En un evocador bosque de un lugar nunca definido, una criatura camina lentamente por sus parajes en busca de algo que le ha sido arrebatado. En su tranquilo crepitar, irá sembrando el apacible paisaje de un reguero de cadáveres mutilados.
El slasher lleva años agonizando. Puede que no sea un subgénero que goce, especialmente, de una categoría elevada en el séptimo arte ni trascienda más allá de los márgenes en el que podemos enmarcar sus obras, películas generacionales cuyo epítome se encuentra en los 70 y 80, con vocación de cine drive-in. Pero no podemos negar el encanto genuino y macabro de su ejecución: el impresionante clima atmosférico de Navidades Negras; la transgresión más esquizoide y experimental de El Asesino del Taladro; la magistral San Valentín Sangriento o la no menos genial El Asesino de Rosemary, del mismo año. Luego están los emblemas: Viernes 13, Halloween, Pesadilla en Elm Street, etc. (algún día haremos un artículo en condiciones donde hablaremos con calma de estos títulos y muchos más). Luego llegaron los 90 y su sequía absoluta de títulos memorables, a expensas de aparecer Scream y su ejército de secuelas, desde un punto de vista más paródico y deconstructivo que ya había sido acariciado por la desternillante Mil Gritos Tiene la Noche. Los 2000 fue la hecatombe de este género en cuestiones de calidad, solo salvadas por La Casa de Cera y Cherry Falls.
Sin embargo, no podemos dejar fuera los intentos por dotar al subgénero de una seriedad y calidad fuera de duda: películas como la fantástica Pánico al Anochecer o, desde Canadá, Angustia a Flor de Piel y Cortinas (de las que ya hablamos en este medio) trataron de superar las barreras del cliché autoimpuesto por el propio subgénero y hacer algo diferente. Los últimos intentos decentes que se recuerdan, sin caer en la secuela, la precuela, el remake y demás, son Colinas Sangrientas y Detrás de la Máscara: El Encumbramiento de Leslie Vernon (esta última, de nuevo, desde un sentido paródico). Por ello, cuando aparece un slasher comprometido con la causa, tratado desde la más absoluta seriedad, digno y efectivo, no se puede hacer otra cosa que respirar aliviado.
De Naturaleza Violenta supone la primera incursión en el largometraje de Chris Nash, donde trata de darle un vuelco original al mundo del slasher: ¿y si esos momentos donde el asesino acecha a la víctima, donde planea trampas para atraerlos y demás pudiera aparecer en pantalla? Y así surge esta demencial idea: la de contar la historia desde el punto de vista del asesino/criatura. Es verdad, sin embargo, que el gimmick funciona como un trampantojo: no toda la película transcurre desde los ojos de este sosia de Jason Voorhees. Estos momentos pueden restar algo de efectividad a la radical propuesta que, sin embargo, sirve para que el espectador pueda tener un mejor acceso al film. El film de Nash es una curiosa mezcla nacida de ramas muy variopintas: desde el slow cinema o cine donde el tempo narrativo es más detenido y centrado en la exploración visual que permite la imagen, hasta referencias tan claras como la perturbadora y genial obra Angst de Gerald Kargl o el Elephant de Alan Clarke (no confundir con la obra de Gus Van Sant, referente por partida doble, en este caso); todo esto sin olvidarnos de su rama más brutal y sanguinolenta. Porque De Naturaleza Violenta posee algunas de las muertes más brutales de este subgénero en años: despiadadas, imaginativas y terriblemente bien hechas. Esto último gracias al maravilloso trabajo de Steven Kostanski, cabeza principal de los SXF de la película y genio creador detrás de joyas como The Void o Psycho Goreman.
Puede que para algunos espectadores su lenta narrativa pueda suponer un impedimento para el disfrute de la propuesta, pero su efectividad es imposible discutirla: los momentos de calma y belleza del bosque natural contrastan de una forma brutal y tremenda con las secuencias más sanguinarias (que no son pocas y se quedan grabadas en la retina). Su capacidad de alterar la sensibilidad y percepción de la imagen es una de las grandes bazas del film: como una película de Terrence Malick (la fotografía del film es prodigiosa) con golpes gore.
En resumen: De Naturaleza Violenta es una de las propuestas del año. Una experiencia sonora y visual que golpea los sentidos con ganchos y un hacha hasta hacerlos caer, para luego disfrutar de su innegable belleza formal.