Por cuestiones de trabajo, David se encuentra cruzando el desierto en su coche. Todo va bien hasta que se cruza con un siniestro camión al que decide adelantar de mala manera. A partir de ahí comenzará un interminable y aterrador acoso perpetrado por el camionero demente.

Descubrí esta película una noche de verano de 2001. La emitían en La 2 y la pillé empezada una media hora, así que me costó pillar el hilo por la falta de contexto. Por suerte, la premisa es bastante sencilla, así que no tardé en comprender que la cosa iba de un pobre hombrecillo italiano (no sé por qué, pero en mi cabeza era italiano) acosado por un camionero homicida. En aquel entonces no supe apreciar las mil virtudes que tiene El Diablo Sobre Ruedas, pero como base, como idea, como argumento, me pareció absolutamente genial.
Muchos años después descubrí que el director era un tal Steven Spielberg, y la verdad es que no me lo podía creer. Habiendo conocido a Spielberg como el autor de tantos blockbusters millonarios, se me hacía difícil asimilar que esta película tan modesta fuese suya.

No tengo carnet de conducir y ni entiendo de coches ni me gustan, pero hay algo que sí me causa placer: contemplar escenas automovilísticas en el cine. Una persecución bien rodada, con colisiones, derrapes y mucho destrozo, me fascina. Es mi particular ASMR.
El Diablo Sobre Ruedas tiene un poco de todo aquello que me gusta, desde persecuciones y psicópatas, hasta una polvorienta ambientación desértica que reviste de western la historia. Es una película hecha para mí.

El debut de Spielberg en el largometraje llegó con este tremendo telefilme escrito por Richard Matheson, que a su vez se basa en un relato propio, y que al mismo tiempo se inspira en un hecho real que le sucedió al propio Matheson el día que mataron a Kennedy (22 de noviembre de 1963). Al parecer, volvía de jugar al golf con un amigo, cuando un camión comenzó a perseguirlos sin razón alguna y con intención de sacarlos de la carretera. Por suerte la cosa no fue a más y todo quedó en una anécdota desagradable, pero ya tenía la semilla del relato.
A pesar de tratarse de una producción pequeñita en manos de un director inexperto, el joven Spielberg se las ingenió para que el rodaje fuese rápido (trece días), siendo el momento más tenso y complicado la secuencia del camión en el desfiladero, ya que sólo contaban con una oportunidad para que todo saliese bien. No existía la opción de repetir la toma, puesto que sólo disponían de un camión. Spielberg lo planificó al milímetro, colocó seis cámaras y todo fue… sobre ruedas (perdón). O tal vez no, porque resulta que cinco de las seis cámaras fallaron, así que el asunto quedó bien de milagro.

El Diablo Sobre Ruedas no es una película frenética aunque su premisa se preste a ello, y no lo es no por problemas de ritmo, que creo que son inexistentes en este caso, sino porque así lo planificó Spielberg, quien por cierto rueda de maravilla las escenas de persecución, colocando la cámara en el lugar perfecto para crear impacto y, sobre todo, recreándose en la figura de ese monstruo mecánico en forma de camión. La película hace hincapié en la tensión, la paranoia, la desesperación y la incertidumbre. ¿Quién es el camionero? ¿Por qué actúa así? ¿Es… humano? Como digo, no es una película frenética porque su intención es otra: soltar al hombre desvalido en un entorno hostil y solitario como el desierto, donde las pocas personas con las que va a cruzarse son, en el mejor de los casos, de poca ayuda incluso aunque intenten ayudar, y enfrentarlo a lo irracional. En ese aspecto puede recordar a títulos como Deliverance o Perros de paja, donde los urbanitas acomodados y relajados, de repente, se ven metidos en la boca del infierno. Pero aquí no hay choque cultural, sino la adversidad y el desamparo ante un incansable peligro que el protagonista, el hombre de negocios, no entiende ni controla, y que tarde o temprano deberá renunciar al civismo y la urbanidad, y sacar a relucir su lado más primitivo y abrazarlo si quiere salir vivo de esa polvorienta carretera.

Habitualmente comparada con Tiburón (yo mismo he caído en eso), es justo señalar que el parecido entre ambas películas es anecdótico. Mientras que Tiburón funciona como un slasher marino, El Diablo Sobre Ruedas es otra cosa: la crónica de un acoso mortal hacia un objetivo concreto. El camionero chiflado no pretende matar a nadie, sólo a David. La verdadera Tiburón en tierra firme sería Asesino Invisible, que de verdad funciona igual que la legendaria película del escualo, cambiando el tiburón por un coche poseído por Satán, el mar por la carretera y la playa por el desierto de la frontera norteamericana.

Una de las mejores decisiones es la de no mostrar al conductor del camión. Vemos sus botas y sus manos, pero no podemos darle un rostro, y eso hace que se lo pongamos al propio camión. No percibimos al vehículo como una máquina conducida por una persona, sino como un monstruo pensante y malvado capaz de tomar decisiones. El propio Spielberg se asegura de esto haciendo que, cuando el camión es arrojado por el precipicio, se escuche un rugido mezclado con el sonido de los hierros retorcidos y las rocas desprendiéndose. De hecho, resulta curioso que un camión lleno de mercancía inflamable no explote al colisionar contra el suelo. Hasta se podría decir que es un error de guión. Pero no. De nuevo, Spielberg intenta que veamos al camión como un monstruo, por eso no vuela por los aires. Simplemente yace muerto, como Goliat a manos de David (no es casualidad que el protagonista se llame igual).

El Diablo Sobre Ruedas es una película importante, no sólo por ser el debut de uno de los mejores directores de la historia y uno de los títulos clave de la década de los 70, sino también por convertirse en un referente sin el cual películas futuras como Jeepers Creepers o Nunca Juegues con Extraños no habrían sido lo mismo.