lee a mediados de los 70. Sin embargo, el mundo de las artes marciales del siglo XXI ha vivido una revolución en este género capitaneada por tres pilares: el cine surcoreano, Gareth Evans (autor del magnun opus The Raid) y la saga John Wick. El cine de acción con importante componente físico no ha vuelto a ser el mismo desde que estos tres vértices acabaran por definir la perfecta triangulación del nuevo actioner contemporáneo. Y ahora nos llega Dev Patel, aquel tierno muchacho de Slumdog Millonaire, que decide que su opera prima sea una venganza brutal de artes marciales en India. Y el resultado es más que sorprendente.

Muchos han dicho que se trata de la John Wick india, una fotocopia del modelo de acción que han puesto de moda Keanu Reeves y Chad Stahelski. Nada más lejos de la realidad: las comparaciones, además de resultar desacertadas a la hora de generar unas expectativas que son bastante erróneas, serían más convenientes si acercáramos su resultado final a películas como Ong Bak: El guerrero Muay Thai, El Hombre Sin Pasado (sobre todo esta última), e incluso Venganza, aquel megahit de Liam Neeson. El personaje de Dev Patel no es una máquina de matar sedienta de sangre y habilidades sobrehumanas: se trata de alguien que sigue al pie de la letra el viaje del héroe por todas y cada una de sus fases. Podríamos decir que estamos ante una película más clásica en varios sentidos: en ella no vemos la clásica estilización del camino que sigue nuestro héroe hasta alcanzar su venganza final. Se nos presenta de forma pausa una red criminal corrupta, explotadora, que hace más evidente si cabe la dura diferencia de clases; a un malo malísimo que dirige los hilos de una India al borde del colapso; a un subjefe que es el desencadenante de las motivaciones del protagonista para buscar su venganza. Patel no tiene prisa en presentar el escenario y sus futuras víctimas para que, en los minutos siguientes, la justicia divina haga su trabajo y nos proporcione el gozo de ver como se ajusticia a cada uno de los desgraciados que han aparecido en pantalla.

Pero Patel, con bastante sabiduría, ha sabido que el viaje del héroe nunca es fácil. Este me parece que es uno de los puntos más inteligentes de Monkey Man: el héroe es falible, humano; necesita ayuda la ayuda del famoso sabio de los cuentos medievales que llega en los momentos más difíciles para abrirle los ojos y alzar su cometido. Es en esta parte del relato donde Dev Patel juega con el misticismo hindú, con las historias de Hánuman y las deidades del Ramayana, dándole un propósito al reguero de sangre que veremos a continuación y mostrando la mutación que sufre las motivaciones del personaje: ya no solo lucha por sí mismo; lucha por el bien de una nación.

El eje vertebral que sostiene Monkey Man oscila entre la masificación de las grandes ciudades, la normalización de las clases poderosas sobre un fuerte componente religioso para asentar sus bases y, sobre todo, el papel de la madre. Patel se sirve estos temas para estructurar su particular visión sobre la formación del héroe de Joseph Campbell a mamporro limpio. Puede que la acción no sea tan loca e imaginativa como en John Wick, pero desde luego algunos de los sets pieces de Monkey Man son lo suficientemente brutos como para satisfacer a aquellos que se hayan dejado engañar por su marketing: su violencia es seca, poco estilizada, sin contemplaciones. Las peleas carecen de toda elegancia: son un golpe directo al estómago. El manejo de cámara es alucinado, imparable, confuso, epiléptico. No siempre acaba de funcionar la decisión estética de darle a las peleas ese toque hipervitaminado, con la cámara en constante movimiento, sin ningún estabilizador a la vista. Aun así, se debe hablar del fantástico trabajo de fotografía de Sharone Meir (Whipslash, Silent Night), usando una paleta cromática que pasa del amarillo al rojo, dejando algunos momentos realmente buenos (la pelea del ascensor o la confrontación final).

Conclusión: sin ser una película tan total como los ejemplos mencionados arriba, Monkey Man es una ópera prima sólida, tremendamente bien ejecutada y que muestra de forma certera cómo se construye un buen relato clásico y lo bien que sigue funcionando la fórmula del viaje del héroe. Un plus extra: es un placer volver a ver en pantalla grande al desbocado de Sharlto Copley.