Crítica de ‘Housewife’ (2018, Can Evrenol)

Housewife
El estreno de Baskin puso en el mapa al director turco Can Evrenol, despertando a su alrededor una amplia legión de seguidores que encontraron en el particular descenso de un grupo de policías al infierno el soplo de aire fresco que tanto tiempo llevaban esperando. Como contraposición a este movimiento, no fueron pocos los aficionados al género (entre los que un servidor tiene el dudoso lujo de encontrarse) que vieron en el debut tras las cámaras de Evrenol una buena idea, visualmente portentosa, pero cuyo resultado final era bastante catastrófico. Por ello, soy de los que se han acercado a Housewife con pies de plomo, para sorprendentemente encontrarme con uno de los productos más extrañamente estimulantes del año.
Tras afirmar mi disfrute con Housewife y mi animadversión ante Baskin, decir que ambas películas comparten temas y esquemas comunes podría ser calificado por muchos como una incoherencia, sin embargo, los fallidos elementos que en su primera película pretendía captar el protagonismo absoluto absoluto, en esta ocasión se convierten en un surealsita vehículo que transporta al espectador a lo largo de un viaje con principio y final definidos, pero sin una ruta que vaya marcando los pasos del camino. A medida que uno se introduce en la febril atmósfera creada por Evrenol la noción de la realidad desaparece, dando paso a un despliegue técnico y visual que nos regala algunas de las secuencias más perturbadoras y extrañamente hipnóticas del año. Con un talento visual innato para plasmar las pesadillas más extremas y a la vez los miedos más cotidianos, el director de origen turco consigue consolidarse como uno de los nombres a seguir en el panorama actual, creando una huella propia fácilmente identificable e imposible de calcar para sus compañeros contemporáneos.
La ausencia de una estructura narrativa convencional que sostenga la cinta hace inútil comentar las carencias o virtuales del guion obra del propio Evrenol junto a su colaborador habitual Cem Özüduru. Su tenso arranque se construye como una rareza previa a la enfermiza atmósfera que se apodera del relato a medida que los minutos de su escasa duración se evaporan. La extraña fragilidad que trasmite Clémetine Poidatz como Holly hace que el espectador encuentre durante los compases iniciales en su personaje un punto de anclaje que le permita conectarse al onírico, sensual y enfermizo mundo que evoluciona a sí alrededor. Como contrapunto a la adorable Holly nos encontramos con el líder de secta más excéntrico y curioso que un servidor recuerda haber visto en mucho tiempo. David Sakurai consigue con su interpretación mantenerse sobre la fina línea del exceso y la vergüenza ajena, desplegando durante el tramo final un auténtico recital de locura en su máximo grado de expresión.
Más allá de sus excesos e incoherencias, la cinta presenta durante gran parte de su arranque un tono intimista, repleto de silencios y atmósferas que no hacen más que enriquecer una experiencia de por si altamente estimulante. La mejor forma de definir Housewife sería como un convulso viaje de LSD, repleto de enfermizo erotismo y aderezado por perturbadores retazos gore. Una experiencia digna de ser contemplada que dejará indiferente a nadie.