Crítica de Dust Devil (1992, Richard Stanley)

Dust Devil

Dust Devil narra cómo un antiguo demonio vaga por los desiertos de Namibia tratando de completar un sangriento ritual que lo devuelva al plano espiritual, lejos de las limitaciones de la corporeidad. Mientras, una joven huye de su maltratador marido en busca de una vida mejor. En la carretera se topará con este demonio de la arena. O algo así.

Lo cierto es que tratar de resumir Dust Devil con una sinopsis es complicado (casi siempre lo es, independientemente de la película), porque diga lo que diga provocará que los que no la hayan visto se hagan una idea errónea de lo que esta película es en realidad. Y eso, por lo general, lleva a la decepción. Lo que quiero decir con esto es que no indaguéis demasiado y simplemente vedla.

Richard Stanley, su director y guionista, venía de hacer la que, creo, es su película más conocida: Hardware, programado para matar, una suerte de cinta de terror cyberpunk que combina elementos de Terminator y Alien. Dust Devil toma un rumbo completamente distinto, no tanto en la estética (se nota que ambas películas son del mismo director) como en el tono y la temática.

Podría decir que Dust Devil es una película que se parece a muchas cosas que ya hemos visto, pero al mismo tiempo no se parece a nada. Su premisa es sencilla pero retorcida. El inicio nos recuerda inevitablemente a la magnífica Carretera al Infierno, pero no tarda en aparecer el elemento sobrenatural que nos traslada a la obra de Stephen King, Clive Barker o los cómics de Hellblazer, donde ocultismo, violencia y magia se dan la mano, y todo barnizado con una pátina onírica que parece referenciar a la por entonces muy de moda Twin Peaks. Y el western, claro. También hay mucho western en esta película. Es imposible no quedarse embobado contemplando esos impresionantes paisajes africanos, infinitos, irreales, áridos. El propio Richard Stanley admite que, entre sus influencias, están El Topo, de Jodorowsky, y la Trilogía del dólar, de Sergio Leone.
Además, en mitad del horror y la fantasía presentes en esta demencial road movie, Richard Stanley tiene tiempo de incluir elementos sociales en forma de conflictos raciales entre negros y blancos en África.
Curiosamente, la película parte un hecho real de la crónica negra africana: el asesino en serie Nhadiep, a quien nunca lograron atrapar y cuya facilidad para eludir a las autoridades y evitar dejar huellas, hizo creer a los lugareños que se trataba de una entidad sobrenatural.

Sobre el papel, a Dust Devil le pasa igual que a Hardware, dos películas cuyas premisas parecen más desenfadadas y accesibles de lo que realmente son. Si alguien se adentra en cualquiera de estos dos títulos buscando el simple y sano entretenimiento, posiblemente se choque con un muro que no esperaba. Porque aunque ambas películas parezcan fáciles (un demonio autoestopista asesino, un robot descontrolado con sed de sangre), lo cierto es que puede resultar complicado entrar en ellas, especialmente en Dust Devil, donde los elementos oníricos, un ritmo extraño (no paran de pasar cosas, y sin embargo es una película pausada que se toma su tiempo) y una atmósfera densa como el fango, hacen que eso que parecía un slasher sobrenatural noventero medio hermano de Hellraiser, termine siendo un café para muy cafeteros. Por mi parte, todo esto que comento son cosas que considero positivas e interesantes, pero advierto que la película es más difícil de lo que puede parecer en un principio. Si uno está dispuesto a dejarse llevar por el delirio mágico y esotérico, disfrutará de una de las películas de terror más únicas de los años noventa. Es exigente, pero el viaje merece la pena.

Eso sí, intentad conseguir el montaje completo de casi dos horas. De forma milagrosa y gracias a Ediciones 79, en España tenemos una magnífica edición en Blu-ray que incluye ambos montajes. Es el momento perfecto para descubrir esta película irrepetible.