Mantícora presenta a Julián, un joven diseñador de criaturas que trabaja para una empresa de videojuegos. Pero dentro de Julián existe una pulsión que trata de frenar, algo que parece haber conseguido cuando conoce a Diana, una joven por la que siente atracción. Pero los monstruos no olvidan a Julián y luchan por salir.
El Libro Negro, película del grandioso y destroyer Paul Verhoeven, a pesar de ser una película que se toma sus licencias históricas, es uno de los análisis más complejos que se han hecho en años sobre la visión de los “buenos” y los “malos” durante la Segunda Guerra Mundial. A Verhoeven no le preocupa que su película sea una clase académica de Historia, con ese “basado en hechos reales” que tanto gusta al público deseoso de conocer a personas rotas por el tiempo. El director de Starship Troopers (obra maestra) está más preocupado de su análisis de fondo, la compleja cuestión de la némesis, la retribución de acciones, la grácil balanza del bien y el mal. Porque todos sabemos quiénes fueron los malos, sus actos, sus crímenes; pero el bando de los buenos es siempre un terreno conflictivo, porque ya lo decía ese termómetro de la locura que es Jorodowsky: “Nada es completamente bueno o malo. El sol que te da vigor es el mismo sol que te calcina”. Y Vermut, que no es precisamente un moralista que escupe mensajes o enseñanzas a la cara, viene una vez más a recordárnoslo, a apretarnos el cuello y a obligarnos a mirar el interior de un monstruo. O peor: la lucha interna por contener al monstruo. Eso es Mantícora, la nueva obra de Carlos Vermut, nombre superlativo en nuestra filmografía.
De nuevo, Vermut nos sumerge en ese turbio universo creado a su alrededor: el de personajes deplorables, que a veces no son conscientes de sus decisiones y deciden ignorar las consecuencias; personajes desesperados que o huyen o quieren hacer daño, hundirse y arrastrar a todos los de su alrededor; personajes de doble filo, doble moral, dicotómicos, difíciles de catalogar; un mundo donde el anime y el manga conviven con lagartos y trucos de prestidigitación. Como el “superhéroe” de Diamond Flash, los personajes de José Sacristán y Luis Bermejo en Magical Girl, Eva Llorach en Quién te Cantará. Y ahora, en Mantícora, nos enfrentamos al personaje de Nacho Sánchez… y de Zoe Stein. Porque nadie está libre de pecado: todos tienen su cruz, su tara; más obvia, más implícita. Porque la película habla de ese lugar donde uno puede abrirse en canal, sacar de su pecho todos los llantos y jugar con ellos. Porque Mantícora habla sobre el poder de la ficción: la ficción como refugio, el espacio de seguridad donde todo es posible, donde no hay límites; como en un videojuego, donde uno puede dejar salir al jardinero que lleva dentro o al sociópata latente. Y es difícil dilucidar cuando rompemos esa barrera y dejamos que nuestros monstruos interiores corran por las calles. Julián lucha por su contención una vez sabe que están ahí: primero los abraza (inolvidable secuencia donde la maquinaria de RV juega un papel estremecedor), luego los rechaza y finalmente los acepta con resignación. Y aquí entramos en otro punto importante: una resignación que, en parte, viene dada por nuestra sociedad; porque el miedo es lo que tiene, lo que produce: rechazo. Y ese rechazo es un reflejo también de nosotros mismos, de nuestra hipocresía: todos tenemos un lado oscuro, donde la diferencia más importante es la gama de grises que domine nuestra alma.
Vermut toma los riesgos que le acarrearán (y ya le están acarreando) el tratar todo esto con su particular mirada y donde los juicios simplones de valor pueden nublar un debate mucho más interesante: el rechazo de lo innato, el control de uno mismo, el espacio de seguridad que ofrece la ficción y las consecuencias que podría tener si ese espacio es visto por ojos ajenos. Como dijo el propio Carlos en la presentación que hizo en Sitges 2022: “Esta es la película que si Netflix te recomienda basado en tus gustos, es que estás bien jodido”. Y todo presentado con sus habituales formalidades: visualmente brillante, tempo comedido, donde vemos el golpe aproximarse a cámara lenta, siempre con una mirada fascinante. Vermut ha llegado a la ergonomía máxima de su narración: pasamos de los relatos corales a la película de dos personajes, dirigidos con el pulso y la soltura de un director afianzado, seguro y firme y, sobre todo, sin miedo a asomarse a los abismos más negros del ser humano.
En definitiva: Mantícora es una de las películas más inquietantes del año, una bofetada de la que no puedes apartar los ojos; un recital actoral de Nacho Sánchez (actor versátil donde los haya) y un tremendo y prometedor debut en largo de la joven Zoe Stein, personaje fascinante, lleno de capas, miradas que cuentan, gestos que insinúan y, lo más importante: el único personaje que no tiene una zona de seguridad y debe aceptar la realidad sin la confortabilidad de la ficción. Una apuesta absolutamente magistral de uno de los directores más magnéticos de nuestra era.