Cuando Malcolm invita a su pareja Liz a alojarse unos días en una cabaña en el campo que pertenece a su familia, ella no sospecha lo que está por venir. Ese viaje aparentemente tranquilo no solo afectará a la relación, sino que les cambiará para siempre.
Aunque la premisa suene convencional, a estas alturas podemos intuir que tratándose de Oz Perkins, nada en Keeper va a resultar común, casual ni mucho menos predecible. Gran parte del público le descubrió gracias a Longlegs. No obstante, su talento dejó huella años antes de que dicho largometraje batiera todos los récords con los que una producción independiente soñaría en cuanto a la crítica y a las cifras en taquilla se refiere. Y continúa haciéndolo.
Quienes ya nos deleitábamos con los primeros trabajos del cineasta, identificamos en su más reciente obra aquellos elementos que nos conquistaron por la autenticidad y belleza que desprenden. Esa aura enigmática e intimista, sumada a la sensibilidad latente en los personajes, ahora se plasma mediante una trama en la que folk horror y terror psicológico confluyen. Grabada en plena huelga del Sindicato de Guionistas de Hollywood, antes de The Monkey y sin prever el éxito de Longlegs, Keeper nació libre de pretensiones y fue concebida por puro deseo creativo y amor al cine. El director afirma haber encontrado un equipo de colaboradores que habla su mismo idioma y eso queda reflejado en pantalla.
Evitaré dar detalles, ya que la manera idónea de adentrarse en esta historia es sabiendo lo mínimo, cosa que se puso de manifiesto en la ambigüedad de los tráileres. Pero cabe mencionar que he reconocido en ella reminiscencias de dos películas anteriores de Perkins: Soy la bonita criatura que vive en esta casa y Gretel y Hansel. De la primera toma prestado el recurso de la melodía recurrente, una canción que acompaña a los personajes a modo de mantra y que también permanece en el recuerdo del espectador, además de la importancia del espacio como factor clave que cobra vida. Lo que ocultan sus muros sirve para mostrar la forma en que las tragedias pasadas influyen en el presente. De la segunda extrae el papel crucial de la naturaleza y ese eco de leyenda maldita que domina el bosque, donde la crueldad masculina se impone desplegando su poder sin ningún tipo de compasión.
Si algo hace interesante a Keeper es que, al verlo, tu mente trace diversas hipótesis, intentando averiguar por dónde te llevará el argumento. Aquí ocurre desde la escena inicial, una introducción original que despierta curiosidad. Lo mejor es que, según evoluciona, te convences de que todas las opciones podrían ser posibles y acertadas. Una localización y dos protagonistas bastan para transmitir un efectivo mensaje de reivindicación transformado en pesadilla. Una vez más, el foco se sitúa en los sentimientos y vínculos humanos pero en esta ocasión, en lugar de centrarse en la familia, apunta a las relaciones de pareja. El guion escrito por Nick Lepard posee un estilo que encaja a la perfección con el sello de Perkins, así como la dirección fotográfica de Jeremy Cox.
En el momento en que Liz (Tatiana Maslany) y Malcolm (Rossif Sutherland) ingresan en la cabaña, percibimos a partir de los movimientos de cámara y del planteamiento de los planos que el mal observa y la privacidad es una ilusión. La inseguridad se fragua tanto en lo que se ve como en un vacío cargado de peligros, donde los sonidos delatan la presencia de lo desconocido, que se revela de manera sorprendente e innovadora. El agua funciona como símbolo de lo extraño, desgranando con su distorsión imágenes surrealistas y alucinógenas que buscan ir más allá del mero sobresalto. Con la fantástica interpretación de Tatiana Maslany, el personaje femenino vuelve a ejercer de pieza fundamental, valiéndose de la vulnerabilidad y el miedo para concluir con un giro que ofrece a la audiencia un desenlace muy satisfactorio.
Keeper está disponible en cines desde el 19 de diciembre.
